
Se podría hacer un ‘copia y pega’ aquí mismo del partido de ayer, o el de antes de ayer, incluso de los últimos tres o cuatro domingos del calendario ATP. Un hombre -siempre el mismo- se presenta en una plaza -va cambiando cada semana- y fulmina a un contrincante -suelen irse turnando- sin ningún tipo de piedad. Ese hombre es Novak Djokovic, nuevo campeón del Masters 1000 de Montecarlo (7-5, 4-6, 6-3) y, ya sin ningún temor a que se me caigan los anillos al pronunciar estas palabras, el jugador más extraordinario del circuito desde la época dorada de Roger Federer.
Empezaba la final con ‘sorpresa’, un break a favor de Berdych que asombraba al espectador, ya acostumbrado que si el serbio está en la pista, la victoria es solo cuestión de tiempo. La emoción duró poco en el ambiente, hasta que ‘Nole’ transformó un 1-3 en contra en un 5-3 a favor. Sin casi darnos cuenta, ese jugador que estaba a tres juegos de llevarse la primera manga, ahora estaba a uno de perderla. El checo pestañeaba varias veces para ver si aquello era un sueño, hasta que se dio cuenta que no y volvió a ponerse las pilas.
Una pequeña caraja volvió a las cuerdas del balcánico, quien fue incapaz de cerrar un parcial que vio cómo se igualaba 5-5. ‘No problem’, pensó el de Belgrado, ‘ahora gano estos dos juegos y listo’. A veces el marcador se mueve tan a su favor que parece que esté en su mano cuándo acierta y cuándo falla. Una derecha por aquí, una dejada por allá y… ¡voilà! 7-5 para el serbio que, una vez más, iniciaba la carrera un paso por delante del rival.
En el segundo acto entró en juego la lluvia –no sabemos si a petición también de Djokovic- algo que retrasó el encuentro cuando el número uno del mundo dominaba por 3-2. Su última tarea antes del parón sería salvar tres bolas de break. La primera tras la reanudación, perder el set. Berdych llegó con todos los muebles en su sitio y eso a Novak le pilló desprevenido, cediendo el típico juego ‘tonto’ que luego no puedes recuperar. Así fue como, por un momento, el checo humanizó al de Belgrado, arañándole una manga en la gran final (6-4).
Esta historia, como tantas otras, no podía cerrarse de otra manera que con una nueva lección de superioridad del número uno, arranque feroz con un 4-0 apabullante para luego cerrar cómodamente con un 6-3. Cabreado y con ganas de levantar su 23º Masters 1000, Nole salió a morder a un Tomas que ya se veía venir la tragedia. Otra vez al borde de la gloria, despachado en el momento clave, apartado del peldaño donde solo los genios conviven. El rey de la regulariad -segundo en la Race por detrás del astro balcánico- perdía su tercera final del curso y todavía no sabe lo que es ganar un título en 2015.
Feliz y completo y con su trofeo número 52, Djokovic ofrecía una sonrisa de oreja a oreja, propia de alguien que encadena cinco finales consecutivas, cuatro Masters 1000 al hilo y 18 triunfos de manera ininterrumpida. Una bola de nieve que se va haciendo cada semana más grande y que, según va coleccionando retos, se va haciendo más difícil de parar. Más número uno que nunca, más dominador que nadie, más en forma que en ningún otra temporada, el mejor tenista serbio de la historia repitió una tarde más su sinfonía tiránica en el circuito. No será la última.