Ni siquiera Serena Williams puede saber si lo que le pasa por la cabeza tiene valor real o debe esperar a que ese pensamiento se muera y se desvanezca. Si dentro de unos días recupera la energía y la frescura mental que le viene moviendo desde el Open de Australia 2017, cuando levantó su Grand Slam número 23, el último de todos los que figuran en sus vitrinas.
En la mente de Serena Williams está teniendo lugar en estas horas una lucha interna, encarnizada a la espera de que se calme, a raiz de una derrota que debe gestionar para no confundirla con un ultimátum: Naomi Osaka vuelve a evidenciar la diferencia de plenitud que existe entre ambas. A dos pasos del título, otra vez, con victoria sobre Simona Halep, Serena parecía tener de nuevo la oportunidad. Y tras desaprovecharla, las cosas cobran una dimensión diferente.
Hasta ahora, ninguna de las nueve derrotas en los 11 Grand Slams que ha jugado Williams desde enero de 2017, cuando levantó el 23º, habían tenido en Serena una respuesta como la que ha sucedido hoy. La menor de las Williams se ha despedido en la pista parándose más tiempo de lo normal, se ha quedado varios segundos con los pies parados, saludando a la gente durante mucho tiempo mientras recibía una atronadora ovación.
Acto seguido, en una rueda de prensa de poco más de tres minutos, Serena ha roto a llorar y ha dicho "no lo sé". No sabía si esta sería la última vez que visitaría Melbourne, en una reacción muy emocional, sin tiempo para enfriarla, completamente humana, que ha dejado la pregunta en el aire. Seguramente Serena no estaba controlando ese pensamiento; no ha sido meditado, más bien sentido y condicionado por las circunstancias.
Los pesos de la balanza
Sólo el tiempo podrá decir si la llama se apagó de verdad en favor de otra vida diferente, si va a intentar ganar en París, Londres o Nueva York y no volver más a una pista en 2022. Necesita el hielo que aporta el paso del tiempo, compartir lo que sentirá dentro de unas semanas y hacer balance para ver qué pesa más. Ahora mismo, los platos de la balanza están así.
Por un lado, Serena Williams, desde Australia 2017, no ha perdido con una sola tenista, ha perdido con ocho diferentes jugadoras en Grand Slam: Angelique Kerber (Final Wimbledon 2018 - 63 63), Naomi Osaka (Final US Open 2018 - 62 64), Karolina Pliskova (CF Australian Open 64 46 75), Sofia Kenin (3R Roland Garros 2019 - 62 75), Simona Halep (Final Wimbledon 2019 - 62 62), Bianca Andreescu (Final US Open 2019 - 63 75), Qiang Wang (3R Australian Open 2020 - 64 67 75), Vika Azarenka (Semifinal US Open 2020 - 16 63 63), Naomi Osaka (Semifinal Australian Open 2021 - 63 64).
Ocho jugadoras diferentes han puesto a prueba la fortaleza de una tenista que juega para la historia al borde de los 40 años. Ocho jugadoras diferentes, en todos los Grand Slams, que señalan la diferencia que existe entre competir sin añadidos ni ataduras a hacerlo por el trono de todos los tiempos. Pero sobre todo, son ocho jugadoras que le han dado la información que Serena nunca hubiera deseado, la de comenzar a luchar contra una misma, que no es sino darle sentido al reto que se ha propuesto: ver si es capaz de que su afan competidor, su orgullo como deportista, es más fuerte que las dudas generadas por la edad, la derrota y el desafío del 24º Grand Slam.
En el otro plato de la balanza se sitúan otras razones. En parte, se trata de girar esa última razón esgrimida para pensar que todavía puede depender de ella. En ese tira y afoja entre 'dependo de mí para jugar mejor' y 'necesito más cosas ante esta generación de jugadoras que quizás ya no pueda dar', la menor de las Williams es consciente de que la distancia real con ellas tampoco es la de perder en dos sets claros, como así ha sido, ni de no encontrar la calma y la resistencia que nacía naturalmente de ella en su prime.
A su vez, Serena no está cayendo en primeras rondas, no cae ante jugadoras precisamente desconocidas, cae contra ganadoras de Grand Slam en rondas finales en su mayoría. El peso de la derrota que vacía su tanque de energía y crea el pensamiento negativo convertido en ansiedad no es tan grande como el de caer permanentemente a las primeras de cambio. Serena está ahí.
Por todo esto, por lo que ha sido Serena Williams en el mundo del deporte y del tenis, tendría muy poco sentido abandonar si no media ninguna lesión. El relato y la historia serían absolutamente incongruentes si Williams sale de aquí o en unos meses con la decisión de tirar la toalla sin el 24º bajo el brazo. Sigue estando a un partido o dos de hacerlo a pesar de tener 40 años, y la recompensa no sólo es la gloria eterna sino la paz por lograr lo que ha logrado toda la vida, que es derribar records. Las fuerzas van flaqueando pero la esencia debería disipar lo que puede estar sucediendo en su mente. Su esencia como competidora va por delante de la frustración surgida al borde de la cima.