Novak Djokovic, rey de Australia

Novak Djokovic venció a Andy Murray en sets corridos en la final del Australian Open, consiguió su sexto título en Melbourne y undécimo Grand Slam personal. 

Novak Djokovic apunta directamente y sin escalas a quedar en los libros de historia del tenis. El número uno del mundo superó a Andy Murray 6-1, 7-5, 7-6(3) y se coronó campeón del Australian Open 2016 en un partido sin excesivo brillo. Djokovic estuvo concentrado, con buena actitud y practicó un tenis correcto, mientras que el escocés no supo encontrar el tenis para incomodar al número uno. Murray enseñó al mundo la otra cara de la moneda: quejoso, sin piernas y con escasas ideas ante la consistencia serbia.

Dos estilos de juego similares se enfrentaban en una Rod Laver Arena que percibía en el aire el aroma de final. El runrún se hacía presente en las tribunas y los jugadores lo notaban. Sobre todo el escocés, que comenzó el encuentro con la cabeza gacha, con poca energía y con un ritmo inapropiado de una final de Grand Slam. Menos justificable todavía cuando enfrente se tiene al tenista con más confianza del universo.

Djokovic, por su parte y fiel a su línea, salió del vestuario con una concentración afín al acontecimiento que estaba por llegar, muy mentalizado y con ganas de aprovechar la oportunidad que tenía de hacer historia en Melbourne Park igualando en seis títulos a Roy Emerson, el tenista que más veces conquistó el primer Grand Slam de la temporada tenística.

El serbio arrancó firme desde el fondo de pista, corriendo a cada pelota con una frescura óptima en sus piernas y luchando cada punto con el hambre de un junior. Sin un tenis notable como pasó ante Federer en los dos primeros sets, pero lo suficiente para imponerse ante un rival que estaba presente en cuerpo físico, pero no en espíritu.

Murray era la antítesis de la consistencia y presencia que mostraba Djokovic. Tenía tensión en su cuerpo, pero no en su tenis. Iba a dos o tres marchas por detrás del número uno y presentaba un juego tibio, sin ideas y defensivo.

Djokovic, con tranquilidad, lo aprovechaba. Metía presión al saque, aprovechaba los segundos saques del rival para golpear delante y así empezaba metiendo presión desde la primera pelota. En un visto y no visto, el balcánico se quedó con el primer set por un 6-1 en 30 minutos de partido, si se le puede decir así al paseo de la primera manga.

El público quería tenis, buscaba emoción en el encuentro y se volcó del lado de Murray. El escocés aprovechó el aliento, se sacó tensión del cuerpo mediante las quejas a su banquillo y empezó a hacerse competitivo. Protestaba, gritaba, lloriqueaba, pero a cada expresión de rabia y dolor, salía su mejor tenis. Cuanto más hablaba, por más criticable que pudiera ser, mejores armas plantaba al serbio.

La segunda manga tomó un color más igualado, Murray apretó en sus golpes, buscó más iniciativa e incordió al número uno que había bajado ligeramente su tenis. No era ni mucho menos el nivel excelso de otros partidos. Se veía la versión más humana, pero tenía dos argumentos que estaban por encima del británico: mayor entereza física y una buena asimilación de los errores.

Djokovic gestionaba mejor los fallos, canalizaba con más madurez las emociones y esto le exigía un menor desgaste físico y mental. Su mejor concentración y su tenis sólido, hizo que en el 5-5 pudiera romper el saque de Murray, para luego sostener su servicio, ganar el segundo set por 7-5 y encarrilar el partido.

En la tercera manga también se elevó un escalón más el nivel de juego. Se igualó el tenis y Murray empezó a mostrar el carácter que se le pedía en los primeros compases del encuentro. Sin embargo, las fuerzas llegaron tarde. Por más que forzó la muerte súbita, el 2-0 en sets favorable a Djokovic era un Everest que sortear y un desgaste físico que las piernas de Murray no estaban preparadas para soportar. El serbio sacó pecho de campeón, aprovechó los errores del escocés en el tiebreak y luchó cada pelota para quedarse con la tercera y definitiva manga por 7-6(4).

Con este título, Djokovic no solo iguala los seis de Roy Emerson en el Abierto de Australia, sino que llega a los once en su carrera profesional, los mismos que ostentan jugadores como Bjorn Borg y Rod Laver. El serbio mira para arriba y solo aparecen nombres ilustres como los de Nadal y Sampras con 14 o Federer con 17.

El balcánico está escribiendo a pasos gigantes la historia del tenis y vuelve a mandarle el mensaje a los jugadores del circuito que cuando se juega contra él lo normal es perder.

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