La última vez que fui a Roma entré en la ciudad conduciendo, al atardecer, y sobre el cielo se recortaban los pinos romanos, como si crecieran sobre las casas. Vi un cartel que indicaba a la derecha el camino al Foro Itálico, que entonces debía de dormir, pues era octubre. Siempre me han gustado los Internacionales de Italia, como se han llamado siempre. Esos pinos recortados, finos, sinuosos, con las copas en ramillete. En Roma parecen indicar el camino a todos los lugares bonitos.
En Roma, como en Montecarlo, han podido ganar algunos jugadores menos especialistas en tierra. El último (aunque aún no se sabe del todo) podría haber sido Alexander Zverev. En esos casos es como si el Masters unas veces fuera de tierra y por momentos se transformara, se moviera. Aquella vez que entré en Roma en coche pensé en el Foro Itálico como en el Foro de Roma, un sitio lleno de quietud a pesar del tránsito, que por la noche murmuraba como si murmurasen los fantasmas del Imperio para decidir quién y cómo va a levantar la Copa.
En Roma ganó Pete Sampras su único torneo importante sobre arcilla. Y también Andy Murray. Hubo finalistas ilustres, tan poco habituales en la superficie, como Boris Becker (el año que ganó Sampras), Ivanisevic, Krajicek o Patrick Rafter. Allí no ganó nunca Manolo Santana, pero sí Orantes y luego Emilio Sánchez Vicario y Corretja y Ferrero y Mantilla y Carlos Moya, antes que Nadal, que ganó ocho veces. Tampoco ganó nunca Roger Federer y sí Djokovic, que lo hizo en cuatro ocasiones.
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Allí también fueron grandes Nastase, Gerulaitis, Lendl, Chris Evert... Pero este torneo me atrapó cuando Conchita Martínez lo ganaba siempre y nadie parecía darse cuenta. Ganó cuatro años seguidos: a Sabatini, a Navratilova, a Arantxa y a Hingis. Poca broma. Ese reinado romano de Conchita fue delicioso. Fue como un sueño. El talento recompensado y dominante. Conchita era (es) una jugadora deliciosa. Tan deliciosa como un campeonato de tenis que se juega dentro de un coliseo, dentro de un circo, en un foso... siempre rodeado de pinos.
Podría haber sido el Grand Slam sobre tierra en lugar de París. Pero creo que hubiera perdido el encanto. Si yo hubiera sido tenista profesional hubiese querido ganar los Internacionales de Italia casi por encima de cualquier torneo como hizo Conchita (y también Gabriela Sabatini). Esa tierra cuidadosamente apartada y secundaria y elegante (que espera, ojalá, un tremebundo partido entre Rafael Nadal y Novak Djokovic, con todos mis respetos y admiración por Stefanos Tsitsipas y Diego Schwartzman), como ensombrecida bajo el pinar eterno que antaño, antes de que construyeran el estadio, podía ver las finales desde sus colinas y se reflejaba sobre la tierra roja al caer la tarde, igual que lo hacía sobre el cielo la última vez que fui a Roma.