
Los protagonistas de la final del torneo de Kitzbühel, Robin Haase y Philipp Kohlschreiber, competían a casi 1300 kilómetros del corazón del deporte, que late en Londres desde hace unos días, con la hercúlea tarea de adaptar cuerpo y mente de la arcilla al pasto en menos de un día. Tras disputar la final del torneo austríaco, los dos jugadores pasaron la noche en las entrañas de la Villa Olímpica, preparados para afrontar en la segunda jornada de la competición el difícil estreno en un evento de especiales características sin tiempo para pisar la superficie sobre la que mañana batallarán con el futuro en juego.
La historia es sorprendente. Mientras Roger Federer se bate en duelo ante Alejandro Falla en su estreno en los Juegos Olímpicos, Haase y Kohlschreiber pelean sobre la tierra batida austríaca por el título de campeón a menos de veinticuatro horas de debutar sobre el tartán londinense. Con los Juegos Olímpicos oficialmente inaugurados, con todos los protagonistas convertidos en los guardianes de sus países, desfilando por el club más antiguo del mundo en un compendio de colores nacionales, Robin y Philipp, esperanzas de Holanda y Alemania, discuten un pequeño trozo de gloria en tierras del estado de Tirol cerrando los ojos ante la obligación de preparar adecuadamente la cita olímpica. Es una decisión casi suicida, motivada por un debate en el que el corazón vence ampliamente a la razón.
Todo sucede meses atrás. El calendario de la temporada 2012 se contrae como un acordeón en la semana previa y posterior a la gran prueba. Los Juegos Olímpicos lo acaparan todo. La cita, que se disputa una vez cada cuatro años, monopoliza los esfuerzos de las estrellas, que anhelan besar los metales que todo atleta marca como cima de su vida profesional. Los tenistas que no pueden participar en Londres se lanzan entonces a esos torneos privados de los rostros nobles del mundo de la raqueta. Aprovechando las lógicas bajas de los mejores, muchos se marchan a buscar la gloria a los torneos de Kitzbühel, Los Ángeles y Washington. Allí se citan Paire, Querrey, Mayer, Mahut, Ramos, Fish, Dolgopolov, Haas o Andújar, todos ellos apartados de los Juegos. Allí se encuentran también Haase y Kohlschreiber. Dos arriesgados aventureros dispuestos a sacrificar la experiencia olímpica por una copa sensiblemente más fácil de conseguir. Pese a estar en Austria cuando Wimbledon volvía vestirse de gala, ninguno de los finalistas quiere renunciar a lograr importantes resultados en Londres.
Nada más revalidar el único trofeo de su carrera en Kitzbühel, Haase marcha hacia el aeropuerto a toda prisa. La prioridad es dormir en Londres y despertar pronto para tomar contacto con el suelo verde. Kohlschreiber le sigue persiguiendo el mismo objetivo. El cambio de tierra a hierba, ya se sabe, es complicado. Nada es igual sobre el suelo del tercer Grand Slam del curso. El saque es vital. Olvidar que los intercambios no serán eternos, también. Los efectos forman parte del abanico de recursos imprescindibles para triunfar sobre césped. Subir a la red es igualmente necesario para dominar la superficie. Los apoyos son diametralmente distintos a los que se realizan sobre polvo de ladrillo. Las superficies, consecuentemente, son como el día y la noche.
La organización ha colocado a ambos finalistas en tercer turno de la jornada, a mitad del día. Haase jugará ante Gasquet primero y luego, de la mano de Rojer, ante Paes y Vardhan en dobles. Kohlschreiber debutará en el cuadro individual frente a Kavcic a la misma hora que su enemigo holandés. El alemán, a diferencia de Robin, no disputa la modalidad por parejas en Londres y encontrará algo más de aire para sus pulmones en caso de superar el primer compromiso. Ambos, sin embargo, tendrán que enfrentar al fantasma de la final disputada veinticuatro horas atrás. Por un lado, la euforia de Haase tras ganar el segundo torneo de su vida y la eventual relajación que suele aparecer tras una gran victoria. Por el otro, el golpe moral de Kohlschreiber tras caer derrotado y las consecuencias inmediatas que podría tener ese fracaso. Algo, no obstante, une a los dos: hoy, cuando salten a competir, encontrarán las mismas sensaciones desconcertantes al hacer una repentina transición entre superficies opuestas.
Los Juegos Olímpicos no son una broma. Víctimas de la jornada inaugural fueron Berdych, Verdasco, Nalbandian, Troicki o Youzhny, nombres destinados a forjar una actuación destacada que acabaron ahogados en la orilla. En Londres se juega en hierba al mejor de tres sets. En Londres incluso los mejores están expuestos a los peligros. En Londres se compite por el oro, la plata y el bronce, tres fugaces cometas que aparecen cada 48 meses. Y en Londres debutan hoy dos heroicos guerreros que ayer lidiaban en una guerra menor: Haase y Kohlschreiber, tipos de hierro.