El partido que cambió la carrera de Andre Agassi

En una carrera de grandes altibajos, Andre Agassi llegó a Canadá en 1994 buscando una victoria. Un partido poco conocido que tuvo enormes consecuencias

Carlos Navarro | 16 Aug 2020 | 21.25
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Brad Gilbert abraza a Agassi tras conquistar el Us Open 1994. Fuente: Getty
Brad Gilbert abraza a Agassi tras conquistar el Us Open 1994. Fuente: Getty

Las carreras de los grandes jugadores esconden pequeños momentos que acaban convirtiéndose en puntos de inflexión. Pasa con todo en la vida, realmente. En los ejemplos negativos y en los positivos, resulta verdaderamente extraordinario reflexionar cómo unos segundos, minutos u horas acaban marcándote de por vida. Una copa de más en una noche cualquiera puede castigarte durante mucho tiempo; una respuesta correcta tomada en el último segundo puede marcar tu futuro cercano. Y pensar en que muchas de estas circunstancias, a veces, escapan de nuestro control, acojona aún más.

Digamos que a inicios de 1994 Andre Agassi no estaba en control de su carrera. Corrían tiempos de cambio para el chico de Las Vegas. Normal, claro: su carrera fue una constante pelea interna entre cambiar o no hacerlo. En aquel momento, sin embargo, los cambios habían sido notables. Agassi se había liberado de Nick Bollettieri y de su chica desde la adolescencia, Wendi. Había cambiado de novia, pero no aún de entrenador. Agassi, embrujado ahora por Brooke Shields (quien sería su primera mujer), se recuperaba de una operación en su muñeca derecha. Su ranking había caído; la gente hablaba de Pete Sampras.

En su primer torneo tras la vuelta, Scottsdale, Agassi se enfrentó en cuartos de final a un viejo conocido, un perenne compañero de circuito. Brad Gilbert, a sus 32 años, empezaba su cuesta abajo. Era un tipo totalmente diferente a Andre en la pista: conseguía mucho con muy poco. No tenía golpes definitivos, pero sabía moverse por la pista, cambiaba constantemente de velocidades y terminaba por tejer una tela de araña que atrapaba a su rival. Era el perfil de tenista que Agassi más odiaba.

Tras caer ante Fabrice Santoro en Indian Wells, Agassi y su agente y amigo Perry se reunieron. Era hora de buscar un nuevo entrenador. Perry convenció al de Las Vegas de darle la oportunidad a un Gilbert que recién había publicado un libro sobre como 'ganar feo' (Winning Ugly). Agassi tenía algunas reticencias, pero se disiparon cuando Gilbert analizó con precisión de cirujano su juego en su primera reunión. Allí, entre Bud Ice y vinos, se acababa de forjar un vínculo que acabaría llegando a la cúspide del tenis.

Pero no vayamos tan deprisa. Cuando un entrenador trata de implementar cambios tan bruscos en el juego de alguien, los resultados tardan en llegar. Gilbert trataba de convencer a Agassi de que en el tenis no hay que jugar perfecto ni bonito: hay que jugar para ganar. Muéstrate sólido, ataca los puntos débiles del rival, sé consistente. Conceptos desconocidos para alguien con potencial ilimitado en sus golpes, forjado en una juventud a la que le habían quitado el timón del rumbo. "¿La perfección? Habrá unas cinco veces al año en que te despiertes perfecto, en que no puedes perder contra nadie. Pero no son esas cinco veces al año las que te hacen jugador de tenis. Ni ser humano, ya puestos".

El poder de la mente tardó en calar en Agassi. Perdió contra Kafelnikov, contra Washington, contra Pescosolido, contra Muster en un partido durísimo en la Suzanne Lenglen, contra Todd Martin en otra maratón en la Pista Central de Wimbledon. Nombres contra los que el mejor Agassi ni se acercaría a caer. A pesar de todo, la reacción al llegar al vestuario siempre era la misma. "Van a pasar cosas buenas, Andre". Brad no dejaba de repetírselo.

De hecho, en una ocasión Gilbert convenció a Agassi de por qué ese plan iba a cuajar, de por qué su confianza en el Kid de Las Vegas se mantenía intacta más allá de las derrotas. "Tienes que sufrir. Tienes que perder un montón de partidos muy igualados. Y, entonces, un día, ganarás un partido muy igualado y los cielos se abrirán y tú saldrás adelante. Necesitas ese primer paso, esa abertura del cielo. Después, nada te impedirá ser el mejor jugador del mundo".

Estamos en agosto, en Toronto. Brad echa un vistazo al cuadro. Nada bueno, dice. En segunda ronda espera un hombre capaz de hacerle la vida imposible a Agassi. Su nombre es David Wheaton, un gigante cuyo tenis es inversamente proporcional a su carácter fuera de la pista. Como ya contamos aquí, Wheaton se convirtió en un predicador cristiano tras colgar la raqueta. Antes había tenido tiempo de ganar tres veces en cuatro partidos a Agassi, una de ellas en Wimbledon. ¿Ganar? Qué digo ganar: sacarle a base de cañonazos fuera de la pista.

El partido entre Agassi y Wheaton fue de todo menos vistoso. Fue tosco a la par que igualado; extraño a la par que intenso. Andre cuenta que la Pista Central de Toronto se le hacía tan, tan chica que su rival parecía medir tres metros. Bomba tras bomba, Agassi y Wheaton llegaron al tie-break del tercer set. Su desarrollo hacía indicar que tocaba otra derrota demoledora para André, otro partido en el que el nuevo Agassi remaría para quedarse en la orilla. Ya visualizaba las palabras de Gilbert, derrotado en el vestuario: "Confía, André. Van a pasar cosas buenas".

Sin embargo, por cosas del destino o del azar que esta vez sí que salen, Agassi se revuelve contra sus fantasmas y salva dos bolas de partido. Remonta, rema y acaba imponiéndose por 9-7 en el tie-break del tercer set. Es increíble como en cuestión de minutos tu vida puede dar un vuelco. Detalles como una derecha que se va por dos centímetros sin saber hasta qué punto eres tú o ha sido el destino quien lo ha querido así. Aquel duelo de tercera ronda en el Masters 1000 de Canadá iba a cambiar, por muy exagerado que pueda sonar, la carrera de Andre Agassi.

"Este es el partido que tú me dijiste que ganaría, Brad. Este es el partido que tú me dijiste que marcaría el cambio". La reacción de Gilbert, sentado en el vestuario, fue tan poco elocuente como sincera. "Muy bien, Pequeño Saltamontes. Dar cera, pulir cera".

Aquella victoria ante David Wheaton desencadenó uno de los periodos más exitosos en la carrera de Andre Agassi. El estadounidense se impuso en Canadá, consiguiendo su primer gran título del año, y unas semanas después se alzó con su segundo Grand Slam en Nueva York, dejando por el camino a todos sus antiguos verdugos en aquel 1994: Thomas Muster, Todd Martin, Michael Chang y por último Michael Stich en la final. En 1995, Agassi subió a la cima del ranking por primera vez.

Todo eso se cocinó en un minúsculo rincón de la Pista Central de Toronto. Esa pista era una página en blanco, y Agassi esta vez sí bailó por los márgenes sin caer al abismo. Luego la rellenó, y más tarde escribió uno de los más gloriosos capítulos de su carrera. Aquel duelo cambió su carrera y demostró que los puntos de inflexión nacen cuando menos te lo esperas. Y si no, escuchen a Brad Gilbert y aplíquenselo en su vida personal: confía, van a pasar cosas buenas.