El tenis masculino estadounidense no sale del cuarto oscuro. Su equipo de la Copa Davis cayó como anfitrión ante Gran Bretaña y deberá luchar por la permanencia en el Grupo Mundial. Ha transcurrido más de una década desde que un ‘hijo del Tío Sam’ triunfara en un grande.
Estados Unidos, máximo exponente del capitalismo y la modernidad, es un país diferente al resto. Ser la nación más poderosa del mundo en los últimos tiempos genera morbo, tanto en lo bueno como en lo malo. Los propios estadounidenses se sienten cómodos y orgullosos en su rol de líderes mundiales. Incluso, lo han trasladado al cine. Desde una visión catastrofista, identificando la destrucción de su país con la del planeta, y desde una visión heroica, como salvadores del mundo.
Los estadounidenses nacen con gen de líder, con un carácter ganador indomable. Sin embargo, los tenistas masculinos de su país están muy lejos de representar el orgullo norteamericano en los últimos años. Ha transcurrido más de una década desde el último gran éxito de un jugador nacido en Estados Unidos (Andy Roddick, US Open 2003). Diez años sin un grande, y sin visos de romper esta racha a corto plazo.
Mientras los aficionados yankees añoran los tiempos de Jimmy Connors, John McEnroe, Pete Sampras y Andre Agassi, la retirada de Andy Roddick dejó a John Isner como máximo exponente del tenis masculino estadounidense. ‘Big John’ representa el carácter competitivo de Estados Unidos. Se ha asentado entre los 10 o 15 mejores del mundo, un status que pocos imaginaban cuando comenzó su carrera profesional, y que probablemente marque su límite.
Con 28 años, Isner es el único estadounidense en el top 50 de la ATP. Jugadores como Jack Sock, Ryan Harrison, Bradley Klahn, Denis Kudla y Rhyne Williams lideran la nueva generación del tenis masculino en Estados Unidos, pero ninguno de ellos ha mostrado síntomas de grandeza. Los hermanos Bryan, en la modalidad de dobles, son el único rastro del liderazgo estadounidense.
La reciente eliminatoria de Copa Davis ha reavivado el debate sobre la crisis tenística de los hombres en Estados Unidos. La USTA (asociación de tenis estadounidense) eligió la tierra batida al aire libre para recibir a Gran Bretaña. Estados Unidos no elegía esta superficie desde que se enfrentara a Suecia en 1992, aunque en aquella ocasión fue bajo techo y Jim Courier, actual capitán, empuñaba la raqueta.
El cielo de San Diego (California) fue testigo de la pesadilla americana. El guión de Courier ya se torció cuando John Isner causó baja a última hora por lesión. Asumiendo que los hermanos Bryan no fallarían, las opciones de Estados Unidos pasaban por derrotar a James Ward, número dos británico. La tarea de vencer a Andy Murray, a pesar de estar lejos de su mejor forma y en su peor superficie, se antojaba muy difícil para Sam Querrey y Donald Young.
Los pronósticos se cumplieron excepto en un partido que marcó la eliminatoria. Querrey sufría una de sus habituales lagunas tenísticas y mentales. Ward la aprovechaba y dejaba a Estados Unidos al borde del abismo. En la jornada del domingo, Murray condenaba al equipo estadounidense a luchar por la permanencia en el Grupo Mundial. A diferencia de otras potencias como España, no fue un hecho aislado sino revelador.
Más allá de grandes talentos que pueden aparecer por generación espontánea, el ‘método USTA’ no funciona. En un tenis cada vez más globalizado y universal, Estados Unidos ha pasado a un segundo plano. Las razones de la decadencia en el tenis masculino generan un intenso debate. Las causas son indemostrables. Sólo hay cierta unanimidad en que el modelo universitario, tan exitoso para formar a jugadores en otros deportes hasta los 22 o 23 años, no funciona en el tenis. El Viejo Continente ha tomado claramente la delantera en la última década a la hora de explotar talentos.
Otra de las razones aludidas en este debate es la económica. Las ganancias que obtienen los jugadores profesionales de la NBA (baloncesto), la NFL (fútbol americano), la MLB (béisbol) y la NHL (hockey sobre hielo) son muy superiores a las que puede obtener un tenista medio a nivel mundial. Además, estas modalidades son mucho más atractivas en el deporte universitario para los jóvenes estadounidenses. Una situación similar se puede dar en los demás países, pero posiblemente el caso de Estados Unidos sea peculiar.
Las cantidades que pagan las cadenas de televisión norteamericanas por los derechos de retransmisión, el importante patrocinio de entidades financieras y la numerosa asistencia a los estadios demuestran que el tenis despierta interés en Estados Unidos. Sin embargo, el gigante americano cayó y aún no se levanta.
Por Juan Manuel Muñoz