Juan Martín del Potro, el gigante que jamás capituló

La historia del argentino es una oda a la superación personal, un triunfo ante la adversidad que comenzó de manera fulgurante, con la brillantez de los elegidos.

Carlos Navarro | 10 Feb 2022 | 22.15
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Juan Martín del Potro. Fuente: Getty
Juan Martín del Potro. Fuente: Getty

Lo fácil hubiese sido hacerlo. No se engañen: que Juan Martín del Potro haya dejado el tenis en la semana de hoy jamás puede ser una derrota. Él decía que no era "tan fuerte" como la gente piensa que es. No, Juan Martín: eres mucho más de lo que pensamos. Capitular en 2022, a la edad de 33 años, tras perderte más de 5 años de tiempo efectivo por lesiones, es una victoria. Qué digo victoria: es una epopeya heroica frente a circunstancias externas e inalterables. Mucho antes de que llegase esa nueva generación de tenistas que se mueven como gacelas a pesar de su tremenda altura y envergadura, del Potro fue el primer prototipo del "dominador desde los cielos". Un tipo que, casi con 2 metros de altura, maniataba a cualquiera desde la línea de fondo. Su cuerpo decidió no acompañarle en ese viaje, convirtiéndose en un mártir de la producción en fábrica de productos posteriores. Para que los Medvedev y Zverev fuesen viables, alguien tenía que sacrificarse.

Pero no se crean que esta película siempre fue oscura. El camino de lesiones comenzó relativamente pronto, pero es que si por algo se caracterizaba Juan Martín era por su precodidad. Resulta paradójico que su primer gran partido en un Grand Slam acabase... en una retirada. Fue mucho antes de la gloria de Flushing Meadows. Corría el año 2007. Del Potro acababa de ingresar en el top-100 tras un año con buenos resultados en Challengers (ganó en El Espinar, por ejemplo) y haber hecho su debut en Grand Slam (cayó en primera ronda de Roland Garros y US Open, en ambos pasó la fase previa). Esperaba un tal Fernando González en la segunda ronda del Open de Australia, el único Major en el que jamás pudo pasar de cuartos de final.

"Fue el partido donde menos bien me sentí. Iba perdiendo dos sets a uno, ese fue el momento en el que estaba contra las cuerdas. Hacía mucho calor y me tenía dominado". Las palabras del chileno tras solventar aquel compromiso hacían una idea de la dimensión que podía obtener el juego del tandilense. "Mano de Hierro", con la derecha más icónica y potente del circuito ATP, con quien dentro de muy poco tiempo se convertiría en su sucesor. Era, en toda regla, un "passing of the torch". Pero la llama se apagó demasiado pronto: a Delpo se lo comieron las molestias en el brazo derecho y, tras ir 4-0 abajo en el quinto set, decidió retirarse. González acabaría llegando a la final, perdiendo únicamente ante Federer. Aquel duelo, sin que muchos lo supiésemos, ejemplificaría la cruz con la que cargaría Juan Martín a lo largo de toda su carrera.

2008, LA ECLOSIÓN; 2009, LA GLORIA

Los años posteriores marcharon sin demasiados problemas, más allá de una lesión en la vértebra lumbar que lo dejó fuera de las pistas durante dos meses. Fue en 2008, tras el Open de Australia (una vez más, torneo maldito), pero Juan Martín no tardaría mucho en dejar su huella entre los mejores. En verano de 2008, el tandilense hizo su carta de presentación en el circuito de una manera insólita: ganando 23 partidos de forma consecutiva, entre los que se incluyen cuatro títulos (dos en arcilla, dos en cemento), tres victorias ante top-20 y una subida en el ranking de más de 50 posiciones. De ser un joven prometedor a rozar el top-10 con los dedos, gracias a títulos en Stuttgart (el primero de su carrera, por el que recibió un Mercedes-Benz), Kitzbühel, Los Ángeles y Washington, amén de sus primeros cuartos de final en un Grand Slam (Andy Murray le paró los pies).

"Lo mejor es que es muy agresivo y, además, la mentalidad ganadora que tiene. Tiene las características necesarias para ser constante en el juego. Tiene un potencial muy grande y va a seguir mostrándolo". Las palabras le pertenecen a Franco Davin, el tipo que le acompañó y le dio alas en la etapa más bonita e inocente de su carrera. Nunca Delpo firmaría una racha de victorias tan impresionante como aquella. Era su primera huella en el circuito, el sello de identidad de alguien que llegó arrasando, en perfecta sintonía con su tenis de puro rock and roll, de derechas que dejaban al público con la boca abierta. Jugador hecho para el cemento, alejado del estereotipo del terrícola sudamericano, del Potro estaba destinado a romper todos los moldes.

Y fue entonces, claro, cuando llegó su mayor éxito. La confirmación entre las estrellas. Pocos esperaban, quizás, que se diese tan rápido. Sin preguntar, sin tenerle respeto a las mejores raquetas del mundo, a las que ya había empezado a maniatar. En 2009, Juan Martín ya formaba parte de la más absoluta élite. Su nombre lideraba ese segundo escalón de tenistas de cara a cada gran torneo, junto a otras caras como Andy Murray, Roddick o Tsonga. A Nadal le había ganado en Miami y Canadá; a Murray en Madrid, a Tsonga en casa, en Roland Garros, y a Roddick exactamente lo mismo, en Washington y Canadá.

Pero Roger Federer era la última frontera. Había cedido en sus seis enfrentamientos previos contra él, incluida una dolorosísima derrota en las semifinales de Roland Garros, en las que Roger le dio la vuelta al partido de camino a completar su Grand Slam particular. Muchos se habrían derrumbado ante una derrota así, habrían catalogado como "imposible" parar al hombre que llevaba cinco finales ganadas consecutivas. No del Potro, claro: porque La Torre de Tandil miraba a cualquiera desde las alturas, tanto a la hora de soltar su derecha como de agarrarse a la pista a nivel mental. Roger estuvo set y break arriba, pero la Torre no se vino abajo. Rugió, sacó las agallas para igualar el duelo (la derecha y los passing shots le ayudaron bastante), levantó al público de sus asientos, aguantó firme en los momentos comprometidos y acabó por derrumbar la táctica de Federer. El suizo fue ingenio al pensar que, metiéndose en su terreno, del Potro se vería atrapado. Las derechas eran uppercuts en la tierra del boxeo. El título, suyo: la gloria eterna y toda una carrera por delante para desafiar a los titanes.

LA VIDA GOLPEA MÁS FUERTE

"No sé cómo va a seguir todo esto. El US Open era mi sueño. Ser número uno es otro. Creo que voy por el camino correcto". La sala de prensa de Flushing Meadows escuchaba a una nueva estrella con los oídos bien abiertos. ¿Puede ser del Potro número uno? Guillermo Vilas, presente en la grada de la Arthur Ashe cuando uno de sus compatriotas volvió a besar un Major, se hizo la misma pregunta. ¿A nivel tenístico? Sí, sin dudas. ¿A nivel motivacional? Ahí lo escucharon: jamás iba a dejar de ser una prioridad. Y entonces, ¿qué pasó? Pues que, amigos y amigas, Juan Martín del Potro comenzó su calvario particular.

Era el número cinco del mundo, pero el inicio del 2010 sería el inicio de una pesadilla que se reproduciría durante más de una década. Del Potro comenzó a sentir molestias en su muñeca derecha, una zona extremadamente sensible para un tenista. Requería toda la atención del mundo y, por ello, estuvo varios meses sin competir... hasta que, finalmente, optó por operarse del tendón cubital del extensor carpiano en mayo de 2010. Sentado en una clínica de Minnesota, lo que nadie podía imaginarse es que esa sería la operación de menores consecuencias para el tandilense. La lesión más leve, si es que se puede acuñar este término, sería la primera. El infierno no había hecho más que comenzar, pero antes el argentino tuvo tiempo de pasarse por el cielo.

GLORIA OLÍMPICA

Del Potro terminó 2010 alejado del top-250. Eso sí, no se engañen: aún contaba con la vitalidad y la frescura para poner la maquinaria a punto a nivel físico y volver con plenas garantías al circuito. La sensación que quedaba, eso sí, es que jamás su derecha volvería a golpear con el mismo nivel de brutalidad. Las dudas en la muñeca existían, con lo cual la vuelta debía ser gradual. En 2011, Juan Martín le tomó la temperatura al circuito: suficiente tiempo para ser apeado de los torneos, en su mayoría, por los mejores (Nadal en Indian Wells, Djokovic en Roland Garros, Nadal en Wimbledon, Federer en Cincinnati, Nadal en la final de la Copa Davis). ¿Qué dice de alguien que, tras casi un año en el dique seco, vuelva con una versión algo desmejorada y, aún así, solo pierda ante las mayores leyendas de la historia de este deporte?

El techo de del Potro había bajado. Estaba claro que las expectativas sobre él ya no se relacionaban con varios Grand Slam e, incluso, con marcar una época en el circuito merced a un nuevo biotipo de jugador. Sabedor de sus limitaciones y de sus defectos, Juan Martín se hizo un hombre más sólido, con mayor resistencia, con aguante en el cuerpo a cuerpo incluso a pesar de tener reservas sobre lo que podía pasar en caso de soltar la derecha como antaño. Y el tenis se lo recompensó: volvió al top-10 y vivió el segundo momento culminante de su carrera, alzándose la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Londres. Ese triunfo y el partido anterior (inolvidable 19-17 ante Federer) tenía, además, tintes reivindicativos: iba dedicado a todos aquellos que aún le catalogaban de "pecho frío", que dudaban de su capacidad de rendimiento al ponerse encima la albiceleste. Posibles cuestionamientos con respecto a su gestión de la final de Mar del Plata, por fin, quedaron enterrados: del Potro había llevado a su gente una medalla olímpica. No era asunto baladí, no.

ENTRE LOS ELEGIDOS... HASTA QUE VOLVIÓ LA PESADILLA

Para mí, hay un partido que define a la perfección el estatus de del Potro en el circuito desde que vuelve a estar entre los mejores hasta su segunda -y casi fatídica- lesión. Cuartos de final del US Open 2012. Sesión nocturna de la Arthur Ashe. El tandilense se mide a Novak Djokovic por un puesto en semifinales. Si uno echa un vistazo al marcador, se dará cuenta de que Juan Martín no ganó ni un solo set. No deja de ser correcto, cierto. Sin embargo, el nivel al que tuvo que jugar el serbio para poder dejar a cero al argentino fue absolutamente marciano. Extraterrestre. Durante más de dos horas, los ahora amigos se zurraron a palos en la noche neoyorkina. Fue una bestialidad, un deleite para el espectador que dejaba claras las cosas: del Potro no era mejor que el Big Three, no era la versión explosiva y legendaria del 2009, pero era el que les competía, les llevaba al límite y, si bajaban mínimamente la guardia, les ganaba con solvencia absoluta. Y, claro, si mantienes la solidez y la salud, la carrera de un tenista es muy larga como para que no se presenten más oportunidades de ganar Grand Slams...

Hasta que llegó el inicio de 2014. Otro fatídico inicio de temporada, cuando Juan Martín había vuelto al top-5, cuando el propio ranking acompañaba las sensaciones de medio circuito. Esta vez era la muñeca izquierda, el lado anterior a su primera operación, la que le iba a devolver al quirófano. Y, al contrario que en ocasiones anteriores, aquellas molestias no serían tan fáciles de tratar. Marzo de 2014, primera operación. Trató de volver al tenis, pero tras retirarse en Miami ante Pospisil, se dio cuenta de que los dolores persistían. Aquella lesión no iba a ser como los demás, pero Juan Martín no estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados. Enero 2015 marcó un nuevo paso por el quirófano, un nuevo tratamiento en la búsqueda, al menos, de la tranquilidad en la pista. Mientras el Big Three no encontraba oposición para perpetuar su reinado, del Potro los veía desde diferentes camas de hospital.

El cruel destino le tenía reservada al argentino un guiño aún más macabro. "He decidido animarme y poner al cuerpo en disposición para volver al quirófano. Ojalá sea la solución definitiva: lo que quiero es ser feliz y tener un cuerpo sano, contento con o sin raqueta. Estoy luchando mental y psicológicamente para no rendirme, buscando soluciones a lo de mi mano". Por primera vez, del Potro hace una confesión reveladora: el tenis ya no es la prioridad. La lesión ha pasado a ser un asunto preocupante a largo plazo, un impedimento para vivir una vida normal, una losa que le sacó el foco de lo que ocurriese en la pista. Por lo tanto, en junio de 2015 buscó una solución alternativa: Richard Berger le reconstruyó el tendón cubital posterior de la mano izquierda, un procedimiento diferente al de las dos operaciones anteriores. Había comenzado una carrera a contrarreloj.

ÉPOCA DE CAMBIOS: LLEGA EL DELPO 2.0

Franco Davin comenzó a trabajar con Grigor Dimitrov mientras Juan Martín buscaba refugio en Tandil. Allí, en casa, rodeado de los suyos, comenzaba el camino de vuelta que le llevaría años más tarde a su mejor posición histórica. Mientras tanto, confesaba que llegó a pensar en "dejar de jugar", a la par que se mostraba esperanzado con el progreso recibido. "Federer, Djokovic, Murray... todos me han mandado mensajes y me han pedido que vuelva". El Gigante había conseguido un hueco en el corazón de sus mayores competidores. Sus mensajes en Twitter alimentaban la llama de la fé."Hey, Delpo, vas a volver. Te lo digo yo". Y vaya que si volvió.

Su santuario sanador, Delray Beach, marcó la vuelta al circuito de la nueva versión de Juan Martín del Potro. Había sufrido una transformación, una metamorfosis kafkiana. En el pulso particular que tenía contra el destino, fue realmente satisfactorio ver la forma en la que el argentino, plenamente convencido de que ningún factor externo jamás podría contra él, transformó una debilidad en una virtud. Si tras la operación en la muñeca derecha se había vuelto un jugador realmente consistente, sólido, e igualmente agresivo pero un poco menos explosivo, la falta de confianza en la muñeca izquierda le obligó a improvisar soluciones. Y como si mentalidad ganadora no conoce límites, construyó una barricada en el revés cortado que se le atragantó a medio circuito. Mientras recuperaba la confianza en el golpe plano a dos manos, Delpo volvía a sentirse tenista con un slice mejorado. Era el Delpo 2.0

Aquel año 2016, el de la vuelta, fue un oasis de felicidad tras años amargos. Él mismo había trabajado para conseguir lo que conseguiría en aquella temporada: olvidar la gloria individual para cumplir metas representado a todo un país. Bendecido por Maradona, Juan Martín sería uno de los héroes de Zagreb, en la consecución de la primera Ensaladera para los albicelestes. Sus lágrimas de alegría aquel domingo venían precedidas de lugares por todo el mundo en los que dejó su huella: Glasgow, donde firmó uno de los partidos más emotivos de toda su carrera, una maratón de cinco horas ante Murray que permitiría avanzar hacia la final del torneo; Río, donde más allá del top-90 reverdeció laureles para someter a Novak Djokovic y Rafael Nadal. ¿Estábamos en 2009? ¿De verdad habían pasado ocho años y cinco operaciones desde que Juan Martín conquistó Nueva York?

Eso sí: el Delpo 2.0 debía ir con precaución, con cuidado. No se podía quemar etapas a velocidad de crucero, y el 2017 fue un año de crecimiento sostenido, de volver a recuperar la confianza en todos sus golpes y comprobar que la maquinaria podía soportar un año entero de competición. Llegó a las semifinales del US Open y de Shanghai, además de a la final de Basilea: no se pudo clasificar para las ATP Finals, pero casi que no importaba. El Juan Martín más maduro finalizaba el año, de nuevo, entre los diez mejores del mundo. De vuelta a su hábitat natural en lo que fue la lanzadera de un año prácticamente inolvidable, el último oasis de esperanza, el principio del fin.

SACARSE ESPINAS ANTES DEL FINAL

2018 es un año que guardará con cariño. Casi una década después de asombrar al mundo, de hacernos pensar que este tipo estaba para ganarlo todo durante varios años, del Potro mejoró sus estadísticas en una temporada de madurez, de poso, de jugador contrastado que sobrevive a las nuevas mareas de los jóvenes. Recuperó su confianza en la muñeca izquierda, volviendo a aguantar intercambios desde el fondo de la pista con su revés plano: ello y su entereza en los momentos importantes le llevaron a ganar su primer Masters 1000 (sí, solo el primero, parece mentira), a obtener su mejor posición histórica (número #3 del mundo) y a volver a una final de Grand Slam, donde solo el Novak Djokovic más en forma pudo pararle tras tres sets increíblemente disputados (¿hemos vuelto a 2012?).

Hablar de lo que ocurrió a continuación nos remueve los sentimientos más escondidos. Nos teletransporta a esa nube oscura de la que parecía no poder salir. Su caída en Shanghai, que le forzó la retirada, nos dejó el corazón en un puño. Se confirmaba la fractura de la rótula derecha. Después de estar impedido durante casi toda su carrera por lo ocurrido en sus brazos, eran ahora las otras extremidades de vital importancia las que dejaban tirado a del Potro. Pese a todo, no parecía revestir de la gravedad de anteriores shocks: Juan Martín volvió a ser competitivo, aunque solo a ratos, en un 2019 en el que dejó otro partido inolvidable ante Djokovic bajo la noche de Roma. Un resbalón inoportuno en Queen's, ante Denis Shapovalov, acabó por destrozar su rodilla derecha y, con ello, sus aspiraciones a volver a la élite.

EL HOMBRE QUE DESAFIÓ A SU DESTINO

Escritas casi 3,000 palabras de una epopeya épica que merece muchas más, prácticamente millones, me parece una tontería entrar ahora en detalles sobre las últimas cuatro operaciones para tratar de revivir un cuerpo absolutamente desgastado. Forman parte de momentos que Juan Martín quiere dejar atrás. Me parece mucho más reseñable quedarse con los momentos bonitos, esos en los que del Potro nos hizo saltar del sofá con una derecha, con un rugido, con un saque o con una remontada inverosímil. Hablamos de alguien que desafió sistemáticamente al Big Three; que les ganó, en todas y cada una de las diferentes etapas de su carrera, y probablemente del tipo con mayor mala suerte de la historia de nuestro deporte. Y, sin embargo, ahí radica la grandeza de del Potro: en desafiar a su supuesto destino, en burlar la lógica y en, a través de una inteligencia infravalorada (como dijo Murray), una fuerza de voluntad hecha a prueba de bombas y una derecha absolutamente privilegiada, formar parte activa (y no pasiva) de la mayor época gloriosa del deporte que amamos.

Sin él se va un pedazo de nuestra adolescencia, de nuestra madurez o de nuestras noches pegados al sillón viendo auténticas luchas de titanes. Que su nombre esté escrito con letras de oro en esta época es el mejor homenaje que el tenis le podía dar.

Gracias, Juan Martín.