US Open 2013: rosas y espinas para Ferrer

El alicantino, liberado de peligros en su parte del cuadro, pelea contra sus propios miedos en el último grande del año

Rafael Plaza | 31 Aug 2013 | 20.09
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En Puntodebreak encontrarás toda la actualidad y noticias de tenis, así como fotos de tenistas e información de los torneos ATP y WTA como los Grand Slam y Copa Davis.
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Una bola lanzada por encima de los muros de la Louis Armstrong. Una patada al reloj que marca la hora sobre el cemento. Una retahíla de reproches confesados a la mañana de Nueva York. Son las señales que anuncian el peso de la responsabilidad. El rostro del miedo. Alarmas imposibles de apagar. Durante el partido de segunda ronda, que le enfrenta a Roberto Bautista, David Ferrer siente como pierde el timón. "Esto es algo que no puede volver a pasar", dice luego en referencia a su actitud sobre la pista. "Me ha faltado controlarme", admite mientras por el aire planea la imagen del tenista que fue antaño, encrespado e irascible, uno que con la madurez logró desbravar su carácter, poner diques en su cabeza para contener la fuerza de un temperamento pasado de revoluciones. El número cuatro del mundo, que en Flushing Meadows festeja 44 participaciones en torneos del Grand Slam de forma consecutiva, lo resumió a la perfección: "tirar la bola fuera y dar una patada al reloj es un poco de frustración".

En tercera ronda, donde se lanzó a buscar las sensaciones extraviadas en el camino hacia el grande neoyorquino, Ferrer celebró su pase a los octavos de final con una elaborada victoria ante el kazajo Kukushkin, el 172 del mundo que llegaba a Nueva York sin conocer la victoria en 2013, por 6-4, 6-3, 4-6 y 6-4. Fue un partido que desnudó las inseguridades del alicantino, holgadamente superior a un rival sin sus caireles, pero que volvió a ayudarle en la misión de preparse para lo que viene a base de sudores. Como ante Bautista, Ferrer perdió la concentración, lo que le costó un set y varios disgustos (un break en el cuarto parcial cuando dominaba 4-1, otro con 4-3 y una bola de rotura salvada cuando servía para ganar el partido, por ejemplo). Despojado de la confianza que en otra época potenció sus virtudes, Ferrer se aferra ahora a su capacidad para reconstruirse desde el trabajo, como tantas otras veces. Esa pérdida de tensión quedó reflejada ante Kukushkin: el español, uno de los mejores restadores del circuito, solo pudo convertir 8 bolas de rotura en 25 oportunidades. En consecuencia, es el resultado de unas semanas de tinieblas. Un paseo por el infierno.

Así es como sucede. Ferrer llegó a Nueva York después de un verano convulso. Tras jugar Wimbledon infiltrado en el tobillo, donde perdió en los cuartos de final ante Del Potro, el alicantino vio como subía hasta el número tres del mundo sin mover un dedo. La final en Roland Garros, una línea uniforme mantenida durante la temporada y los resultados de Federer así se lo permitieron. Luego, en la gira estadounidense previa al último grande de la temporada, ganó un solo partido y dejó dos apresuradas derrotas que radiografiaron su mal momento. La transición entre superficies, tras casi un mes parado por la lesión en el maléolo, levantó un muro insalvable para un jugador cuya columna vertebral es el ritmo. “He jugado muy mal”, analizó ya en la gran manzana sobre los torneos de Montreal y Cincinnati. “Hacía años que no jugaba tan mal. No supe encontrar mi tenis”.

En Flushing Meadows, de repente, tiene una oportunidad de oro. Cuenta con el amplio margen de maniobra que establecen los partidos al mejor de cinco mangas, donde un jugador con inagotables pulmones como los suyos, forjados en el fuego, parte con ventaja, permiténdole tomar temperatura a medida que avanza el torneo. Según pasan los días, Ferrer va borrando los tachones del estío, donde compitió sin dejar rastro de las huellas que le han convertido en el mejor jugador tras la corte formada por Djokovic, Nadal, Murray y Federer, una de las mejores generaciones de la historia. De su lado, también, está la fortuna. Lo que en principio parecía un cuadro asequible con una zona intermedia terrorífica (Gulbis y Janowicz en tercera y cuarta ronda), quedó despejado tras la primera jornada de competición, donde sus potenciales rivales naufragaron. En la zona donde debía hacer frente al letón, imprevisible talento renovado en 2013, y al polaco, semifinalista en Wimbledon, Ferrer se enfrentó con Kukushkin y cruzará con el ganador del duelo entre Tipsarevic y Sock. Sabor dulce cuando esperaba algo mucho más amargo.

En el Abierto de los Estados Unidos, donde en 2007 alcanzó por primera vez las semifinales en Grand Slam, Ferrer tiene la obligación de proteger esa misma ronda, coronada nuevamente en la pasada edición donde cedió frente a Djokovic. Lo que defiende (un importante botín de 720 puntos) es posiblemente menos importante que lo podría conseguir: alcanzar al menos los cuartos en los cuatro grandes durante dos temporadas completas, santo y seña de los mejores tenistas del planeta. La clave será descifrar si la inesperada ayuda, un cuadro libre de peligros, se impone a las puntuales lagunas de un jugador tan regular como las horas del reloj. En Nueva York, Ferrer contra sí mismo en un camino libre de rocas indestructibles hasta las semifinales. Allí, si predomina la lógica del ránking, esperaría Nadal. Un ogro ante el que pierde 20-4 los enfrentamientos anteriores.