
Existen personas a las que la vida, por diversas circunstancias y designios que no somos capaces de comprender, pone a prueba constantemente. Ser una de las jugadoras más prometedoras de todo los Estados Unidos ni mucho menos te libra de ello. Allie Kiick no es un nombre con el que muchos estén familiarizados: a día de hoy, de hecho, se encuentra a eones de distancia de las posiciones de privilegio del ranking, su mejor posición fue la de #126 del mundo y, a pesar de tener siete títulos ITF de individuales, nunca ha sido capaz de conquistar un partido de Grand Slam.
Pero hay cosas que no se ven a simple vista, que se sufren y se viven por dentro. Hoy, Allie ha vuelto a jugar en su Grand Slam natal, en Nueva York. Ha caído en primera ronda de la fase previa del Us Open 2021, ante Anna-Lena Friedsam, pero el mero hecho de competir ya es una victoria para ella. Antes de que ella misma relate en primera persona los hechos que añaden épica a una historia de supervivencia, debemos contextualizar los baches que ha sufrido a lo largo de su vida una joven que tenía un potencial infinito.
Ahora tiene 26 años. En 2014 aún era una adolescente que apuntaba muy alto. Entrenada por Lisa Raymond, una leyenda del dobles estadounidense y campeona en varias ocasiones de Grand Slam, Kiick prometía dar muchas alegrías a su público. Fue entonces cuando las lesiones aparecieron... y no solo eso. En 2015, Kiick descubrió que sufría de un desgaste crónico en las rodillas: necesitaba un transplante. Antes había sido mal diagnosticada: en teoría sufría dos edemas óseos, uno en cada rodilla, pero nada más lejos de la realidad. Entre medias, Allie había sufrido una mononucleosis, poco antes de disputar el torneo de Indian Wells.
Kiick acabaría sumando cuatro operaciones, dos en cada rodilla, y en el verano de 2015 iniciaba el lento camino hacia la recuperación total. En ese momento la estadounidense no imaginaba que no volvería a disputar un partido profesional hasta mayo de 2017. En ese mismo verano, Kiick recibió la llamada que lo cambió todo: sufría un cáncer de piel, concretamente melanoma, y se encontraba en fase II. Tocaba cambiar la rehabilitación por sesiones de quimioterapia. Tocaba olvidar la raqueta.
Por si fuese poco, en pleno proceso de recuperación, la tragedia volvió a golpear al seno de los Kiick. Su padre, Jim Kiick, había sido diagnosticado en mayo con demencia precoz. ¿El motivo? Los fortísimos golpes ocasionados durante su exitosa carrera como jugador de fútbol americano, en la que llegó a ganar dos Superbowls con los Miami Dolphins, siendo una personalidad realmente conocida en el mundo de la NFL. Parecía que Allie lo tenía todo... y se empezaba a quedar sin nada.
El caso es que Kiick se levantó, como una guerrera. Superó el cáncer, volvió a las pistas e incluso se clasificó para el Us Open en 2020 tras atravesar una ardua fase previa. Pero no se vayan muy lejos. La historia no acaba aquí, y es momento para que sea Allie quien termine de narrarla. Nadie mejor que ella para expresar el infierno por el que ha pasado, todo esto en declaraciones a Behind The Racquet.
Meses de locura marcados por la muerte
"20 de junio de 2020. Mi madre y mi padrastro llegan a casa. Mi madre me mira y me dice: "Al, tu padre ha fallecido esta mañana". He sufrido por esto cada mañana: en aquel momento no me podía imaginar que éste sería el principio de un largo viaje de curación.
Mi abuela tuvo un cáncer que se consideraba un "cáncer bueno que no la mataría". Estaba de viaje, entrenando para la fase previa del Open de Australia: el día antes de llegar a casa, me llamaron y me dijeron que había fallecido.
Tres semanas después, el padrastro de mi madre falleció. Dos semanas después de eso, el padre de mi entrenador, Lisa (Raymond), también falleció.
Llega el verano y se me olvida apuntarme a Roland Garros debido a un fallo de comunicación. Sufrí un ataque de pánico que me mandó a una sala de emergencias. Durante todo el viaje sufrí mentalmente, y fue entonces cuando empecé a tener unos problemas horribles con el estómago. Me pasaron factura de tal manera que me desmoroné aún sabiendo que estaba bien. El estrés que estaba poniendo en mi cuerpo durante ese par de semanas me debilitó por completo.
Llegué a casa y, de repente, empiezo a notar una sensación de hinchazón, un bulto, en mi cuello. Tenía una sensación de globus causada por la ansiedad. En este momento yo sabía que necesitaba ayuda, pero seguía sintiendo que algo malo me iba a ocurrir.
Empecé a tener dolores de cabeza. Mi padrastro me mandó hacer una imagen de resonancia magnética para aliviar el estrés al que estaba sometida. Llegó y se sentó a mi lado con una mirada distinta dibujada en su cara.
"Tienes neurinoma del acústico", me dijo.
El neurinoma del acústico se considera un tumor cerebral muy extraño, pero benigno. Las operaciones para extirparlo son, aún así, muy peligrosas. Debido al hecho de que soy joven es muy posible que necesite de una operación para poder mantener la audición. Cómo de rápido puede desarrollarse este tumor es la pregunta del millón.
Por muy raro que suene esto, ahora mismo me siento aún más afortunada sabiendo que hay cosas peores en la vida que todo esto. Los últimos meses han sido increíblemente duros en mi cuerpo, en mi mente y en mi tenis, pero sé que al final todo va a estar bien. Cuando se enteró de la noticia, mi entrenadora, Lisa, me dijo: "Todo va a estar bien, Al, has sobrevivido a todo y seguirás haciéndolo. Eres una luchadora, eres muy fuerte. Eres una Kiick". Eso se me quedó grabado... "Soy una Kiick".