Hay tenistas que a pesar de no haber alcanzado el número 1 del mundo o carecer del palmarés que algunos de sus rivales consiguieron, merecen un lugar de excepción en la historia del tenis. Una de ellas es, sin lugar a dudas, Conchita Martínez. El carácter épico y de pionera con que se engalanó la aragonesa con ese memorable título en Wimbledon 1994 le aseguró un lugar en el olimpo del deporte español y mundial. Pero hubo mucho más.
Finalista en el Open de Australia 1998, en Roland Garros 2000, número 2 del ranking WTA y con 33 títulos en sus vitrinas, el papel desempeñado por Conchita en el torneo de Roma fue simplemente memorable. Conviene echar la vista atrás y comprobar la grandeza de una mujer que ha sabido reconvertirse, situándose como una de las grandes expertas del tenis mundial y un diamante en los banquillos, pero también en su labor divulgadora de las maravillas de este deporte, con su destacado papel como comentarista.
No poseía los tiros más potentes ni el físico más notable, pero Conchita ostentaba una capacidad innata para leer los partidos, interpretar el juego de sus rivales y aplicar una inteligencia emocional sublime. Inspirada por un Foro Itálico que se rindió a sus pies, puede alardear de haber sido una de las mejores jugadoras en toda la historia del torneo de Roma, hasta el momento. Y es que solo Chris Evert posee más títulos en la capital romana que ella; la estadounidense ganó en cinco ocasiones por las cuatro de Conchita, con mismo registro que Serena Williams y Gabriela Sabatini. Sin embargo, el hecho de que la de Monzón consiguiera sus cuatro títulos de forma consecutiva, eleva su figura a un estatus superior.
Entre 1993 y 1996, la española no conoció la derrota en el Foro Itálico. Su primer entorchado llegó tras una impecable semana en la que no dejó escapar ni un solo set, imponiéndose con tremenda contundencia a rivales de la entidad de Martina Navratilova, Mary Joe Fernández o Gabriela Sabatini, por 7-5 6-1 en la final. Se repetiría la historia un año después, con triunfos apabullantes en su camino a la final, donde midió fuerzas con una Navratilova que no pudo tomarse la revancha del anterior año. El resultado fue de 7-6 (5) 6-4 y Conchita puso a Roma a sus pies. El público italiano siempre supo reconocer el coraje y estilo particular de una mujer que se convirtió en su musa durante aquellas ediciones.
El tercer título llegó con un solo set perdido, en primera ronda ante Adriana Serra Zanetti, posiblemente fruto del cansancio que supuso para Martínez llegar desde Hamburgo apenas unos días antes del arranque del torneo, tras ganar el título en la ciudad alemana dejando escapar tan solo siete juegos. Era evidente que su confianza estaba por las nubes y se sobrepuso a ese susto inicial para terminar ganando a rivales de la entidad de Mary Pierce y Arantxa Sánchez-Vicario, en la final, por 6-3 6-1. La guinda al póker la puso en 1996, teniendo que sufrir en cuartos de final y semifinales frente a Magdalena Maleeva e Iva Majoli, respectivamente, y acabando con un sólido triunfo frente a Martina Hingis por 6-3 6-2.
Pudo haber agrandado aún más su leyenda, pero en la edición de 1997 sucumbió en la final ante Mary Pierce, cuyo triunfo fue percibido mundialmente como una heroicidad por haber derrocado al fin a la que fue la emperatriz de un imperio forjado en el Foro Itálico. En 1998 se observó el inicio del relevo generacional, con una Serena Williams que se impuso a la española en segunda ronda y vaticinaba ya lo que se avecinaba en años sucesivos.
Conchita siguió siendo competitiva y estuvo a punto de lograr en el 2000 el premio que tanto merecía: un título en Roland Garros. Sin embargo, Mary Pierce se cruzó en su camino, haciendo que Roma quedara para siempre como el torneo predilecto para la española sobre tierra batida. ¿Conseguirá alguien encadenar cuatro títulos consecutivos en la arcilla romana? Por el momento, parece complicado por lo que la hazaña de Conchita Martínez sigue con el poder de la exclusividad.