El estadounidense Donald Young es el típico ejemplo de ese tipo de tenistas que prometen mucho en su etapa junior y sus primeros pasos en el profesionalismo y que poco a poco va esfumándose hasta llegar a pasar a ser un jugador que pasa con más pena que gloria por el circuito.
Los inicios de Young en el tenis no pudieron ser más prometedores. Con 15 años se convirtió en el tenista más joven en ganar el Open de Australia junior (luego lo superaría Bernard Tomic). A los 16, ya se había convertido en el número 1 del mundo de la categoría, y eran muchos los que veían a este atlético zurdo como el sucesor de los Agassi, Sampras y compañía.
El año 2007 parecía ser el de su eclosión definitiva. Además, de llevarse el torneo junior de Wimbledon, con 18 años era capaz de aprovechar su mayoría de edad para meterse en la tercera ronda del US Open, donde sólo Feliciano López podría pararle en cuatro sets. Un resultado notable, no obstante, para un tenista que debutaba en los Grand Slams.
Tras tres años siguientes irregulares combinando el circuito ATP con los Challengers, la pasada temporada parecía que Young iba a confirmar todo aquello que prometía. Una sorprendente victoria en Indian Wells sobre Andy Murray (la mejor de su carrera) indicaban el camino.
La gira de cemento en Estados Unidos donde lograba clasificarse para las semifinales de un torneo ATP por primera vez en su carrera (Wasghinton), así lo confirmaba. Incluso, los más atrevidos empezaron a ver un futuro top 10 cuando Young se permitió el lujo de alcanzar los octavos de final del US Open, dejando en el camino a Juan Ignacio Chela o Stanislav Wawrinka.
No sólo en su país era capaz de hacer buenos registros, en Bangkok llegaba a la primera final de su carrera, aunque Murray, el mismo hombre que le había ganado semanas antes en Nueva York, le ponía los pies en la tierra.
Las cosas pintaban bien para Young. Su saque empezaba a funcionar y su juego agresivo cada vez era menos irregular. Además, su espectacularidad empezaba a conectar con el público, que tanta paciencia había tenido con él. Hasta el ranking empezaba a acompañarle logrando rondar el puesto 40 de la clasificación.
Sin embargo, la entrada de 2012 trajo el lado oscuro de Young. Tras conseguir superar una ronda en Australia, en Memphis iniciaría el calvario. Su victoria ante Grigor Dimitrov (otro que promete mucho pero hace poco) sería la última antes de entrar en una aterradora racha de 17 derrotas seguidas que finalmente cortaría ante el argentino Leonardo Mayer en Winston Salem.
El talento y los buenos golpes, habían quedados difuminados por el miedo a perder, la desconfianza y un tenis cada vez más gris. Todo un círculo vicioso muy difícil de salir.
Seis meses sin ganar que lo llevaron a pasar del puesto 38 del ranking al 80, y lo que sitúan con la tercera peor marca de la historia sólo superado por los 21 encuentros de su compatriota Vincent Spadea y los 18 de Andrei Golubev.
Las consecuencias
El problema de esta racha tan negativa viene en esta parte final de la temporada. En el US Open ya perdió unos valiosos puntos que le apartaron de los 100 primeros. Pero el problema es que la derrota en segunda ronda sufrida en Bangkok esta semana le van a impedir defender la mayoría de los 150 puntos conseguidos el año pasado en Tailandia.
Esto le va a provocar bajar al 155 del ranking y lo va a introducir en una nueva dinámica: la de jugar fases de clasificación y Challengers para recuperar parte del terreno pérdido. Una historia que parecía haber olvidado en los últimos tiempos.
Si no lo hace corre el riesgo de bajar aún más y poner en peligro una carrera que parecía destinada al éxito. Nada más lejos de la realidad.