Radiografía de la final del Masters 1000 de Roma
Nadal, exultante al resto, tumbó a Federer desde la intensidad que acostumbra a imprimir en sus partidos


Rafael Nadal y Roger Federer escribieron el capítulo número 30 de la rivalidad deportiva más importante de la última década en la final del Masters 1000 de Roma. El escenario, testigo de una épica batalla en 2006 entre ambos adversarios, fue el marco de otra fotografía histórica en la carrera de Nadal. Con 24 Masters 1000, récord absoluto lejos de los 21 de Federer, el mejor jugador de la historia sobre tierra batida conquistó por séptima vez el torneo romano, uniéndose a Montecarlo, Barcelona y Roland Garros como territorios con semejante número de triunfos finales.
El español, que estuvo siete meses sin competir por una rotura parcial del ligamento rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda, firma el mejor arranque de temporada de su vida: ha llegado a la final en los ocho torneos que ha disputado haciendo suyas seis coronas y acumula un balance de 36 victorias y 2 derrotas. Además de ser el nuevo número uno de la RACE, sin haber disputado el Abierto de Australia y Miami, torneos que ponen en juego 3000 puntos, abandona Roma con la tranquilidad de saber que en Roland Garros tendrá un cuadro menos enrevesado porque el número cuatro del mundo vuelve a estar bajo su protección tras una semana rubricada con la victoria frente a Federer.
Radiografía táctica de la final
Jaque mate antes de empezar - Huir del fondo de la pista. Evitar una batalla de pulmón contra pulmón. Guarecer sus piernas del infierno mallorquín. Negar los intercambios a Nadal, en definitiva. Así traza Federer el asalto a la guarida del gigante tras derrotar a Paire en semifinales. Todavía rebosante de talento, a Roger, superada ya la barrera de los 30 años, no le acompañan las piernas. Entrar a discutir con un monstruo de la intensidad es inútil. Es evidente que si tiempo atrás (2006, 2007 y 2008) no pudo tumbar a Nadal escudado por su físico, tampoco puede hacerlo ahora cuando la cuenta atrás hacia el ocaso profesional se ha puesto en marcha en su interior. Por eso Federer se aferra al cuchillo como el naúfrago al corcho; es atacar, atacar y atacar. Con un pírrico tino, Roger manda dos de cada tres dardos fuera de los límites de la diana. Se desespera y se deshace mientras Nadal le engulle. "No ha sido mi día, ha sido más el día de Rafa, cosa que se da con frecuencia en tierra batida", dice luego en la ceremonia que le proclama perdedor por vigésima vez ante el español.
Una pesadilla que agota - Los primeros minutos de Federer son impecables. La final parece caminar hacia una guerra de lobos mientras los puntos iniciales van cayendo de su lado rápidamente en el primer juego del partido. El helvético ejecuta sobre la arcilla el plan trazado en su cabeza: compite a la velocidad de la luz. Arrebata la iniciativa a Nadal acortando los puntos que se resuelven en tres o cuatro disparos. Por ahí pasan las opciones de Roger. Ahí comienza y termina el único camino que puede llevarle a tumbar al español sobre albero. Ese brío se reduce a los minutos iniciales y nunca más vuelve a aparecer. Federer baja los brazos tras el primer golpe encima de la mesa de Nadal. Es una rotura de servicio (2-1 y saque para el español) y son 19 fantasmas que flotan en el aire, tantos como partidos ha perdido Federer con su némesis. La superficie multiplica la sombra del rival y convierte la hazaña en un descenso sin cuerda. Cuando la amenaza de abandonar la capital de Italia con un set en blanco le rodea, Federer muerde en un desesperado intento por salvar el orgullo. Juega con una celestial violencia, guiado por la magia de su muñeca. Le sirve para contener levemente la hemorragia, pero no varía el inevitable final.
Cansancio físico, fortalecimiento mental - "Estoy muy cansado, me noto al límite físicamente tras estos dos partidos", dice Nadal tras derrotar a Ferrer en los cuartos de final y acumular 5 horas y 23 minutos entre ese duelo y el que le mide un día atrás a Gulbis. Es la versión más humana del coloso. Esos dos partidos dejan dos imágenes: la de una atribulada marioneta y la del superviviente de siempre. Es la mejor definición de este nuevo Nadal. Varias veces ha sido maltratado por el contrario desde que regresase al circuito en Viña del Mar. Y en la mayoría de ellas salió airoso. Pasó con Gulbis en Indian Wells y Roma y también con Ferrer en Madrid y Roma. Caminando por el reborde de la cornisa. Superado, desbordado y apagado. Pero siempre victorioso. Las consecuencias de esa secuencia quedan reflejadas tras la victoria en Roma. Las refriegas ante Ernests y David en el Foro Itálico abrieron llagas en la carne de Nadal, pero su cabeza quedó tan reforzada, tan vigorizada, que eso bastó para hacerle volar ante Berdych y Federer.
La seguridad de la confianza - 69 minutos después termina la batalla reducida a soliloquio. La brillante actuación de Nadal queda reflejada en la estadística que marca solo 8 errores no forzados en el registro del mallorquín, una barbaridad tratándose de una final frente a uno de los mejores jugadores de toda la historia. El resto de parámetros acompaña elevando la nota final hasta el sobresaliente. También el saque. Nadal, que frente a Berdych encadena cinco juegos al servicio en blanco, busca en la final el cuerpo de Federer. Eso sorprende al suizo, que renuncia a retrodecer para restar y se encuentra una y otra vez sin tiempo de reacción. Además, la confianza que corre por las entrañas del mallorquín queda reflejada en cada bola que toca, disparada con furia, determinación y ponzoña. No hay barrera lo suficientemente alta como para detener ese huracán.
El resto, una vez más- Nadal resta el primer saque de Federer cuatro metros tras la línea de fondo. Lo hace también sobre el segundo servicio del suizo. Parece una locura ceder tantos metros de terreno, invitando al contrario a terminar el punto en el golpe posterior al saque. Para Nadal no lo es. El mallorquín, que resta impulsado por sus piernas con toda la potencia de su brazo, consigue así un preciado tiempo para leer la trayectoria de la bola y devolver Los metros cedidos inicalmente son rápidamente recuperados a lomos de una derecha que vuela combada a más de 3000 revoluciones por minuto. Así gana Nadal el 55% de los puntos que juega al resto (29 de 53). Así rompe seis veces el saque a Federer. Y así, desde una de las piedras angulares en el esquema de juego rival, comienza a edificar la victoria.
Extraño en tierra ajena - Nadal es tan superior que se atreve a pisar zonas donde se sabe inferior a Federer. Con el partido dominado usa la dejada ampliando un abanico de recursos inferior al del helvético. El siete veces campeón de Roland Garros camina en terreno desconocido, pero lo hace con una firmeza capaz de mover montañas. Asalta la red, pese a ser territorio Federer, y gobierna también allí. Y, sobre todo, Nadal hace algo excepcional: mantiene la línea táctica que siguió en Indian Wells y carga contra la derecha de Federer sin miedo. Busca mucho más el revés, patrón habitual en la historia del binomio formado por los dos titanes, pero ya no huye de la derecha como la liebre lo hace del fuego. Es el último síntoma de la evolución.