El torneo de Halle verá por undécima ocasión a Roger Federer disputando el partido por el título. Algo tiene el certamen germano que resulta tremendamente raro ver al suizo en bajo rendimiento. Esta vez la víctima fue Karen Khachanov, uno de los miembros más relevantes de la NextGen y alguien que pisaba hoy sus primeras semifinales de ATP 500. Imaginen la diferencia... pues luego en pista no fue tanta. Con 6-4 y 7-6 cerraba el campeón de 18 Grand Slam una nueva oportunidad de vestirse de campeón, guerra que le medirá este domingo a Richard Gasquet o Alexander Zverev.
Ambos tenían los golpes y la habilidad para hacer daño en la hierba, pero solamente uno contaba con la pausa y una capacidad única para sorprender y variar contenidos. Ese era Roger, quien comenzó tan fuerte rompiendo el saque de su rival que acabó cediendo el suyo en el juego siguiente. No es que la de hoy fuera una cita sencilla, pero un comienzo tan amable tampoco entraba en el guión. Inmediatamente reaccionó el de Basilea firmando el tercer break en los tres juegos disputados hasta el momento, los últimos que veríamos en la primera manga.
Khachanov pegaba duro, empezando por el saque y acabando con su derecha. Esa era su hoja de ruta, la misma con la que ha ido escalando puestos desde hace ya dos temporadas. Aquí en la hierba su potencia y explosividad se acentúan, pero si lo mueven, le cambian alturas y le marean con efectos, su maquinaria sufre. Esto lo sabía Galo Blaco, quien hoy estaba acompañado en su box por Fernando Vicente, técnico de Andrey Rublev y jugador al que vencieron en la ronda anterior. Esta vez no serían oponentes, hoy todo el equipo se reunía con un mismo objetivo: parar a Federer sobre la hierba de Halle.
Avanzaba el segundo asalto por otro camino, con más igualdad y sin tantos despistes al comienzo. La diferencia era que el ruso siempre golpeaba primero y eso, aunque sea Roger quien este enfrente, siempre significa ir a remolque del saque de tu rival. Pero el 4-4 supuso un examen para ambos: a Karen le tembló el pulso y a Roge le subió la adrenalina. Era un 6-4 y 5-4 con saque de manual para mandar aquel partido a mejor vida, la clásica jugada del helvético rompiendo en el último suspiro para después confirmarlo desde el servicio. Parecía hecho, hasta que apenas unos minutos el marcador giró a 5-6 con el suizo sacando para mantenerse en el parcial. Un par de errores y unos ajustes en la raqueta del Khachanov forzaron esta nueva situación.
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Las primeras gotas de sudor se destaparon en la cabeza de Ivan Ljubicic, muy tranquilo hasta el momento, pero mucho menos cuando vio que su jugador decidía sacar su lado más ofensivo en un juego crucial. No fueron bien las cosas, tanto que el ruso llegó a tener dos bolas de set al resto. La primera, con una derecha cómoda, una bola muerta a media pista que se quedaba en la red tras un misil con el drive. Por un momento se pudo oír el corazón de Galo Blanco a mil por hora para, un segundo después, aplaudir a su chico sin dudar. Mejor caer jugando valiente que atenazados en el fondo. La segunda bola de set la salvó Roger con un buen servicio y desde ahí el destino quiso que el tiebreak escribiera la siguiente página.
La tensión era máxima y, un partido que podía estar resuelto en dos mangas de manera holgada, jugaba con fuego con la posibilidad de irse a un tercero y disponer todo en el aire. Pero no quiso Federer, en la primera bola de partido que tuvo (al contrario que en sus duelos ante Donskoy o Haas) cerró el puño para avanzar a la final 140 de su carrera, la cuarta de una temporada en la que ganó las otras que disputó.