Cuando todo el mundo esperaba a Marin Cilic en la final de esta tarde, un rejuvenecido serbio nacido hace 29 años se interpuso en el camino del croata para hacer saltar todas las quinielas. Tantos años como Viktor Troicki hace que nació el otro protagonista de la final de Stuttgart, Rafael Nadal Parera. Ambos de la misma generación pero con trayectorias muy diferentes. A partir de las 14:30h de este domingo solo uno podrá levantar la copa por primera vez en la recién estrenada hierba del certamen germano.
Dando pasos pequeñitos pero midiendo bien las distancias, el jugador español ha ido ganando consistencia y confianza en cada ronda disputada. De Baghdatis a Tomic hubo una mejoría en su cabeza y de Tomic a Monfils hubo un progreso en su muñeca. Finalmente, Rafa aterriza con grandes sensaciones en su tercera final de la temporada, donde intentará lucir más sus atributos de Buenos Aires que los del Mutua Madrid Open. Aunque en esta ocasión sin tierra batida bajo sus pies.
De repente y sin avisar, así se ha presentado Viktor Troicki en la primera final de hierba de su carrera. Empezó desvalijando a jóvenes indefensos como Coric o Zverev, luego se midió a todo un avanzado en la materia como Groth para terminar con un campeón de Grand Slam como Cilic. Los cuatro cayeron ante sus encantos mientras el serbio caminaba sin fisuras hasta un nuevo partido por la gloria, como en Sidney el pasado enero. Ya olvidado el asunto del dopaje y de vuelta al circuito profesional como en los viejos tiempos, el de Belgrado ya no guarda cuentas pendientes con nadie, solo consigo mismo en la búsqueda de volver a destapar su mejor tenis.
Cuatro duelos previos entre ambos y la balanza completamente inclinada a favor del balear por un marcador de 4-0. Todos los encuentros se dieron sobre cemento, con un parcial de 10-1 en sets. Su última cita data ya de hace cinco años, en semifinales del ATP de Tokyo. Cinco temporadas después, sus caminos se vuelven a encontrar. Con una perspectiva diferente, con una nueva historia en sus espaldas y sobre un territorio que nunca antes los cruzó. La recompensa de una nueva corona en las vitrinas hace que este quinto envite sea el más especial de todos.
Más allá de que se trate de la final número 95 de Nadal, la última en césped desde 2011 o de la posibilidad de arrancar la gira de hierba con una sonrisa en la mochila, simplemente la oportunidad del manacorense de empezar a enterrar la mala experiencia de Roland Garros ya hace de este partido el más relevante de rodos. Sobran alicientes y faltas resultados. La primera piedra de un nuevo edifico en el imperio Nadal podría empezar a fraguarse esta tarde en Stuttgart.