Hoy en día, tiempos en los que el tenis penetra en latitudes tan dispares como República Dominicana, Bolivia, Bosnia o Taiwan, no resulta tan extraño que alguna de estas naciones vean representada, a través de algún jugador o jugadora, su bandera por el circuito profesional. Dentro de esta imparable globalización, la (escasa) tradición también determina los éxitos de algunas naciones que, por población o cercanía con otras naciones que sí tienen esa pasión por el tenis, no presentan profesionales al más alto nivel. Es el caso de México.
Es difícil encontrarle a México un éxito en el tenis profesional de las últimas décadas. Su tradición es exigua y su actualidad marcha por un camino similar. Su número 1 es Daniel Garza, nacido en 1985 y posicionado en el puesto 456 del ránking ATP. Curiosamente, su número 2 es Tigre Hank del que descubrimos hace poco que su curioso nombre llamó la atención de un grupo de españoles que creo una peña en su honor, fruto de la anécdota por encima del éxito. El tenis es un deporte de un interés más que relativo entre los mexicanos.
En el circuito de dobles cuentan con Santiago González, actual N47 y ex-número 23 del mundo de la modalidad. Sin embargo, en individuales, las últimas cuatro décadas apenas recuerdan una figura relevante. Luis Herrera (en los años 90; N49 como mejor rank), Leonardo Lavalle y Fernando Maciel (N.51 como mejor rank) fueron los últimos top-100 que la tricolor disfrutó. Seguramente esas dos generaciones crecieron con la ilusión de emular al héroe nacional. México tiene a Raúl Ramírez en los altares del tenis profesional nacional. Y no es para menos.
Ramírez fue uno de los mejores jugadores del mundo en la década de los 70, en los primeros años del profesonalismo. Con un récord de 520 victorias y 260 derrotas, el de Ensenada llegó a alcanzar el Top-4 de la clasificación, cosechando 19 títulos en individuales y victorias ante las grandes figuras coetáneas: Connors (le derrotó en la 1ª ronda de Roland Garros, con 20 años), Smith, Nastase, Gottfried, Borg (en el Masters de Roma). Según datos de la ATP fue top-10 entre 1976 y 1978, número 1 en dobles durante 12 semanas y campeón de 60 certámenes de dobles.
Especialista sobre arcilla, el norteamericano fue muy competitivo también sobre cemento, considerado como un all-around player en la época. En su mejor momento, en ese trío de temporadas que le vieron como séptimo, quinto o cuarto mejor jugador del circuito, fue incluso capaz de jugar finales sobre hierba. Su único título sobre la superficie fue por estas fechas, en el histórico Queen's. Allí fue capaz de ganar a Gottfried en semifinales, para terminar coronándose en la capital británica.
Ramírez redondeó su leyenda: un tipo nacido en México, en plenos años 70, logrando 19 títulos, otras 20 finales y 60 títulos en dobles, fue capaz de levantar un torneo sobre pasto, uno de los más importantes. Hasta los países con tan poca tradición tienen su pionero en el profesionalismo. Siempre hay una primera vez. Ramírez no fue uno más.
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