
Detrás de un doble 6-0 siempre se esconde una gran historia. Bueno, vale, no siempre, en ocasiones la diferencia de talento es la única respuesta. Sin embargo, cuando se trata de los mejores tenistas de la historia, y cuando digo los mejores me refiero a los números 1 del mundo, resulta inconcebible verles caer de una manera tan sonrojante. Si hace unas semanas os traía la derrota más dura en la carrera de Monica Seles, esta vez nuestro protagonista es Ilie Nastase. El rumano no necesita presentación pero, por si acaso, diremos que fue doble campeón de Grand Slam, cuatro veces maestro y, como guinda del pastel, también fue el primer Nº1 oficial que registró el ranking de la ATP. Eso sí, nada de esto le sirvió en el torneo de Montecarlo de 1981, donde Guillermo Vilas le sacó del cuadro sin el derecho a sumar un solo juego. Años más tarde, el de Bucarest se encargaría de explicar aquel resultado tan desastroso.
Una vez más, nos subimos a la máquina del tiempo y retrocedemos cuarenta años. Eran principios de los 80 y el circuito masculino estaba dominado por otra máquina llamada Björn Borg, aunque sus días en lo más alto estaban contados. Desde su llegada, el sueco había ido dejando varias víctimas por el camino, entre ellas el gran Ilie Nastase. A sus 34 años, el rumano recorría los últimos kilómetros de su carrera, etapa donde decidió enfocarse en disfrutar del circuito debido a la imposibilidad de avanzar a las rondas finales de los grandes torneos. Nasty ya estaba de vuelta, pero todavía mantenía ese imán hacia lo excéntrico, la controversia, el puro show. Sus últimas temporadas estuvieron cargadas de grandes polémicas, episodios desagradables con la prensa y fuertes sanciones por parte de la ATP debido a su comportamiento. Ilie solo quería divertirse, nada más, y con esa intención llegó al torneo de Montecarlo en 1981, donde el sorteo le emparejó en primera ronda con uno de sus mayores archienemigos: Guillermo Vilas.
Por aquel entonces, Nastase estaba ya fuera de los cincuenta mejores del ranking, apenas había sumado once victorias en sus siete primeros torneos del año, pero el duelo directo con Vilas le motivaba especialmente. El argentino, Nº5 mundial y con tres títulos capturados en aquel inicio de temporada, estaba entrenador por Ion Tiriac, el padrino de Ilie en este deporte. Tiriac fue quien le acompañó en la transición de niño a hombre dentro del tour, quien apostó por su talento cuando nadie más creía en él, incluso llegaron a ganar once campeonatos formando pareja de dobles, entre ellos un Roland Garros. El mismo Tiriac que acabaría chocando con Nastase debido a sus fuertes temperamentos, hasta el punto de perder la relación a principios de los setenta y no recuperarla hasta haber colgado ambos la raqueta. Pero a Ion le llovían las ofertas, era un mentor incomparable, un adelantado a su tiempo, por eso el destino lo puso en el camino de Vilas, para convertirlo en la leyenda que luego sería. Era una primera ronda con mucho morbo, un partido que al rumano le hubiera encantado ganar, aunque eso no le iba a privar de tomarse unas copas la noche anterior.
Montecarlo, fama y dinero. Tres factores unidos que te empujan a portarte mal, aunque esta vez la mala suerte tendría un papel fundamental. Después de una noche de juerga –una más, nada en especial– Nastase conducía su Mercedes de vuelta al hotel acompañado de Bambino, un guardaespaldas que se convirtió en su sombra durante sus últimos años en el circuito. De repente, otro Mercedes de una gama superior se cruzó en su camino, suficiente para que a Ilie se le iluminaran los ojos y buscase adelantarlo. Pero la maniobra no sale bien y ambos vehículos terminan rozándose en mitad de la carretera. Sin nadie más en la escena, Nastase baja la ventanilla, saca la cabeza e increpa a su nuevo amigo. “¡Tú, hijo de puta! ¿Qué cojones estás haciendo?”. En ese momento, un hombre cercano a los 2m de altura se baja del otro Mercedes y le responde: “¿Qué es lo que has dicho?”. Si fuese una película, más de uno hubiera agarrado las palomitas.
El de Bucarest, con ese carácter bravucón incontrolable, pensó que lo más inteligente sería repetirle de nuevo la frase a aquel hombre. “¿Qué cojones estás haciendo?”. Pero esta vez, en vez de añadir un insulto, lo que hizo fue darle un toque a Bambino, al que el sueño le había impedido disfrutar del numerito. “¡Sal de aquí! ¡Ya!”, exclamó el rumano. Ilie todavía no sabe muy bien cómo se libró de aquella, pero justo cuando ya tenía encima a aquel desconocido, Bambino apareció desde la nada para noquearlo de un solo golpe. El hombre cayó desplomado contra el pavimento, en seco, hasta el punto de que ambos se temieron lo peor.
De repente, una mujer totalmente poseída salió gritando de aquel Mercedes. “¡Han matado a mi marido! ¡Mírenlo! ¡Nastase, es usted un mafioso! ¡Mírenlo todos, su guardaespaldas también es un mafioso!”, bramaba descontrolada. Como si de una comedia se tratase, todo esto sucedió delante del lugar menos indicado. Podría haber sido un colegio, una peluquería, un concesionario, una Iglesia, pero ninguna de estas fueron la opción correcta. Todo aquello tuvo que suceder delante de una comisaría de policía. Así que allí saltaron rápidamente dos agentes para poner orden, aunque de esto ya se había encargado Bambino. Con los dos coches parados, superada ya la medianoche y aquella mujer repitiendo continuamente que su marido era alguien muy importante, a Nastase le vino a la mente que al día siguiente, a las 11:00 de la mañana, tenía un partido con Vilas. Un duelo que desempataría el H2H de 5-5 que tenían hasta el momento.
Tras un tiempo inconsciente, el hombre golpeado por fin abrió los ojos y fue enviado a un hospital. Por su parte, Nastase y Bambino ponen rumbo a comisaría para testificar lo ocurrido. El rumano pensó que todo aquello habría terminado en unos minutos, pero la cara del policía al dirigirse a él decía todo lo contrario. “Ilie, has tenido mala suerte. Venimos teniendo muchos problemas con este tipo, casi todas las semanas, pero es alguien con mucho poder”, reconoció el agente. Al parecer, aquel hombre y su hermano eran dos de los mayores constructores de Montecarlo, tenían bancos en propiedad y patrocinaban grandes eventos. Uno de los dos tenía que pagar el peaje más duro y ese fue Bambino, quien tuvo que pasar la noche entre rejas. A Nastase le dejaron volver al hotel, pero acompañado. Primero revisaron de arriba a abajo la habitación de su guardaespaldas, cada centímetro, hasta debajo de la cama. Los agentes buscaban una pistola… y la encontraron.
Aquí es donde el rumano empezó a perder la cabeza, aunque insistió una y otra vez en que Bambino tenía una licencia en Italia para llevar armas de fuego. “Por favor, ¿puedo irme ya a la cama? Mañana tengo un partido a primera hora”, les rogó el rumano. “Lo siento señor, ahora tendremos que registrar también su habitación”. Finalmente, a la 01:30 de la madrugada pudo por fin meterse en la cama, aunque no fue para descansar. Durante toda la noche, Nastase estuvo recibiendo llamadas con una cadencia de 30 minutos. Una llamada cada media hora donde no respondía nadie, solamente se escuchaba una respiración e inmediatamente colgaban. En ese momento, el tenis pasó a ser lo menos importante.
Un partido que jamás olvidará
A las 08:30 de la mañana, el rumano estaba plantado como una vela en comisaría. Allí se presentó con el certificado italiano de posesión de armas y un croissant para Bambino, el peor parado de todos. Nastase había tenido mala suerte –la que él mismo se había buscado–, pero su fama le iba a ayudar a salir de aquel laberinto. “Solamente hay una persona que me puede ayudar en este momento”, pensó. Y así fue fue como el mismísimo Príncipe Alberto de Mónaco, con el que tenía una estrecha relación, se presentó en comisaría para acelerar todo el proceso. Ilie –que había ganado en Montecarlo en las ediciones de 1971, 1972 y 1973– sabía perfectamente a quién arrimarse, así que jugó la carta más fuerte. Bambino quedó liberado al instante y el rumano pudo por fin acudir al torneo y centrarse en su partido de primera ronda. ¿He dicho centrarse? Bueno, para esto ya era demasiado tarde.
“Cuando entré en pista para enfrentarme a Guillermo me sentía tan agotado y tan estresado que apenas tenía fuerzas para sostener la raqueta. Minutos después, terminé recibiendo la derrota más dura de mi carrera. Me sentí totalmente desnudo frente al mundo, pese a que ninguno de los allí presentes conocía la historia que acababa de vivir”, reveló Nasty años después en su autobiografía. Aquel sería el único 6-0 6-0 que recibiría en su larga trayectoria como profesional, aunque el partido más importante, el de la vida, lo había ganado la noche anterior.