Leo Mayer, un tenista corriente y un tenis extraordinario

Icono de la Copa Davis, tranquilo en la cancha y fuera de ella, se retira uno de esos tenistas imprescindibles para la variedad y la diversidad del circuito.

Carlos Navarro | 8 Oct 2021 | 01.12
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Leo Mayer celebra en Roland Garros 2019. Fuente: Getty
Leo Mayer celebra en Roland Garros 2019. Fuente: Getty

En el tenis, para llegar a lo más alto hay que estar un poco loco. Entiéndanme, lo digo en el buen sentido de la palabra: el nivel de exigencia, dedicación, consistencia, fuerza de voluntad, perseverancia y resiliencia necesario para alcanzar y mantenerse en la cima está al alcance de solo unos cuantos elegidos, personas dispuestas a sacrificar todo lo demás en su vida en pos de perseguir un sueño. En un entorno de competitividad absoluta, en el que la derrota te acompaña semana sí y semana también, solo unos pocos saborean el premio absoluto a tanto esfuerzo, dejando migajas a los jugadores más mortales, a los más terrenales.. que a su vez son parte indispensable del circuito.

La noticia de la retirada de Leo Mayer, uno de esos tantos y tantos jugadores que a los aficionados más "casuales" del tenis puede que no les suene, hace que me recorra un sentimiento de nostalgia, de añoranza por épocas pasadas... y no tan pasadas. Para mí, el tenista de Corrientes es el símbolo de lo que siempre fue la Copa Davis, la verdadera, la que mantenía su esencia: un torneo que permitía a los tenistas "de segunda fila" (y, repito, no lo tomen como algo despectivo: ser un tenista de segunda fila es ser uno de los mejores deportistas en toda la faz de la tierra) brillar, tomar la oportunidad, superar sus límites y hacer suya la competición. A Leo Mayer le envolvía una aureola victoriosa cada vez que se enfundaba la zamarra argentina, como a tantos y tantos otros jugadores a los que aquella Copa Davis les despertaba mariposas en el estómago.

Bien lo saben los seguidores de la albiceleste, que le vieron formar parte de aquel inolvidable 2016, que le vieron cerrar una eliminatoria titánica ante Gran Bretaña, en Glasgow y lejos de su hábitat natural y que, cómo no, le vieron ganar un partido que cambió la historia de la Copa Davis. Sí, no es ni mucho menos una exageración: lo que podría ser un mero partido de primera ronda se acabó convirtiendo en el detonante de la introducción de los tie-breaks en el quinto set definitivo. Después de aquella legendaria victoria ante Joao Souza, Leo Mayer necesitó un mes y medio para volver a encontrarse al 100% en una cancha de tenis. Estuvo tres días sin poder enfundarse unas zapatillas... y todo lo hizo con una tranquilidad pasmosa.

Porque, sí, Mayer no era ni mucho menos dado a los aspavientos hacia la cámara. No hacía nada de cara a la galería. Era uno de esos tipos que, a su forma, engrandecen este deporte: un trabajador nato, un picapedrero del tenis que se sentía especial durante ciertos momentos de cada temporada. En Hamburgo, al amparo de las pesadas bolas Tretorn, construyó su casa: conquistó dos títulos, a cada cual más meritorio, y perdió una tercera final. Tampoco olvidará una plaza que el circuito lleva tiempo sin visitar debido a la pandemia: Shanghai, el lugar en el que perdió varias bolas de partido en un duelo a cara de perro ante Roger Federer. Cuando llegó a la red para saludarse con el suizo, Leo se derrumbó.

Era una muestra más de que este tipo sentía el tenis, de que era perfectamente consciente de sus limitaciones y virtudes y de que sabía lo que podía significar una victoria así para él. Pero por esa decepción acumuló muchísimos más éxitos, en especial esos nombrados en la Copa Davis. Es una paradoja impresionante que Leonardo Mayer naciese en "Corrientes": a veces lo corriente resulta ser lo más extraordinario. Decía Pam Beesly en el final de The Office, una serie que todo el mundo debería ver, que hay muchísima belleza en las cosas más ordinarias, que ese en el fondo es el sentido de todo. Tenistas como Leo Mayer, por mucho que puedan parecer ordinarios, justifican la existencia de los más grandes, embellecen el tenis con su trabajo y su actitud y dan valor a un deporte que necesita a todos los integrandes de su pirámide. Su retirada es la retirada de otros tantos jugadores que se dedicaron a trabajar en silencio, que mostraron su brillo en determinados momentos y que se marcharon del tenis sin una mala palabra hacia sus amigos y compañeros. Que te vaya bien, Yacaré.