Tarde de domingo. Hugo Gaston lanza otra dejada más que cae muerta sobre el cuadro de saque de Dominic Thiem. Uno de los grandes favoritos al título se retuerce en un nuevo esfuerzo para llegar a otra bola más. El sprint es baldío. Su oponente recoge el guante y le lanza un globo que deja a Dominic sin capacidad de respuesta. La grada ruge bajo la fría noche parisina, en condiciones inhumanas para jugar al tenis (eso han repetido tanto algunos, ¿no?). Thiem no da crédito: ese joven descarado se queda a un palmo de ganarle mientras el mundo atiende perplejo.
Antes de llegar a Roland Garros con una invitación, Hugo Gaston llevaba 5 derrotas seguidas en los cuadros principales del circuito Challenger. Su carta de presentación no era para nada halagüeña: vaticinar un resultado más allá de la primera ronda era un ejercicio de fé que pocos se habrían atrevido a hacer. Y ahí estaba, una semana después, mostrándole al mundo todo el tenis que llevaba dentro. Este ha sido un patrón bastante repetido en el Major parisino: el de historias de guerreros que reflotan del anonimato, desconocidos para el gran público. ¿Por qué?
Resulta enternecedor ver a los mejores jugadores del mundo, los mismos que disponen de facilidades infinitas en cada evento que pisan, jugar bajo condiciones que cualquier jugador de club puede experimentar en su día a día. Partidos nocturnos en meses donde el calor no pega tan fuerte; gélidas temperaturas que hielan el alma y te obligan a dar un esfuerzo extra. Claro, no debería ser impedimento. El tenis eres tú, la pista, tu oponente y nadie más. En cada ejercicio de supervivencia que un partido supone, has de llegar al final siendo el mejor. El resto es totalmente secundario.
Y esto es algo a tener en cuenta en una época donde las facilidades han quedado aparcadas, donde deberíamos valorar más que nunca la simplicidad de las cosas. Mientras tenistas como Feliciano López rajaban sin control por todo tipo de componentes externos, tipos como Daniel Altmaier se centraban en hacer su trabajo. Ajeno al drama de Feli, Daniel conseguía su primera victoria de Grand Slam. Sí, está claro que no es ni cómodo ni ideal disputar un duelo sobre tierra batida, en septiembre, en horario nocturno. Supongo, aún así, que un tipo que ha estado más de un año fuera de la competición y que hace un año no tenía ranking no prestaría ni la más mínima atención a esto.
Cuando tu carrera pende de un hilo, cuando juegas en lugares donde las pelotas son de lo peor que has visto nunca (y no, no hablo de unas Wilson que seguramente le sabrían a gloria a muchos jugadores de Futures), el frío de Roland Garros no es nada. Aparecen historias de jugadores que necesitaban un único impulso, unas condiciones que igualen a todo el circuito. Historias de jugadores con tenis a borbotones, que esconden momentos complicados y que nos hacen reconectar con la raíz del tenis.
Hugo Gaston, Daniel Altmaier, Nadia Podoroska o Sebi Korda son nombres que no todo aficionado al tenis conocía antes de este Roland Garros. Son tipos que llevan peleando durante meses en los escalafones más bajos del circuito, que saben de buena lid cuáles son las verdaderas dificultades de este deporte. No, éstas no son la temperatura de un termómetro o la presión de una pelota fabricada para que la utilicen los mejores.
En cada partido ganado, el tenis en su forma más pura estaba de enhorabuena. Este Roland Garros ha sido un triunfo del romanticismo, de ese 'amateurismo' escondido en clubes y canchas pequeñas. En el mayor escenario del mundo, los actores secundarios de una obra global decidieron adjudicarse el papel de protagonista y bailar delante de la gente. Para ellos, estas dos semanas son el regalo a meses y meses de trabajo. El reconocimiento del público es la validez al sueño que persiguen.
Este Roland Garros, sumergido entre las dudas de tenistas que tienen la vida solucionada, ha dado vida a los pequeños gigantes de nuestro deporte. Ahora solo queda seguir dándole la voz que se merecen.