Dan igual las condiciones, las circunstancias y todo lo que se haya hablado antes. Llegamos a Roland Garros y solo un hombre es el guardián de la Copa de los Mosqueteros. Rafael Nadal consiguió su 13º Major en París tras vencer a Novak Djokovic en un partido donde fue ampliamente superior en todos los aspectos del juego. El 6-0, 6-2 y 7-5 refleja una superioridad espectacular, que se basó en uno de los mejores sets de su carrera (el primero) y que fue capaz de mantener de forma constante a lo largo de las 2 horas y 42 minutos de juego. Djokovic se mostró irregular al saque y ni siquiera una respuesta tardía en el tercer set fue suficiente para arrancarle un set al Rey de París.
Lo lógico hubiese sido pensar que las condiciones más lentas bajo techo beneficiarían a Djokovic, que harían sus golpes planos obtener mayor mordiente y rebajaría la viveza de las derechas de Nadal. Nada más lejos de la realidad. El resultado final del primer set haría a muchos pestañear de sorpresa. ¿Un rosco en una final de Roland Garros? ¿El número uno del mundo encajando un 0-6 en contra en un partido histórico? Sí, se estaba dando por un cúmulo de factores bastante interesante.
Tácticamente, el duelo empezó siendo un auténtico baño por parte del manacorí. Su revés estaba absolutamente prendido, siendo la clave para cambiar el rumbo de muchos de los intercambios. Con Djokovic tratando de abrir juego con su derecha cruzada, creando ángulos que le permitiesen entrar en pista, Rafa devolvía una y otra vez reveses que no encontraban una respuesta clara del serbio. Las condiciones extremadamente lentas de la pista, además, ayudaban a que el manacorí devolviese absolutamente todo. Los golpes de Nole no conseguían penetrar sobre la arcilla de París.
La clave para el serbio, por supuesto a nivel negativo, fue su paupérrimo porcentaje al saque. Ante el superlativo nivel mostrado por Nadal, resulta completamente imposible hacerle daño sin conseguir puntos gratis con su primer saque. Siendo además un elemento tan identificativo en estos últimos años, un aspecto tan mejorado y de vital importancia en su arsenal, el 42% de primer saque y el 27% de puntos ganados con el primer saque era un hándicap competitivo que ayudaba a que el marcador nos dejase tan ojipláticos.
A pesar de alcanzar en varias ocasiones el deuce con el saque del español, todos los puntos importantes cayeron del lado de Rafa. En todos pudo sacar a relucir su derecha invertida, y su intensidad y nivel solo hacían más que subir. Sobre la Philippe Chatrier, el 12 veces campeón en París volaba.
Cuando algo así ocurre, cuando recibes un 0-6 en contra, lo lógico es desesperarte y frustrarte. El caso es que más allá de sus porcentajes al saque, no existía la sensación de que Djokovic estuviese desplegando un mal nivel. 11 winners y 13 errores no forzados no parecen baremos propios de alguien que es incapaz de ganar un solo juego. El serbio abrió el segundo set estableciendo su primera ventaja en todo el partido, con la esperanza de poder cambiar la dinámica del encuentro. Nada más lejos de la realidad.
Lo que se avecinaba por delante era la segunda parte de la ‘tormenta Nadal’. Incluso tras elevar su nivel al servicio, Djokovic no veía ninguna grieta en el juego de Rafa. El serbio empezó a desesperarse y precipitarse algo más, elevando su cuenta de errores no forzados, completamente erosionado mentalmente ante la actuación del manacorí. Llegados al 6-0 y 5-1, Nadal solo había cometido 3 errores no forzados. ¡Solo 3! En un duelo de esta intensidad, la estadística presenta tintes históricos. Novak trataba de variar el juego, tirando de la dejada ocasionalmente, pero ni mucho menos como rutina como hizo ante Tsitsipas.
A pesar de apuntarse sus dos primeros juegos del partido, Djokovic dejó peores sensaciones en el segundo set. Acumuló 17 errores no forzados y perpetró la sensación de que conseguir ganarle un punto desde el fondo a Rafa era absolutamente imposible. La desventaja de dos sets a cero ponía al serbio en una situación insólita: nunca había sido capaz de remontar esta desventaja ante el mallorquín.
El tercer set fue el parcial más igualado de todo el encuentro. Nadal bajó un punto su intensidad y a pesar de colocarse break arriba muy pronto, Novak despertó por primera vez. Empezó a ganar puntos gratis con su servicio, su derecha fue un poco más punzante y, sobre todo, cambió su actitud corporal. Gritó, ventiló toda la intensidad guardada durante más de dos horas. Era una especie de sonido desesperado, una manera de hacer saber al mundo que él estaba ahí, a pesar de que enfrente tenía a una bestia indomable.
Nadal equilibró pronto las fuerzas y dispuso de una oportunidad inigualable para asegurarse la final. Con 4-4 y ventaja, Djokovic se jugó un segundo saque a la línea y metió un revés cruzado imposible para negarle a Nadal su primera oportunidad. No ocurriría esto con 5-5, con la primera ventaja de un Rafa que, a pesar de estar algo lejos de su nivel imbatible del primer set, seguía a un nivel de solidez e intensidad que el serbio no podía igualar de forma consistente.
Con un ace, como lo hacen los campeones. Así cerró Nadal otra final en Roland Garros, volviendo a hacer de algo extraordinario rutina. Es una victoria especial, que significa muchísimo a nivel histórico. Rafa iguala los 20 Grand Slams de Roger Federer, algo que parecía inimaginable en 2017 y que sitúa en contexto la época de dominación que estas bestias siguen llevando a cabo. Djokovic se irá con un regusto agridulce de París, alejándose de sus dos rivales del Big-3 en la cuenta total de títulos pero con el récord de semanas como número 1 prácticamente en la mano si mantiene un buen nivel de aquí a final de año.
Mientras tanto, sigamos disfrutando del tenis y démosle todo el crédito a un competidor imbatible, eterno. Nadal y Roland Garros, la historia interminable que continúa a pesar de todo. Una vez más.