
De las heridas nace el duelo más repetido en la historia moderna. La pelea por la corona del Abierto de los Estados Unidos, que enfrenta a Novak Djokovic y Rafael Nadal, preludia un pulso excepcional entre los dos mejores jugadores del mundo con el último grande en juego. Al partido, que proclamará al último campeón de Grand Slam en 2013, llega Nadal cabalgando a lomos de una inercia ganadora que no tiene precedentes sobre cemento. Allí llega también Djokovic, tras superar un plácido camino hasta semifinales y contemplar los ojos del abismo en el partido previo a la final. El discurso de Nole, no obstante, deja claro algo incuestionable: el reto es tan alto como cuantiosa la gloria en caso de superarlo.
"Ganar a Nadal siempre es el desafío más grande que uno puede afrontar en este deporte", avisa el número uno del mundo, que no perderá la primera posición del ránking tras alcanzar la final en Nueva York. "No hay ningún competidor mejor que él. Disputa cada pelota y está jugando el mejor tenis sobre pista dura de toda su carrera", sigue en referencia a los números de Nadal sobre cemento, donde suma 21 victorias y ninguna derrota. "Este año no ha perdido un partido en esta superficie y todos sabemos que no es su superficie favorita. Sólo ha perdido tres partidos esta temporada y es el jugador más en forma de todo el circuito", continúa. "Está jugando muy bien pero yo sé cómo jugarle y la pista dura es mi mejor superficie", afirma Djokovic. "He disputado dos finales contra él en este torneo y sé lo que tengo que hacer".
Los técnicos, sin embargo, consideran que por primera vez Djokovic no es el favorito en un partido ante Nadal en pista rápida. Para lanzar semejante afirmación se basan fundamentalmente en dos argumentos. En primer lugar, el nivel del mallorquín, que permanece invulnerable sobre cemento y está jugando el mejor tenis de su carrera sobre pista dura, equilibra la balanza considerablemente. Después, el yugo moral con el que carga el serbio, el mismo que ha volteado la historia de una rivalidad que nació siendo claramente dominada por Nadal y que amenazó con destruirle, establece una zanja entre ambos que Djokovic debe saltar. Reconocidas sus capacidades técnicas para hacer daño al español, demostrada su superioridad cuando la bola viaja tan rápido, la mente, clave en partidos tan estrechos, establecerá la estrecha frontera entre la victoria y la derrota. Es la película del pasado proyectada en el presente.
Todo se explica meses atrás. Djokovic asalta en Roland Garros la conquista del último Grand Slam que le falta en su abultado currículo. Cruza con Nadal en las semifinales del torneo. Sabe que ganar el partido le otorga más de media copa, que eliminar a Nadal es dejar una vía libre de obstáculos, la misma que Federer aprovechó en 2009 para ganar en París. El número uno del mundo, competidor impresionante, se siente preparado para la gesta que supone enterrar al mallorquín en un partido disputado sobre tierra batida al mejor de cinco mangas. Las victorias en los tres grandes torneos de arcilla (Montecarlo, Madrid y Roma) así lo demuestran. Sobre el albero francés tiene una lugar una batalla impresionante, de esas que perduran grabadas a fuego en la retina de la grada. Djokovic resiste cuando el partido está. Sobrevive. Gobierna hasta dejar el camino despejado hacia la victoria. Falla, sin embargo, cuando el duelo entra en el último tramo, donde Nadal revive mostrando los colmillos. A golpe de puño, el español se agarra a la pista hasta derrocar a Djokovic, acceder a la final de Roland Garros y ganar el trofeo por octava vez en su carrera.
Luego, Nole, derrotado y hundido, repasa en su habitación el partido. Comprueba cómo incomprensiblemente la semifinal cae del lado de Nadal cuando estaba bajo control. Se reconoce en la pantalla tocando la red en un punto clave de la quinta manga tras anular varias bolas de rotura. Asiste, finalmente, a la remontada del español, que termina con sus esperanzas de gobernar en Roland Garros y se toma su particular venganza tras lo sucedido en la final de Australia 2012, donde el balear tuvo el título ganado en el parcial definitivo.
Las consecuencias son inmediatas. Djokovic interpreta un guión que conoce. Como en 2012, cuando el serbio inclina la rodilla en el partido por el título en París y luego vaga por el resto de torneos sin dejar huellas del excelso émulo que domina con brillantez tiempo atrás, el serbio aterriza en Wimbledon, llega a la final tras superar un partido ante Del Potro para corazones fuertes, y cede el título ante Murray mostrando síntomas de debilidad que parecían anulados. Después, ya en la gira de verano, cede en Montreal ante Nadal más de 900 días después de ser tumbado por última vez en cemento por el balear. ¿Será capaz de volver a dar la vuelta a una situación que tuvo dominada? ¿Podrá acabar con Nadal tras las dos últimas derrotas? ¿Quién levantará el último Grand Slam del curso? En Nueva York, en el escenario más grande del mundo, Djokovic contra Nadal. Un pulso entre dos mentes privilegiadas.