Un viaje por la carrera de Thomas Muster
Un reportaje de ATP repasa dónde estuvieron los puntos de inflexión del ex Nº1 austriaco, incluido un accidente en 1989 que a punto le costó la retirada.


No hay mejor momento para repasar una carrera brillante que cuando ésta llega a su fin. Ya hace mucho tiempo que Thomas Muster colgara la raqueta, primero en 1999 y una segunda vez en 2011, aunque esta segunda etapa mejor no recordarla. El austríaco tocó el cielo en el circuito alcanzando el Nº1 del mundo, conquistando Roland Garros y sumando 44 títulos ATP, algunos de los muchos logros que atesora. En un reportaje de ATP, el propio jugador destaca cuáles fueron los puntos de inflexión de una trayectoria que tuvo de todo.
Por ejemplo, muchos recuerdan los triunfos importantes de Muster en los años 90 pero pocos saben que un accidente sufrido en Miami 1989 a punto estuvo de acabar con su carrera. Sucedió justo después de clasificarse para la final, arrollado por un coche que no miró donde tocaba y le dejó en silla de ruedas seis meses. Pudo haber sido el desenlace más trágico para un talento prometedor, pero el tesón del austriaco pudo con todo. “Tuve suerte de sobrevivir a eso. Podría haber sido mucho peor… fue una terrible situación, pero fue una forma de poner los pies en la tierra y centrarme más en los que quería hacer”, reconoce el de Leibnitz.
Desde aquel triunfo, posiblemente el más importante de todos los que tuvo, Muster siguió firmando pasos hacia delante y creciendo en el ranking. Quemando etapas, sin saltarse ninguna, su nombre apareció en el top10, su presencia era cada vez más habitual en las ceremonias de trofeos, incluso muchos le veían ya como uno de los grandes referentes sobre tierra batida. Inolvidable será siempre la primavera de 1995, donde el mundo le vio ganar en Montecarlo una final en la que nadie apostaba por él. “No sé cómo gané el partido”, aseguró Thomas tras una remontada épica ante Becker. “Después de lo que pasó ayer y sin apenas descanso, no creía que fuese capaz de jugar hoy. Me gustaría agradecer a los servicios médicos que consiguieron que estuviese preparado para jugar”, reconoció tras un duelo durísimo ante Gaudenzi en la ronda anterior.
Ya se veía que el zurdo tenía algo especial cada vez que pisaba la tierra batida, se transformaba, y eso se reflejó como nunca en Roland Garros, el primer y único Grand Slam que amarraría en su carrera. “Tener un Grand Slam en el bolsillo es muy especial. Puedes imaginar el peso que te quitas de encima cuando ganas el punto de partido, disfruté mucho de ese momento. Estaba muy emocionado”, confesó tras machacar en tres mangas a Michael Chang, campeón seis años antes.
Siguiendo esta continua evolución y teniendo en cuenta que en 1995 le vimos ganar doce títulos (once de ellos en polvo de ladrillo), era cuestión de que Muster rindiera a cierto nivel en el resto de superficies para que se le planteara en algún momento la oportunidad de ser Nº1 del mundo. Esta puerta no se abriría hasta el mes de febrero del año siguiente, justo en la gira menos esperada, con eventos sobre hierba y moqueta. El premio era más que merecido, aunque solo lo pudiera saborear unas semanas. “Mi número 1 en 1996 se apoyó en los doce torneos ganados en 1995. Honestamente, no sé cuántas personas pueden decir que han sido número 1 en algo, que fueron los mejores del mundo. Me encantó ese momento”.
No mentimos si decimos que desde aquel día, Muster ya no volvía a brillar con tanta luz. Siguió ganando, de hecho ese 1996 fue otra demostración de su poderío en arcilla (siete nuevos trofeos capturados), pero lo mejor ya había quedado escrito. La historia llevaría su nombre por siempre. “Tengo muchas cosas que contar, así que espero que un día pueda tener nietos y me pregunten, me encantaría contarles estas historias. Disfruté de todo lo que hice nunca me arrepentiré de ninguna de mis decisiones, la decisión de ser tenista profesional fue la mejor que he tomado en mi vida. Hubo un deseo, hubo un sueño y hubo éxito. Sólo tienes que creer en ello para lograrlo”, concluye.