El eterno recuerdo de un prodigio intacto

Se cumplen 23 años del día en el que la suiza Martina Hingis se convertía, con 16 años y 6 meses, en la número 1 más joven de la historia.

Martina Hingis. Foto: Sports Illustrated
Martina Hingis. Foto: Sports Illustrated

El look, el peinado, la sonrisa. Todo pertenece a 1997 pero en blanco y negro podría pasar por una tenista de los años 60. Martina Hingis fue un prodigio con cara de inconsciente niña que pasaba por encima de sus rivales, un caso de extrema precocidad que en el tenis en general y en el femenino en particular era bastante común, por más que esta suiza nacida en 1980 llegara al circuito con 14 años y se convirtiera, en estas fechas hace 23, con 16 años y 6 meses, en la número 1 más joven de la historia.

Quien tenga edad y pasión suficiente recordará bien cómo se sucedió aquello. La velocidad de los acontecimientos, vista la hemeroteca para ejercer el respectivo homenaje y recuerdo, fue impresionante. Con 15 años jugó su primera final, en Hamburgo’95, cayendo ante Conchita. Un año después estaba jugando el Masters, llegando a la final, para jugar las finales de los cuatro grandes en 1997, el año del meteorito. Sumando 35 victorias consecutivas desde enero a mayo, solo Iva Majoli en la final de Roland Garros paró una de las mayores irrupciones conocidas jamás.

En su primer torneo, en Filderstadt, Hingis se deshizo de Anke Huber y recibió un Porsche, sin saber ni tener edad para conducir, un perfecto y primigenio ejemplo de que Hingis estaba fuera de tiempo y que precisamente a esa velocidad, a la de un coche deportivo de alta gama, iba a comenzar a correr su carrera, dejando atrás a Novotna, Graf, Conchita, Arantxa, Davenport, Pierce o Capriati. Doce finales de Grand Slam en seis años (97-02) y un posterior desplome, cuando solo tenía 22 años, tras dos operaciones y un desánimo que no recuperó hasta pasados los años, con una renovada etapa, más de diez años después de su primera retirada, en el circuito dobles, reverdeciendo similares laureles (cuatro majors).

Marcada seguramente por estar expuesta a la victoria, el éxito y la presión con una edad muy prematura, su carrera estuvo marcada y plagada de sucesos cuanto menos cuestionables, con un positivo por cocaína en 2007 que le retiró por segunda vez, del que renegó por no querer batallar con la agencia antidopaje, desavenencias con su madre y mentora, Melanie Monitor, quien dejó de acudir a los torneos, e infortunios seguramente propios del desgaste de un cuerpo tierno, con dos lesiones graves de tobillo.

Sin embargo, su recuerdo sigue bastante intacto, y así seguirá. Porque Martina Hingis, tenísticamente, fue uno de los talentos más puros e incipientes de la historia del deporte. Primero, porque su juego era técnicamente impresionante, tan limpio que no necesitaba medir más de 1’70m para dominar el centro, tocar la pelota de manera impecable, con inteligencia y variedad, y segundo, porque su talento había sido acompañado de una mentalidad para la competición del mismo valor. El tenis consiguió crear y retener semejante compendio para goce de sus seguidores. 23 años después, Hingis sigue vigente.

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