En Melbourne, la asunción de responsabilidades. Una mujer inabordable sobre el cemento que marcó diferencias desde el primer minuto. Intensidad, constancia, potencia, agresividad,... un cóctel con que Na Li clasificó para la final del Australian Open tras batir a la canadiense Eugenie Bouchard (6-2 6-4). Será la tercera vez en los últimos cuatro años que la asiática dispute el último encuentro en Melbourne Park. Campeona de Roland Garros, buscará convertirse en la quinta tenista en activo capaz de gobernar dos majors distintos.
El encuentro observa distancias en acoplamiento a gran partido. Un golpe de autoridad anulando cualquier atisbo de insurrección. La jerarquía bien marcada desde el principio. penas han transcurrido 14 minutos, recién roto en los cuerpos el umbral de sudor, cuando la china ya tiene un 5-0 en el marcador. Jugar la semifinal del Australian Open, casi una tradición para la número 3 del mundo con cuatro presencias en los últimos cinco años, es para la china como erguir el cuerpo al alba.
Bouchard, un témpano de hielo durante el torneo, ajena a la presión que le rodea, apenas puede hacer nada ante el ritmo de pelota de su oponente. Una cadencia acelerada le impide construir el punto con la autoridad habitual. Nada de operar metida en pista, ni rastro de cerrar jugadas cerca de los nudos, eso de acudir en sintonía con el vuelo de la esfera queda para otro día. Si ella logra dos tiros ganadores en el transcurso de la manga, dos son los winners que acribillan su defensa por cada juego. No hay opción. Por no poder, ni siquiera le se permiten fallos (5 no forzados). Pese a quebrar a Li cuando ésta sirve para el set, la manga de apertura (6-2) tiene una dominadora clara.
El encuentro no tiene mayor lectura. Na Li jugando profundo, a alto ritmo, sin apenas error. "No me ha dejado jugar. Li apoyaba a un palmo de la raya en cada tiro" apuntó Bouchard. Un rodillo desatado que impide a Eugenie competir en su estilo. No tiene oxígeno, nada de margen, para pegar dos golpes con sentido táctico. No puede abrir ángulos, no puede dictar, se ve empujada una y otra vez contra el muro. Sin tiempo para pensar. El segundo parcial observa una Eugenie más metida en el encuentro pero igualmente inferior en planteamiento. Con voluntad de entrar en intercambios de manera más directa -gana hasta cuatro juegos, aguanta una hora adicional, notable visto el nivel de Li- transgredir su espacio le termina costando la diferencia.
A resaltar de nuevo la fortaleza mental de la canadiense No hace falta echar la vista muy atrás para observar a mujeres más veteranas perderse entre emociones por agarrar un buen resultado en Grand Slam -¿recuerdan el "I'm over the moon" de Lisicki al batir a Na Li en Wimbledon tres años atrás?-. Eugenie, que con 19 años acaba de firmar un resultado que infinidad de raquetas jamás rozarán, no podría tener la euforia más alejada de su vida. Bouchard parece vivir en un mundo paralelo, ajena a toda expectativa externa, donde el nivel máximo de autoexigencia le impide ver como un éxito total perder un encuentro. Aunque sea al nivel más alto de la disciplina.
Su rueda de prensa refleja una mentalidad completamente orientada al éxito. Una ambición donde la derrota debe servir para aprender, nunca para conformarse pese a la altura del vuelo. En su discurso no hay huella del 'oh Dios mío, qué hago aquí. No me lo creo. Alucino por esta oportunidad'. Tiene un sentido de pertenencia instaurado en el sistema. Es una metralleta de frases maduras. Repetimos, en boca de una atleta de 19 años. Consciente de lo andado, pero consciente de lo que resta por caminar.
"Estoy decepcionada por haber perdido". "No diría que he superado mis expectativas". "No me quiero detener aquí". "Voy a mejorar esto". "Esto es mi trabajo, ganar partidos es lo normal para mí". "Mi ranking mejorará y todo eso, pero no me voy a sentar en mis resultados". "Siento que pertenezco al nivel top, es la sensación que me llevo". Nada de sentimiento de trabajo hecho, y hablamos de una teenager que recién firma semifinales de Grand Slam en su quinta visita a un evento de tal calibre. Como #19 WTA desde el lunes, a observar durante 2014.
Para Li es la reafirmación del dominio en cemento. Una mujer que ha hecho semifinales en 11 de sus últimos 13 eventos en la superficie dominante en la disciplina que camina con paso firme. Su autoridad en Grand Slam va creciento. En 2011 ganó su único major hasta la fecha pero 2013, con tres eventos peleando al menos por entrar semifinales, destaca como su curso más potente en tales lides.
Abre 2014 con opción de coronar por fin el Australian Open. Suele decirse que a la tercera va la vencidad. Para la finalista de 2011 y 2013, visto el nivel de juego y dominando a la eslovaca Cibulkova, rival en el último partido, por 4-0 en historial particular, el espíritu de esa máxima puede probarse cierto. Opta a ganar un Grand Slam sin encarar a una top20, algo inédito en Australia. Pero el nivel mostrado por Li es tan bestial que cuesta pensar en ello como factor determinante. Una oportunidad de oro, en cualquier caso, para dilatar un palmarés reducido (8 títulos) para su calibre, a días de cumplir 32 años.
Para una mujer cuyo juego no da respiro, una narrativa acorde a sus principios. Días atrás, sobreviviendo a una bola de partido ante Safarova, cinco centímetros evitaron que Li estuviera en el aeropuerto. Hoy, se encuentra a dos mangas de levantar el título. En Melbourne se juega al límite y Li, a metros de la meta en los últimos años, sabe lo que es vivir al borde del abismo.