Timea Bacsinszky, de la pesadilla a la esperanza

La suiza relata lo mal que lo pasó esta temporada tras su cirugía en la mano derecha y detalla en qué se equivocó. “Creo que volví antes de tiempo”.

Timea Bacsinszky y su mensaje de amor. Fuente: Getty
Timea Bacsinszky y su mensaje de amor. Fuente: Getty

Hubo un momento a lo largo de la temporada 2018 en la que mucha gente se preguntó: ¿Dónde está Timea Bacsinszky? Una mujer que había subido como la espuma el año anterior, que había pisado semifinales de Grand Slam, que había alcanzado el top10 y que, de la noche a la mañana, había desaparecido. Peor no, la suiza no estaba ni desaparecida, ni escondida, ni mucho menos retirada. Estaba sufriendo por una lesión de difícil tratamiento que le venía acompañando desde hace varios años. Así lo cuenta la propia Timea en una entrevista con la WTA donde confiesa la mala suerte que ha tenido en su camino, aunque también tomó algunas decisiones propias que no ayudaron a mejorar el relato.

Lo cierto es que Timea ha sufrido el drama de las lesiones durante toda su carrera, solo que no con tanta dureza y suspense como esta última etapa. “Esta experiencia ha sido mucho más complicada mentalmente, mucho más difícil. Con las operaciones que tuve de joven no me impidieron seguir entrenando y jugando, era una niña y era muy optimista con el futuro. Esta última vez, llegué a pensar que jamás podría utilizar de nuevo mi mano derecha”, sostiene después de haber despertado a de esta pesadilla. ¿Pero qué tenía exactamente?

“Tuve un quiste de 8mm en medio de la articulación de mi dedo derecho, un quiste que ya era duro, que crecía desgarrándome los ligamentos y tendones. En estas condiciones disputé las semifinales de Roland Garros el año pasado, lo sufro desde finales de 2016, antes de Zhuhai. Los médicos me dijeron que no me preocupara, que siguiera jugando, que ignorara el dolor. Estaba tomando tantos analgésicos que no sentía ya ni mi cuerpo”, revela con dureza.

Un viaje de idas y venidas del que no escapó hasta que tomó la decisión de pasar por el quirófano. “Los primeros meses estuve en Europa para buscar un diagnóstico de la mano y cada médico me decía una cosa. Hubo uno que hasta me aconsejó retirarme, me dijo que aquello significaba el final de mi carrera. Al final elegí un cirujano en Milán para empezar a trabajar con él, era una operación muy especial y muy sensible, tenía que tener la máxima confianza para llevarla a cabo”.

Así hasta que llegó el mes de febrero y Bacsinszky decisión volver a competir. Un paso adelante que al final significarían dar dos hacia atrás. “Empecé muy pronto a entrenar y a jugar en la gira, fue un grave error que tuve con mi equipo, pero esto es algo fácil de comentar a toro pasado. Solo pasaron tres meses desde la cirugía hasta que volví a jugar, no es el mismo caso que tuvo Kvitova pero sí la misma micro-cirugía. Ella estuvo fuera siete meses hasta que volvió, aunque probablemente hubiera necesitado dos más. Luego llegaron otros contratiempos, como la tendiditis de muñeca o la lesión en la pantorrilla. Fue un momento duro, tuve que cambiar de equipo y despedir a Dimitri Zavialoff después de cinco años absolutamente geniales”, valora la de Lausanna, quien no tardó en ‘encontrar’ un nuevo coach.

“Mi nuevo entrenador es Erfan Djahangiri, el que fuera mi primer entrenador. Trabajé con él entre los 14 y los 22 años. No esperaba que esto sucediera tan rápido, pero él estuvo conmigo desde el primer día. Hemos mantenido la relación de amistad todo este tiempo, de hecho, en su día paramos de trabajar juntos porque él tenía hijos pequeños y no podía viajar. Ahora me acompañará durante el 50-60% de los torneos, ya que tendremos el apoyo de otro joven entrenador suizo, así que será muy interesante. Estar las 24h con el mismo coach durante cinco o siete años se vuelve algo muy intenso”, advierte la sexta mejor suiza del ranking.

Uno de los momentos más duros para Timea fuera verse fuera del top700, una situación irreal para alguien que había tocado el top10 hace poco tiempo. “Fue una pesadilla. Deseaba por favor ganar un partido, que me tocara con una rival fuera de forma, lo que fuera. Recuerdo perder en Monteux ante una joven suiza, Ylena In-Albon, por 6-1 y 6-2. Estaba al lado de casa, en mi ciudad natal, con un público numeroso… aquel fue el peor día de mi vida. Me sentía vacía por dentro. Hace 14 meses estaba jugando semifinales de un Grand Slam y ahora no era capaz de ganar un partido. ¿Qué diablos hacía en una cancha de tenis? Fueron días muy difíciles, te planteas todo”, recuerda con dolor. Pero no hay mal que cien años dure y, éste en concreto, no iba a durar mucho más.

“De repente, algo hizo click en mi mente. Mientras lloraba y hablaba al mismo tiempo, me sentía fatal, sentía mucha presión, así que decidí ir a un psicólogo y seguir hablando con un profesional. Ahí me di cuenta de que apenas había tenido aire en los últimos meses porque tenía la espada de Damocles sobre mi cabeza. Tan pronto como traté el tema y entendí lo que era, se desvaneció. Al siguiente torneo, en Biarritz, gané por fin mi primer partido”, señala la de 29 años.

Ahora ya con toda esa presión y esos dolores evaporados, Bacsinszky tendrá que empezar a escalar a partir de enero, aunque ni ella sabe hasta dónde puede llegar. “Aunque era un deseo que yo tenía, jamás hubiera pensado terminar esta temporada dentro de las doscientas mejores. Al final, acabé 192. En tan solo dos meses y jugando cinco torneos, pasé de ser la 700 a pisar el top200. Para el próximo año te diría que el top100 sería genial, el top50 todavía mejor, aunque solamente la idea de disputar los Grand Slams sin pasar por la Qualy sería maravilloso. Sé que no voy a jugar hasta los 40, pero sí me gustaría jugar otros tres años más. O cuatro, o cinco…”.

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