
La belga An-Sophie Mestach es la última del top 100 mundial en el ranking de la WTA. Una jugadora desconocida para el gran público. Tal vez, porque esta joven tenista de 20 años es oficialmente una de las 100 mejores del mundo sin haber ganado un partido en el cuadro principal de un torneo WTA en su corta carrera.
Mestach ha sumado 581 puntos en 2014 mediante torneos ITF y fases previas de torneos WTA. Entre sus resultados a nivel ITF destacan los títulos en Toyota (Japón), Monterrey (México), Batumi (Georgia) y Sunderland (Gran Bretaña), así como la final en Tampico (México).
A nivel WTA, Mestach ha perdido en la primera ronda de los torneos de Hobart, Kuala Lumpur, ‘s-Hertogenbosch. Además, no superó la fase previa en el Open de Australia, Río de Janeiro, Florianópolis, Indian Wells, Roland Garros, Wimbledon, New Haven y US Open.
La historia de Mestach, una tenista aún con margen de crecimiento, es otra prueba del desequilibrio que existe en este tipo de torneos (tanto masculinos como femeninos) entre los puntos del ranking y las condiciones económicas y organizativas. Los tenistas que compiten habitualmente en esta categoría pueden alcanzar sus objetivos deportivos, pero difícilmente logran una rentabilidad económica que les permita ser considerados profesionales. Menos puntos y mucho más dinero en torneos ITF masculinos y femeninos es lo que exige la realidad del día a día.
La ATP, la WTA y la ITF deben aparcar las buenas palabras y pasar a los hechos para alcanzar un equilibrio deportivo-económico y mejorar las condiciones precarias que sufren, casi en silencio, los tenistas modestos.