Juan Aguilera, el primer español en ganar un Masters 1000

Se cumplen treinta años de la victoria ante Boris Becker para conquistar Hamburgo. Aquel fue el primer Masters para el tenis español.

Carlos Navarro | 13 May 2020 | 20.46
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Un joven Juan Aguilera, en la previa de una eliminatoria de Copa Davis en 1983. Fuente: Lawebdeltenis
Un joven Juan Aguilera, en la previa de una eliminatoria de Copa Davis en 1983. Fuente: Lawebdeltenis

En la hemeroteca del tenis español encontramos siempre páginas guardadas, para muchos olvidadas, de tenistas que cimentaron el estatus de nuestro país en el tenis mundial. Desde la época de Manolo Santana o Manuel Orantes, España ha seguido produciendo grandes jugadores encargados de portar la bandera por los mejores torneos del mundo. Cuando la ATP decidió dar el salto y jerarquizar la estructura de los torneos, creando por consiguiente los eventos de Masters 1000 (en aquel entonces llamados Tennis Masters Series), nadie pensaba que uno de los primeros sería conquistado por un español.

Stefan Edberg (x3), Andre Agassi, Andrei Chesnokov, Thomas Muster, Michael Chang, Boris Becker. Una pléyade de nombres estelares que se alzaron con los primeros torneos de esa categoría a lo largo de 1990. Junto a todos ellos se encuentra un menudo barcelonés que se volvió enorme en Hamburgo: Juan Aguilera.

Para añadir heroicidad a esta gesta, Aguilera jugaría su último partido ATP solo un año después. Fue la última gran función de un hombre relativamente olvidado en la memoria del tenis español, y que sin embargo, fue el que abrió las puertas a que nombres como Bruguera, Emilio Sánchez Vicario, Moyá o Corretja empezaran a acumular Masters para nuestro país. Fue el primero de todos. Su gran gesta ocurrió hace 30 años, y su principal víctima era un tipo que se encontraba en el top-3 de la ATP y que poco más de un mes después llegaría a la final de Wimbledon: Boris Becker.

El resultado de aquel duelo (6-1, 6-0, 7-6) no deja lugar a inequívocos. Aguilera se hizo amo y señor de la cancha con un estilo de juego que exasperó al germano. Practicaba un tenis quirúrgico, de esos que ya no se ven. Le quitaba toda la fuerza a la pelota a través de sus deliciosos cortados de revés, que minaron la confianza de Becker y convirtieron el duelo en una sucesión constante de largos intercambios. Esa dinámica de largos rallies de revés a revés era un espiral de la que Boris no podía salir. Aquel duelo, el de Leimen pegó 440 reveses por solo 245 derechas. Esa es solo una muestra de lo que le exigió Aguilera.

Juan encandenó 12 juegos seguidos desde que Becker abriera el partido con un game ganado al servicio. Una bicicleta virtual sostenida por un inmenso nivel de tenis y una consistencia inusitada. Era su semana, y el lo sabía. Ya había despedazado a las jóvenes esperanzas estadounidenses, Jim Courier y Michael Chang. Había sorteado el saque de Ivanisevic en primera ronda; el de Becker no iba a ser menos. La pista de Hamburgo, pesada y lenta, le iba a la perfección. Cuando cansaba a Boris, solo tenía que dejarse llevar aún más, relajar la muñeca e impactar una dejada de revés que lo dejase sentado.

Y luego está el slice. Uno de los mejores reveses cortados de la época, la pesadilla de Becker a lo largo de todo el partido. Un 82% (!) de los reveses que Juan Aguilera tiró aquel día llevaban la firma del cortado. Una barbaridad, algo casi insostenible que acabó siendo una clase perfecta de cómo optimizar cada rincón de la pista, cómo cansar a tu rival y cómo atacar sus debilidades con absoluta maestría.

Decía el escritor Javier Cercas, que siguió plenamente su carrera y formaba parte de su generación a nivel nacional, que "de Aguilera se decía que también era perezoso, que entrenaban poco y que le interesaban más la literatura y el rock and roll". No solo eso; de él exclamó que salvo a Ilie Nastase nunca había visto jugar a alguien con tal nivel de talento. Al final, el mayor logro de Juan se quedó en un rincón de Alemania, en una carrera con altibajos que se cerró con un mejor ranking de número 7 del mundo y 5 títulos a nivel ATP. Dos, claro, en aquel mágico torneo germano.

No sabemos si la pereza fue lo que le provocó desechar el Open de Australia, torneo al que nunca se presentó. Quizás los Grand Slams no fuesen lo suyo, siendo su mejor aparición una cuarta ronda de Roland Garros en 1984, cuando parecía haber alcanzado el cénit de su carrera. Pero aquel barcelonés de talento irrepetible que ahora da clases en el Club de Tenis de Premià de Dalt dejó inscrita su huella en el olimpo de la ATP. Hoy se cumplen 30 años de aquella actuación clínica, de aquel último baile de Juan. Y créanme que merece la pena revivirlo.