Nadal resucita ante Federer

Al borde del abismo, el balear accede a semifinales en Ohio y recuperará el número dos mundial si gana el torneo

Roger Federer quiere pelea. Por eso compite. Para eso vive. En eso cree. En medio de un temporal que amenazaba con arrastrarle hasta el ocaso de su carrera, sumido en una peligrosa dinámica de derrotas, el suizo, bendecido por momentos bajo el abrazo de la noche americana con la magia de tiempos pasados, lleva a Rafael Nadal hasta el borde del abismo antes de terminar inclinándose (5-7, 6-4 y 6-3), cayendo hasta el séptimo escalón del ránking y abandonando un lugar entre los cinco mejores jugadores del mundo por primera vez en 126 meses. El mallorquín, lanzado tras perder en la ronda inaugural de Wimbledon, disputará las semifinales del Masters 1000 de Cincinnati ante Tomas Berdych y será número dos del mundo si gana el torneo cuando un año atrás renunciaba a los Juegos Olímpicos y se lamentaba en Mallorca ante una de las lesiones más importantes de su vida. Ante Federer, sin embargo, fueron dos partidos: el que se imaginó sobre el papel y el que se jugó tras el primer vuelo de la bola sobre Ohio.

Este es un diálogo de preguntas y respuestas cortas. Relámpagos antes del anochecer. Federer toma las riendas. Pega antes de que Nadal pueda pestañear. Su táctica es la de siempre llevada al límite: acortar los intercambios, acunado por las características de una de las pistas más rápidas del circuito, impidiendo que el mallorquín tome temperatura. Esa propuesta es como jugar a la ruleta rusa. Bailar en una cuerda. Matar o morir. Así es como sucede al principio: Federer, que en el primer juego del partido comete seis fallos tratando de abrasar las líneas, acaba ganando la primera manga con un balance de 17 golpes ganadores y 16 errores no forzados. Sosteniendo entre los dientes un puñal tan peligroso para el rival como para él mismo.

Danzar con el diablo funciona. El partido se disputa a la velocidad de la luz. Es lo que Federer quiere. Los juegos pasan tan rápido como las páginas de un libro a merced de un huracán. Hay pocos intercambios. Poco control desde la línea de fondo. La pista, perfecta para el suizo, es demasiado rápida para Nadal. El número cinco mundial no quiere quemar sus piernas en el ritmo que tradicionalmente impone el balear. Por eso, Federer huye de la derecha de Nadal como el ratón lo hace del gato. Ágil de piernas, el suizo carga sus embestidas contra el revés del mallorquín, como ya hiciera en Indian Wells. Allí, sin embargo, el golpe a dos manos de Nadal castigó a Federer como pocas veces lo había hecho sobre cemento. En Cincinnati, el revés del balear apenas saca al ganador de 17 grandes de su zona de seguridad. Así lo comprende el helvético, que asalta el lado del revés rival una vez tras otra mientras Nadal se resguarda esperando que la tormenta pase a tiempo, incapaz de ganar terreno, de meter sus pies dentro de la línea de fondo. Alejado de la versión representada días atrás.

"Se ha vuelto más agresivo", explicó Djokovic antes de caer frente a Isner, días después de encontrarse con Nadal en Canadá e inclinar la rodilla. "Ahí es dónde lo noté. Especialmente al resto, en Montreal se estaba colocando más cerca de la línea y entrando en contacto con la pelota realmente pronto". Nole no habla en balde. La transformación de Nadal para domar el cemento, la que le lleva a levantar el trofeo en Montreal tras caer en la primera ronda de Wimbledon, se cimienta sobre tres reglas básicas: la agresividad desmesurada, es decir, lanzarse a buscar la bola en trayectoria ascendente tomando la iniciativa del punto; la posición adelantada a la hora de restar, clave en una superficie pensada para destruir en lugar de construir, como por ejemplo la arcilla; y el tino con el servicio, la perfecta conjugación de velocidad, direcciones y porcentajes.

En los comienzos, ante Federer, sólo aplica la última de ellas. Es el saque y nada más. Un salvavidas al que confiar una misión imposible. Al principio, eso es suficiente para mantener igualada la batalla. Después, cuando el suizo huele la sangre (7-5, 3-3 y 0-30), cuando ve cerca el final del partido, aparece el Nadal que reúne todos las armas para acabar con cualquiera: el invencible. El balear asume todos los riesgos prohibidos años atrás. Explora los paralelos de la pista con las dos caras de su raqueta. Utiliza la derecha como termómetro para subir los grados del partido y reconstruye su revés hasta transformarlo en un látigo con el que desestabilizar al suizo. Es otro partido. Las opciones de Nadal crecen según pasan los minutos. Perder el control del tiempo es el temor de Federer, materializado en la segunda manga. Se apagan sus piernas y muere el talento. El cansancio es una brecha insalvable. Nadal, que tarda medio partido en leer el saque de Federer, reculado junto a la valla, comienza el parcial definitivo espoleado por la situación. Es una nueva resurrección.

Emerge entonces el animal que ha devorado un 95% de los encuentros disputados en 2013. De las cenizas de Federer aparece Nadal. La velocidad, que ayuda al suizo durante gran parte del partido, se vuelve en su contra. Ahora es Nadal el que golpea con la certeza de los elegidos. Siempre escudado por el servicio, el español acelera para ahogar al número cinco mundial, incapaz de seguir el ritmo cuando el duelo se discute en la tercera manga. Sin su primer saque, el mismo que defiende hasta la mitad del segundo set, Federer se encomienda a su muñeca para salvar cuatro bolas de partido, intentando agarrarse con los dientes al partido. Ahogado, Federer pierde la partida asumiendo las consecuencias de su planteamiento, aunque el mensaje está en el aire: todavía está preparado para luchar ante los mejores. La victoria refuerza la confianza del balear. Algo está claro: gane o no el torneo, Nadal llega al último grande del año a lomos de una corriente indomable.

Antes de la vigésimo primera victoria del mallorquín sobre Federer, las derrotas de Djokovic y Murray provocaron un baile de calculadoras. Nadal será número dos del mundo si gana el título en Cincinnati, algo desconocido en su carrera. En función de si lo hace o no, aparecerá en el Abierto de los Estados Unidos (desde el 26 de agosto) con la tranquilidad de saber que depende de sí mismo para recuperar el número uno mundial. Para que eso suceda, Djokovic, que defiende la final alcanzada en 2012, no debe llegar con vida al últimodía de competición en Nueva York y el balear alzar la corona. En consecuencia, si Nadal gana en Ohio, reemplazaría a Murray como número dos mundial y no se encontraría con Djokovic hasta la final del último Grand Slam de la temporada, por lo que no estaría en su mano volver a abrazar el primer escalón del ránking. De no lograr amarrar el cetro en Cincinnati, Nadal aterrizaría en el grande neoyorquino como número tres y quedaría en manos del azar determinar la posición de ambos en el cuadro final del torneo. Antes de todo eso, las semifinales frente a Berdych.

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