
Fernando Verdasco cedió la final del torneo de Bastad tras caer a manos del argentino Carlos Berlocq (5-7 1-6). De esta manera, el madrileño acumula seis derrotas consecutivas en partidos decisivos y ve aún más erosionado su balance en finales (5-13). No obstante, en su interior tiene razones para albergar buenas sensaciones antes terminar un periplo de arcilla que continuará en Hamburgo antes de emprender la gira norteamericana de cemento.
Corona la semana un Verdasco con la sensación de mejora contrastada, confirmando los buenos presagios trazados sobre el césped de Wimbledon. Tras su mejor resultado en escenario noble en tres años, ha peleado por besar su primer cetro desde 2010. Quitando algo de polvo de su muñequera. Cuando la confianza sopla a favor, cuando los pensamientos y el cuerpo trabajan al unísono, el deporte hace buena una máxima no escrita: el tenis lo termina imponiendo el jugador más que la superficie. El impulso trasciende los suelos. Una narrativa aún más proclive a la materialización en una era donde, si bien está presente el ‘elemento adaptación’, el contraste entre tarimas está difuminado. El elemento activo tiende a sobreponerse al pasivo.
Al margen de la no consecución del título, detalle no menor considerando que hubiera sido el primero en más de tres años, quizá el elemento de juicio más destacable resida en el ayer. Mejor dicho, en construir este hoy tras firmar ese ayer. Verdasco llegó a los cuartos de final de Wimbledon llegando a tener contra las cuerdas, magullado y arrinconado en la esquina, al postrero campeón. En su primera visita a la central del All England, en un torneo abierto y casi predestinado al ídolo local, tuvo los arrestos suficientes para mirar a los ojos y encarar con madurez el encuentro. Eso, brillar en un torneo de los que se recuerdan, y más aún llegar a hacerlo ante un jugador de los que compiten para no ser olvidados, permanecía cerrado con llave en el baúl de Fernando.
Ganó cuatro partidos en Londres y tocó con las yemas de los dedos el quinto. Su mejor obra en gran escenario en casi tres años. La mejor imagen desde su último coqueteo con la élite. Y no ha quedado rendido en laurales ni retozando en lo que fue bastante y, dado el agrietamiento del cuadro, pudo ser mucho más. Ha llegado a Bastad y ha sabido canalizar el buen momento atravesado en la capital británica para seguir imponiendo autoridad en territorio escandinavo.
Si nos quedamos en la final del torneo sueco, podemos trazar una narrativa oscura. Después de todos los méritos acumulados, sufriendo en partidos largos ante tenistas del calibre de Nicolás Almagro o Grigor Dimitrov, ¿vas y pierdes en dos mangas ante un tipo de 30 años, 74 del mundo, que jamás había ganado un título ATP? Del mismo modo puede suceder en Wimbledon, ¿después de tener a Murray contra las cuerdas, lo dejas escapar? Puede dar sensación de constante tarea inacabada para un jugador con un techo más alto del que ocupa. Pero mirando a un cuadro más extenso, vemos que Fernando se ha dado la opción de llegar a ese panorama. De jugar una final donde el escenario de la derrota puede entrar dentro de los márgenes de una ligera decepción. Y eso hace tiempo que no venía siendo el caso con el madrileño.
Un hombre que llegó a firmar un estreno de temporada para olvidar. Llegado al mes de abril contaba en su haber con apenas dos sets gobernados a nivel ATP, con tres victorias ante top50 en el último año y llegando a salir del top40 por primera vez en seis temporada. Pero han llegado cambios y patrones de rendimiento que no pueden verse trastornadas tras un mal partido. Su colaboración con Ricardo Sánchez, confirmada la intención de mantener el vínculo hasta el final de la temporada, puede ser una base sobre la que sustentar una segunda mitad de curso poderosa. El cambio de raqueta, a fin de cuentas el elemento ejecutor en un deporte marcado por mecanicismos e instintos donde las sensaciones lo son todo, parece haberle renovado el interior.
Verdasco, que por primera vez en su carrera ha enlazado ocho partidos consecutivos ganando el primer set, ha sabido caminar con viento a favor de manera frecuente. Esto se puede ver como una circunstancia casual, una mera anécdota estadística, o como una manera distinta de encarar los partidos, con concentración elevada desde el primer momento. Pero se antoja más sencillo caminar cuesta abajo que no andar siempre a remolque. Y Fernando, dotado de una capacidad privilegiada para imponer ritmo, ha sido capaz de dictar el orden de los encuentros pronto con más regularidad de lo habitual.
Contemplando el panorama desde un punto de vista exclusivamente técnico, el madrileño puede ocupar el mérito de ser el tenista español con un arsenal de recursos más completo. Un Fernando a pleno rendimiento deportivo tiene armas para cuestionar la resolución de cualquier partido encarado. No lo demostró en la final sueca, pero reflexionando a fondo sobre las últimas tres semanas, el balance debe de ser positivo. Ha sabido sufrir e incluso brillar por momentos –levantando comentarios que lo retrotraían a ese 2009 donde se adentró entre las primeras 10 raquetas del mundo y, tras forzar cinco horas a Nadal, quedó a un set de jugar una final de Grand Slam-.
El resultado de esta semana vuelve a colocarlo al borde de ser cabeza de serie en Grand Slam, privilegio perdido en los últimos dos grandes. También, lo sitúa en una rampa de lanzamiento antes de una época clave para sus intereses: una gira de pista dura norteamericana no disputada en 2012. La mejor versión de Verdasco lo llevó al séptimo peldaño de la disciplina. Comprometido, con ganas y mucha más experiencia, parece buscar una segunda oportunidad. Tiene camino por recorrer. Pero de capacidad deportiva, la base para lograrlo, anda sobrado.
¿Será capaz de aguantar mentalmente el período de frescura durante largo tiempo?