En sábado de resurrección, Rafael Nadal debe olvidar su pasado reciente y mirar al futuro. Es el momento de hacer limpieza mental. Nadal necesita recuperar la frescura y la ilusión por el éxito, como siempre ha hecho a lo largo de su carrera y en situaciones más adversas que la actual.
“Después de lo que ocurrió en Australia, es difícil encontrar intensidad, confianza y poder interior". Lo dijo ayer Rafael Nadal tras su derrota ante David Ferrer en Montecarlo. El número uno confesó lo que su lenguaje corporal transmite desde entonces: Nadal no ha superado lo ocurrido en la final del Open de Australia. No sólo por el hecho de perder una gran final en la que partía como favorito, sino también por la impotencia de no poder competir debido a su lesión en la espalda.
La decepción en la final de Melbourne Park, unida a su enésimo problema físico, le dejó navegando en un mar de dudas y en una depresión tenística de la que Nadal aún no se ha recuperado. La pasión que Rafa muestra habitualmente en la pista tiene su cara negativa: interioriza las derrotas y las almacena. Para bien o para mal, el estado anímico y las sensaciones condicionan el juego de Nadal como en pocos tenistas. Es parte de su carácter pasional.
Su comienzo de año fue inmejorable. Ganó el torneo de Doha y alcanzó la final del Open de Australia con un triunfo convincente ante Federer que recordó al Nadal de 2013. Sin embargo, la citada final ante Wawrinka dio un giro de 180 grados a su rumbo. Desde entonces, Nadal ha perdido la alegría en su juego, la convicción para atacar, la confianza que debe tener un número uno del mundo. Es un tenista inseguro, excesivamente presionado y lastrado por su saque. Su frescura del año pasado, cuando regresó a las pistas tras varios meses de inactividad, se ha convertido en fatiga mental.
No es algo novedoso. La extraordinaria carrera de Nadal, un tenista que lleva la exigencia física y mental al límite, ha tenido cierta trayectoria de montaña rusa. Sus momentos de gloria han tenido interrupciones abruptas, generalmente por graves lesiones, pero Nadal siempre ha tenido la capacidad de levantarse y romper los estigmas sobre su figura.
“Nunca ganará un Grand Slam fuera de la tierra batida”. “No será número uno”. “Comenzará su declive a los 25 años”. Fueron algunas de las premoniciones de quienes nunca entendieron su grandeza. Nadal ha superado lesiones que han puesto en peligro su carrera y decepciones como la final perdida contra Federer en Wimbledon 2007, la derrota contra Soderling en Roland Garros 2009, las siete finales consecutivas perdidas con Djokovic y el tropiezo ante Rosol en Wimbledon 2012. Todas ellas fueron preludios de las páginas más brillantes de su historia.
Es la hora de que Nadal olvide Australia, de que supere otra decepción y se levante una vez más, de que recupere la ilusión por la gloria. Algún día, la ley de la vida dirá que el éxito de Nadal no es eterno, que sólo es un ser humano. Pero hasta entonces, soñemos que no lo es.