
Es llegar a los Grand Slams europeos y una larga lista de nombres ocupa nuestra mente. Algunos pensarán en Roger Federer, otros en Rafa Nadal, quizá Serena Williams, Steffi Graf o Bjorn Borg. Pero si hay alguien que dominó como nadie los torneos de verano, esa fue Suzanne Lenglen. Una pionera del tenis que dominó con mano de hierro la disciplina en los felices años 20, conquistando seis veces el título en Roland Garros y otras seis veces el de Wimbledon. Tierra batida o hierba, no le importaba, la francesa era tan superior al resto que no notaba el cambio de superficie, llegando a acumular 181 victorias consecutivas (perdió siete partidos en un período de catorce años). Aprovechando estas semanas de parón y añoranza por las antiguas historias, hoy recordaremos una que dejó marcada para siempre a la tenista parisina. El día que dejó plantada a la Reina de Inglaterra.
Por si acaso hay algún desubicado en la sala, sobre todo los más jóvenes, usaremos este segundo párrafo para situar un poco en contexto y analizar el peso que tuvo esta mujer en la evolución del tenis. Lenglen nació a finales del s.XIX (1899), con 13 años su padre le regaló una raqueta y dos años después ya estaba disputando su primer gran final en el circuito. Lo hacía gobernando el campeonato de Francia, evento que acabaría transformándose en lo que hoy conocemos como Roland Garros. La I Guerra Mundial detuvo su irrupción y no fue hasta 1919 cuando recuperó su protagonismo en las pistas, arrasando prácticamente en cada torneo que jugaba. Le llamaban ‘La Divina’ por su manera tan fluida de correr y golpear, además de por el aura que desprendía en cada triunfo, así fue como se convirtió en la primera gran campeona del tenis femenino, terminando por dar nombre en 1997 a la segunda pista en importancia del Grand Slam francés.
Pero no solo fue una líder por sus resultados, también por su manera de vestir y sus reivindicaciones a favor de los derechos de la mujer. Como amante de la moda y de la estética, Suzanne dejaba sin habla a todos los presentes cuando en 1921 se convertía en la primer mujer en saltar a una pista de tenis sin corsé, con los brazos descubiertos y una falda que llegaba hasta un palmo por debajo de las rodillas. Se había cansado de competir con el clásico vestido largo, había llegado el momento del cambio. Con ella empezó todo, una larga lista de referentes femeninos que con el paso de los años han seguido luchando por la igualdad y las libertades de la mujer.
Pasó a la historia también por sus peculiares turbantes, sus increíbles voleas y por una curiosa ‘manía’ que tenía en mitad de los partidos: beber coñac. Así lo hacía: entre set y set, le pedía a su padre que le acercara la botella y así extraer las vitaminas necesarias para rematar su partidos. Los que la vieron, aseguran que después de estos tragos ocasionales jugaba todavía mejor, varias finales quedaron sentenciadas a raíz de algún copazo. La gente la adoraba o la odiaba, no había término medio, pero todos hacían colas para verla. Ella estaba encantada, también de ayudar al tenis femenino a copar varias portadas que, por aquel entonces, solían ocupar otros genios de la raqueta como René Lacoste, Jean Borotra o Bill Tilden. Casi nada al aparato. Su estrella creció tanto que incluso el personaje acabó por ensombrecer a la persona, destellos de diva que nos dejaron capítulos como el que hoy recordamos.
Wimbledon 1926. Un torneo que ya le había visto ganar en seis ocasiones de las siete que lo había disputado. Allí levantaría su primer Grand Slam y allí le tocaba defender corona un año después de su sexto título, pero esta vez el desenlace sería completamente diferente. Son muchas las voces y debates que han surgido de lo hechos que sucedieron aquella tarde, sobre todo en lo referente a los motivos, pero lo que es innegable es que Suzanne Lenglen dejó plantada a la Reina de Inglaterra en pleno torneo. ¿Cómo pude ocurrir algo así?
Era la primera ronda del cuadro, con la pista llena y Queen Mary junto a su esposo Jorge V presentes en la grada. ¿Dónde estaba la campeona? ¿Dónde estaba Suzanne? No se presentó. La francesa abogaría más tarde a que nadie le informó de los horarios, aunque sus rivales de vestuario advirtieron que ese retraso se debía a que la noche anterior había sido movidita. Lenglen, que siempre pedía jugar con horario de tarde por lo mal que llevaba madrugar, se ganó miles de críticas por su actuación.
Ese partido individual solo era el primero de los dos que Lenglen debía jugar esa tarde, ya que después tenía un dobles. Tanto la jugadora como su círculo se cansaron de repetir que solamente estaban informados del segundo de ellos. La fueron a buscar a su camerino, intentaron convencerla, pero ella no quiso escuchar. Mientras tanto, la Reina de Inglaterra seguía en su box, esperando a la Divina. Jean Borotra intentó mediar con su compatriota, pero lo que terminó haciendo fue disculpándose ante la Reina por los sucesos. Suzanne se salió con la suya y ese encuentro terminó por disputarse días después, aunque aquella edición de Wimbledon terminaría por mermar la fortaleza mental de nuestra protagonista.
Su recorrido solo alcanzó hasta la tercera ronda, pero eso no fue lo peor. Los pocos partidos que disputó fueron en pistas menores, con gradas vacías y un ambiente muy hostil. Parecía que ya nadie se acordaba de quién había sido la reina sobre el césped londinense en los últimos años. Tanto le afectó aquello a Lenglen que al año siguiente, en 1927, cerraría su etapa como amateur y se pasaría al profesionalismo. Esa aventura tan solo duraría una temporada, ya que su carrera como tenista acabaría en 1928, cuando decidió retirarse. Diez años después, sin ni siquiera haber cumplido los 40, una leucemia se la llevó para siempre. Esas fueron las últimas páginas de una de las mayores leyendas de nuestro deporte.