¿Debería haber más torneos sobre tierra batida?

La superficie se encuentra a la sombra del cemento: 15 torneos menos y la mitad de puntos en juego

Álvaro Rama | 26 Apr 2013 | 13.10
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En Puntodebreak encontrarás toda la actualidad y noticias de tenis, así como fotos de tenistas e información de los torneos ATP y WTA como los Grand Slam y Copa Davis.
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La tierra batida continúa perdiendo enteros respecto a la preponderancia de las pistas duras. Un tema que ha levantado comentarios llamativos en tiempos recientes y cuya mitigación no parece cercana. Desaparición de torneos, eventos que mutan de superficie,... un debate con múltiples aristas.

¿Debería haber un mayor número de torneos sobre tierra batida? ¿Tiene la superficie dura una presencia excesivamente extendida a lo largo del calendario? ¿Es normal que, mientras el polvo de ladrillo pierde peso y apenas representa un tercio de los eventos, más de la mitad de los certámenes se disputen sobre suelo duro? Inmersos en pleno corazón de la gira de tierra europea, se antoja buen momento para establecer el debate en cuanto a la distribución de superficies. En Punto de Break analizamos la situación actual.


Centrémonos en el circuito masculino. Tomando para ello en consideración las citas de ATP World Tour y Grand Slam. El calendario 2013 está compuesto por un total de 65 citas. De ellas, 37 se disputan sobre superficies duras. Para sintetizar en la medida de lo posible la exposición, no haremos distinción entre torneos competidos al aire libre, al resguardo de un techo o diferentes tipos de firme en esta categoría. En base a lo dicho, un 57% de los torneos celebrados a lo largo de la presente temporada tienen una superficie tipificada como ‘hard court’. Es decir, más de la mitad de los torneos se disputan sobre canchas denominadas duras. ¿Cuántas tienen lugar sobre arcilla? Apenas 22, una tercera parte del curso.

El décifit es cuantitativo, pero también cualitativo. Si un tenista quiere pelear por lo más grande no tiene otra alternativa que no sea la de someter su cuerpo a las exigencias del cemento de forma continua.

El ranking de un jugador se compone de 18 torneos -19 en caso de alcanzar la Copa de Maestros-.

Para la configuración de su ranking, un tenista que haya terminado en el top30 el curso anterior tiene la obligación de competir en los cuatro Grand Slams y en ocho Masters 1000 (el único Masters que no tiene este carácter imperativo es Montecarlo). Aquí no se puede jugar con el calendario. O vas, o hay sanción. De estas 12 citas, 8 se disputan sobre cemento. Es decir, dentro de las fechas donde un competidor no tiene margen de maniobra para trazar su calendario, el 75% de la ruta se camina sobre pista dura. Son las citas más grandes del año, y 3 de cada 4 se discuten pisando asfalto.

También existe la obligación para estos jugadores de competir en cuatro torneos de categoría ATP 500 a lo largo del año. El calendario ofrece hasta once certámenes de este calibre. Pero la oferta sobre tierra vuelve a ser reducida. A día de hoy hay tres citas de estas características (Acapulco, Barcelona, Hamburgo – si bien debemos añadir que el Masters de Montecarlo tiene consideración de ATP 500 a tales efectos). Aquí hay menos condiciones para elaborar el calendario. Eso sí, el reglamento establece que una de esas cuatro fechas debe de ser elegida, obligatoriamente, entre las disputadas con posterioridad al US Open. ¿Qué tenemos en el menú? Pekín, Tokio, Valencia y Basilea. Todas ellas disputadas sobre superficie dura.

Si un tenista quiere configurar su ranking en torno a un calendario de tierra batida, cuantitativamente puede maquillar su expediente salpicándolo de fechas de arcilla. El problema reside en el peso cualitativo de esos torneos, de ahí que Nadal comentase que si quería volver a ser número 1 del mundo la clave se encuentra en competir lo máximo posible en cemento. Pongamos un ejemplo. Un top30, con las condiciones de calendario mencionadas puede incluir en su ranking hasta ocho torneos de tierra batida: un Grand Slam (Roland Garros), dos Masters 1000 (Madrid, Roma), tres ATP 500 (incluyamos aquí Montecarlo) y dos de categoría de otra categoría (vamos a tomar ATP 250 para simplificar). Ocho de 18 supone casi la mitad del calendario. Ahora, a qué precio.

¿Cuántos puntos podría obtener un jugador cargando el calendario al máximo de lo que permite el reglamento? 6500 puntos.

Es una bolsa importante pero, ¿cuál es el techo de puntaje que el calendario permite en citas sobre cemento? Veamos: dos Grand Slam (Open de Australia, US Open), seis Masters 1000 (Indian Wells, Miami, Cincinnati, Canadá, Shangái, París-Bercy), cuatro ATP 500, dos ATP 250. Total de puntos: 12.500 unidades.

De forma gráfica. Un jugador puede tener en su hoja de servicios una cantidad pareja de torneos disputados sobre tierra batida y sobre cemento, pero en polvo de ladrillo estará optando a la mitad de puntos que en la pista dura.

Si bien es cierto que la ralentización de las pistas duras ha introducido cierto componente de homogeneidad entre los distintos suelos, difuminando en parte el requisito de adaptación, el predominio de un suelo sobre el resto comienza a ser atroz.

Una realidad que viene plasmándose en los últimos años, también en la desaparición de torneos. Si hace una década encontrábamos 11 certámenes más sobre cemento que sobre arcilla, la brecha se ha elevado hasta los 15 eventos en el presente curso, y el futuro anticipa una continuidad en el patrón: menguar la cantidad de citas sobre polvo de ladrillo.

Torneos planteándose la transición a la superficie predominante (Acapulco en 2014 abandonará la tierra para adoptar el suelo duro) buscando convertirse en eventos de preparación para certámenes de cemento más poderosos (Indian Wells/Miami). Torneos que cambian de fechas para incrustarse en ventanas de calendario más ventajosas (Stuttgart, situado antes de Wimbledon, pasará a jugarse en hierba a partir de 2015).

Se amplía la cantidad de citas sobre cemento, incluso se incrementa el número de fechas sobre hierba –si la arcilla se encuentra en regresión, lo del césped es clandestino- moviendo para ello las fechas de Wimbledon pero la arcilla sigue sin recibir trato alguno de favor. Surge el torneo de Río de Janeiro en 2014 con el influjo de los Juegos Olímpicos de 2016, pero con aroma a excepción de la regla.

La superficie más benévola para con las articulaciones de los jugadores sigue perdiendo terreno. Deportistas que compiten en una disciplina individual en temporadas de más de diez meses de duración tienen en ella un ‘descanso’ físico cada vez menos presente. Algo a plantearse por ATP, en opinión de Nadal, en base a las futuras generaciones.

Dentro de las citas más importantes, hay grandes lagunas hacia la tierra. Quizá vista como un reducto de especialistas frente a un cemento pausado de carácter más neutro. Nunca se jugó una Copa de Maestros sobre ella. Únicamente unos Juegos Olímpicos tuvieron el polvo de ladrillo como protagonista. Las giras latinoamericana y europea, cumbre del año en este suelo, se ven separadas por dos mastodontes de cemento como Indian Wells y Miami.

Un peso perdido sin visos de recuperación. No siempre fue así. Hasta 1978 no había Grand Slams sobre cemento. Todos tenían lugar en superficies naturales. Tres sobre hierba y uno en tierra batida. Incluso hubo tres temporadas – las tres últimas ediciones que el US Open se disputó en Forest Hills entre 1975 y 1977- en que dos grandes se celebraron sobre arcilla. Pero el paso del tiempo ha dictado sentencia.

Hace unos días Paul McNamee –ex tenista profesional- expresaba su deseo de que el Masters 1000 de Miami, clausura de la gira de cemento y antesala del polvo de ladrillo, adoptase la superficie en el futuro. No se sabe con qué aceptación.

A día de hoy, la cuota de torneos sobre arcilla apenas supera el 33%. Un número que, previsiblemente, seguirá menguando.