Los éxitos pasajeros son sucesos extraños en el tenis. En un mundo donde los mejores tenistas suelen copar las finales de la mayoría de torneos que disputan, ver triunfar a un jugador desconocido para la mayor parte del público se convierte en una agradable sorpresa que cada vez tiende a producirse menos.
En la actualidad, este hecho está quedando en el olvido. El abrumador dominio de los cuatro mejores hace casi imposible que nadie logre colarse en las rondas finales de los eventos más importantes del circuito. Sin embargo, a lo largo de la historia reciente del tenis sí que ha habido casos de jugadores discretos que han logrado completar el torneo de su vida.
Una o dos semanas de ensueño, donde la confianza y el estado de ánimo han estado por las nubes, donde prácticamente cada bola que tocaba, entraba. Un “minuto de gloria” más largo de lo normal que sirvió para romper todos los pronósticos habidos y por haber de los más importantes analistas tenísticos.
Quién no se acuerda por ejemplo del holandés Martin Verkerk, el último gran ejemplo de ello. Un jugador que nunca consiguió pasar de una tercera ronda en un Grand Slam, pero que en el 2003 se permitió el lujo de disputarle la final de Roland Garros a Juan Carlos Ferrero. Y lo hizo dejando en el camino a un campeón del torneo como Carlos Moyà o a un superespecialista de la arcilla como el argentino Guillermo Coria.
Verkerk acabó su carrera con dos títulos menores y jamás llegó a ser Top 10. Sin embargo, dos semanas brillantes en París le valieron para ser recordado en la hoja de finalistas del segundo grande de la temporada.
Ferrero también recibiría otra sorpresa en el Masters Series de Hamburgo 2001, en este caso con peor suerte para él. El torneo alemán vería coronarse campeón a un sorprendente Albert Portas, que derrotaba en una emocionante final a cinco sets al valenciano en lo que sería su único título a lo largo de su carrera. Pocos, sin duda, eran los que apostaban por un tenista que no se encontraba entre los 40 primeros del mundo y que nunca había conseguido acceder a la segunda ronda de un Grand Slam.
Un año antes en 2000 era el Masters 1000 de Canadá el que recibía otra inesperada visita en su final. Pocos se acordarán de que fue el israelí Harel Levy el que la plantó cara en ella al ruso Marat Safin. Levy, 144 del mundo, antes de empezar el torneo, nunca logró ganar un torneo y ni siquiera consiguió meterse nunca entre los 70 mejores del circuito.
Ese mismo verano, los Juegos Olímpicos de Sidney también tuvieron en el podio a un tapado. El francés Arnaud Di Pasquale se hacía con el bronce tras eliminar a jugadores de la talla del sueco Magnus Norman, Juan Carlos Ferrero o el mismísimo Roger Federer. Sólo el ruso Yevgueni Kafelnikov pudo parar a un tenista que sólo conquistó un título en su carrera (Palermo) y que su mejor ranking fue el 39º.
Agradable también es el recuerdo de Roberto Carretero en 1996. Al igual que Portas, el madrileño ganó el entonces Super9 de Hamburgo a nada más y menos que Alex Corretja. Lo hizo desde la fase previa y desde un lejano puesto 143 en la clasificación.
El madrileño, que ganó Roland Garros junior, nunca volvió a ver esas en el circuito profesional, y ni siquiera fue capaz de volver a jugar una final. No obstante, su actuación en el torneo alemán le valió para conseguir lo que fue su mejor posición en el circuito, 58º.
Más lejanos son los recuerdos en el tiempo de John Marks en la final del Open de Australia de 1978. El australiano perdió en la final de aquella edición contra el legendario Guillermo Vilas, pero hasta la fecha ha sido el único tenista en jugar una final de un “major” sin ni siquiera haber logrado nunca entrar entre los 25 primeros del mundo. Algo realmente complejo si se tienen en cuenta la gran cantidad de puntos que reparten los torneos grandes.
Para ello, eso sí, hubo de esforzarse al máximo. Phil Dent o Arthur Ashe fueron algunas de sus víctimas más ilustres. No volvió a pisar una tercera ronda de ningún grande, y sólo una final del circuito volvió a ver su nombre.
La hierba de Wimbledon también ha sido testigo de casos sorprendentes, como lo fue en 1983 el neozelandés Chris Lewis que osó disputar el título ni más ni menos que a John McEnroe. Lewis poco pudo hacer, pero ello le valió para conseguir entrar en el puesto 19 de la clasificación. Una final en Cincinnati y dos torneos de rango menor completan el palmarés de un tenista que a finales de los 90 decidió dar el salto a la política en su país sin mucho éxito.
Los motivos
Evidentemente en la lista faltan algunos otros casos de tenistas que sólo brillaron especialmente una o dos semanas en su vida. Algo que no es fácil de realizar y que se debe en parte a la confianza del tenista.
El tenis es un deporte de rachas y hay momentos de inspiración donde a uno parece salirle todo. Es así, como se entiende que tenistas que no han despuntado a lo largo de su carrera deportiva, lo hagan en un momento puntual en una cita importante del más alto nivel.
La falta de presión al llegar a las rondas finales también ayuda. Con el brazo más suelto, y la motivación por conseguir aprovechar la oportunidad de sus vidas hace que este tipo de tenistas sean muy peligrosos hasta para los mejores tenistas.
Desgraciadamente, son cada vez menos, las opciones que el tenis otorga a los jugadores más modestos.