La gran promesa del tenis norteamericano empieza a dejar de serlo pero, lejos de convertirse en realidad, tiene visos de caer en el olvido si no es capaz de dar un giro radical a su carrera.
Su progresión era envidiable, a pesar de la presión que la prensa norteamericana colocaba en sus hombros; a mediados de 2012 alcanzaba el puesto número 43 del ranking mundial y se codeaba con las grandes figuras, arrancando sets a figuras del calibre de Murray, Del Potro o Federer en partidos de Grand Slam.
Sin embargo, el 2013 ha supuesto para él un retroceso significativo, a nivel de resultados, de juego y, sobre todo, de confianza. Hemos visto a un Harrison muy fallón, que se desconcentraba a la mínima y empezaba a gritar y a tirar la raqueta a las primeras de cambio. Este verano, en el challenger de Aptos, firmaba ante McGee uno de los peores partidos que he tenido la oportunidad de ver. Tocaba fondo y dejaba en evidencia la necesidad de un cambio.
Quizá la experiencia de un compatriota suyo, de alguien que tocó el cielo, descendió a los infiernos y fue capaz de resurgir cual Ave Fénix, superando una grave depresión y un sinfín de problemas personales para volver a lo más alto, le podría ayudar a encontrar de nuevo su juego y devolverle al camino del que temporalmente se ha apartado.
Dejando a un lado el tema del dóping, tapado por la ATP y demás, lo cierto es que Agassi fue uno de los jugadores más completos de su época, capaz de ganar los cuatro Grand Slams y uno de los primeros en mostrar al mundo que se podía ganar Wimbledon sin hacer saque y volea. Sus victorias en 1992 sobre McEnroe, en semifinales, e Ivanisevic en la final, supusieron un antes y un después en la forma de afrontar el torneo londinense por parte de muchos tenistas.
El carácter, el afán de superación y la capacidad de trabajo de Andre, a buen seguro podrían aportar mucho a un Harrison que ya demostró que tiene madera y cuyo juego puede amoldarse a todas las superficies. Es un diamante en bruto que necesita pulirse.
Por otro lado, la hipotética vuelta al mundillo del tenis profesional de alguien que, en su momento, afirmó que odiaba el tenis aunque fuese su medio de vida, suscitaría un interés mediático excepcional.
Por Fernando Arribas