
Los brazos alzados al cielo, con los rayos de sol cubriendo Canadá, fueron un aviso para presente y futuro. Un golpe sobre la mesa con el Abierto de los Estados Unidos a la vuelta de la esquina (desde el 26 de agosto). Tras superar las dudas brotadas después de su prematura derrota en primera ronda de Wimbledon, la primera de toda su carrera en la fase inaugural de un Grand Slam, Rafael Nadal, siete meses lesionado por una rotura parcial del tendón rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda, coronó en Montreal el Masters 1000 de Canadá tras batir a Milos Raonic por 6-2 y 6-2, sumó el octavo título de 2013, cuarto evento de la categoría en el presente curso, y, por primera vez desde 2010, concatenó dos torneos sobre cemento, cuando todavía restan más de tres meses para el final de temporada. El manacorí, que mañana volverá al tercer peldaño del ránking ATP, regresó a la competición con los conceptos del cemento grabados a fuego en su cabeza: alta agresividad, tino al servicio y posición adelantada al resto. Tres pilares que cimentaron su conquista de Montreal. En Punto de Break, reflexionamos sobre algunos focos de interés tras la final amarrada por Nadal.
La importancia del currículo - El partido fue como contemplar un lienzo con dos trenes en posiciones opuestas como inspiración del artista. Nadal, de 27 años, compitió desde la experiencia compilada en su cuaderno de navegación: poner los pies sobre el cemento de Montreal el último día de torneo elevó su presencia en finales hasta la número 81, 36 en Masters 1000. Eso le dio calma para gestionar las situaciones que el partido le ofreció, como un sabueso que ya lo ha visto todo, al que nada puede sorprenderle. Sin embargo, Raonic, de 22 años, afrontó el desafío de convertirse en el primer local campeón del torneo de canadiense desde 1959, cuando lo hizo Robert Bedard, con su hoja de ruta apenas garabateada. Pese a contar con cuatro títulos y otras tres finales, Raonic jamás había llegado con vida a la última ronda de un Masters 1000. Fue una carga demasiada alta para un novato que pagó un precio elevado por su inexperiencia.
Concentración, la llave ante un sacador - Siempre alerta. Así vivió Nadal la final. Preparado para aprovechar las oportunidades concedidas por un jugador del perfil de Raonic -sacador, por encima de otras cualidades-, en este tipo de pista -de las más veloces del circuito-, donde la bola vuela mucho. Expuesto ante el joven canadiense, Nadal bajó un nivel en la escala de agresividad mostrada ante Djokovic. Fue justo lo necesario para contrarrestar el guión del canadiense. Raonic, como otros muchos pegadores, intentó arrebatar la iniciativa a Nadal a zarpazos, evitando los intercambios largos, lanzado a morder primero. Ante eso, el mallorquín hizo lo de siempre: buscar un cadencia de golpes regular para invitar al contrario a fallar, desesperado tras chocarse una y otra vez con una barricada. Ahí se ahogó Raonic, que siempre intentó acabar los intercambios en un par de golpes y que se lanzó a buscar la red para evitar el fuego de la batalla. Además, Nadal contó con un valioso argumento para desarrollar durante la final: sus tres duelos precedentes con Raonic, ventaja inexistente el día de Janowicz cuando ambos cruzaron las raquetas por primera vez, le otorgaron el poder de la anticipación. La diferencia fue abismal: Nadal siempre fue un paso por delante a los pensamientos del canadiense.
Un camaleón sobre cemento - Nadal ejecutó contra Djokovic en semifinales un plan repetido durante sus últimos partidos, ideado como solución a la concatenación de derrotas ante el serbio que entre 2011 y 2012 le privaron de tres torneos del Grand Slam y cuatro Masters 1000. Junto a su equipo, el balear comprendió que intentar abrir ángulos a Nole era un suicidio. Empezó entonces a extender la pista a lo largo, en lugar de lo ancho, evitando las aristas de la pista. Así, golpeando duro y al centro, huyendo de los recovecos, Nadal picó y picó hasta encontrar un camino, una salida del averno. Ese planteamiento, que ayer le llevó hacia la victoria, desapareció en la final ante Raonic por una razón evidente: abrirle ángulos a un jugador que se eleva 196 centímetros sobre el nivel del suelo es un camino libre de obstáculos. Raonic sufre cuando se mueve. Raonic aumenta considerablemente el número de errores cuando es obligado a pegar en carrera, con los pies en movimiento. Raonic, en definitiva, es un volcán en erupción cuando discute en estático, pero un mar de dudas cuando lo hace en dinámico. Nadal, que moduló su agresividad adaptándola a las circunstancias, no necesitó llevar el cuchillo entre los dientes durante todo el encuentro, limitándose a buscar las líneas en los momentos necesarios y balanceando al canadiense de lado a lado durante la mayor parte de la final.
El flanco débil - Experto en hallar y explotar las debilidades contrarias, Nadal repitió un esquema aprendido para encontrar el camino hacia el título. Consciente de la debilidad de Raonic en la zona del revés, ni de lejos tan seguro con el golpe a dos manos como con su derecha, el español lanzó derechas combadas para desestabilizar la resistencia del canadiense. Eso fue demasiado para Raonic, que intentó todo sin acierto y se encontró con una losa enorme cada vez que le obligaron a golpear con su revés. El canadiense, romo durante todo el partido, se encontró superado por el escenario, el rival y las circunstancias. Ni el saque (por debajo del 50% de primeros servicios), ni la punteria (siempre fuera de las líneas sus incisivos latigazos), ni las subidas a la red (recurso entrenado con Galo para ampliar su abanico de opciones a la hora de encarar un duelo) encontraron el calor necesario para ser un arma efectiva. La realidad es que no hubo final en ningún momento del partido.
Motivación anulada por motivación - Raonic y Galo Blanco, modélica pareja de jugador y entrenador, dejaron de trabajar juntos tras el torneo de Madrid. Milos empezó a caminar de la mano del croata Ljubicic, ex número tres mundial, y una leve sensación de anquilosamiento planeó sobre uno de los jóvenes llamados a dominar el circuito en un período de tiempo medio. Con cuatro victorias y seis derrotas, tres de ellas en ronda inaugural, llegaba Raonic a Montreal. Con triunfos de postín sobre Del Potro y Gulbis, y con la seguridad de ser el nuevo número diez del mundo el próximo lunes, lo hacía a la final de un Masters 1000 por primera vez en su carrera. Nadal, sin embargo, afrontaba la pelea por el trofeo subido a lomos de una inercia ganadora implacable: tumbar a Djokovic 994 días después sobre cemento, territorio que el serbio domina 11-6 en los duelos con Nadal, fue un impulso imparable. Como el corcho de una botella de champán que ha sido agitada con fuerza. Pelear por el título con las renovadas sensaciones de la victoria ante Novak, segunda de 2013 tras la de Roland Garros, fue un arma intangible ante la que Raonic nada pudo hacer.
La salida de un lodazal - Pese a inclinar la rodilla, Raonic estrenará su mejor ránking (10 del mundo) mañana. Llegar a su primera final de Masters 1000 tras cruzar un sendero rodeado de tinieblas podría espolearle para afianzarse en la zona noble de la clasificación, erigiéndose como el principal candidato a gobernar a la generación de jugadores (Dimitrov, Tomic o Janowicz) llamados a dominar el circuito en el futuro. Canalizar la dura derrota sufrida en la final en experiencia para el futuro debería ayudarle a crecer como jugador.
Nadal, un año impensable - Las consecuencias de la victoria fueron más allá de otro título en el brillante palmarés de Nadal. La corona lograda en Canadá eleva el número de cetros logrados por el español en 2013 hasta ocho. El balear, nuevo número tres del mundo, suma 48 victorias por 3 derrotas, una barbaridad. Además, el triunfo le coloca en una posición envidiable antes del Abierto de los Estados Unidos, el último Grand Slam de la temporada. El regreso en Viña del Mar, en el mes de febrero, supuso el comienzo de un exitoso caminar sobre eventos de tierra batida, culminado con la conquista de Roland Garros. Entremedias, Nadal ganó Indian Wells sobre la pista dura más lenta del circuito. En Wimbledon, sin embargo, un saco de dudas cayó sobre sus hombros tras borrar de un plumazo todas las sensaciones previas después de perder con Darcis, un jugador sin galones, en la primera ronda del torneo. Ahora, tras conquistar Montreal, queda claro que el plan de adaptación a la competición tras la lesión ideado por su equipo ha sido un éxito manchado por la derrota de Wimbledon. Todo son buenas noticias para Nadal con el US Open a días de arrancar.