Es un día cargado de emociones y sentimientos, un día en el que todo se siente especial, donde todo huele distinto y donde las sonrisas te abren paso. Un día en el que eres campeón. El tenis es un deporte muy duro y muy difícil, de este Roland Garros han salido dos campeones de dos cuadros de 128 jugadores cada uno, sólo dos experimentan esa sensación de 256 tenistas. Una barbaridad; muchos tenista comprueban a lo largo de su carrera lo que es ganar un torneo, pero hacerlo en uno como es un Grand Slam sin duda es distinto, por la importancia, la repercusión, la historia, los puntos, el nivel, el público y muchísimas cosas más. Además el tenis es un deporte individual; eso le hace más difícil, y en él se pierden muchas cosas, pero también se ganan otras: la dura soledad en la derrota se torna ahora en una dulce victoria individual.
Rafael Nadal y Maria Sharapova han sido los dos campeones de este Roland Garros 2012 en versiones masculina y femenina. Rafa por séptima vez y Maria por primera, han descubierto cómo es el Abierto Francés una vez que ganan. Hoy en Punto de Break les contamos cómo es la jornada de un campeón de un gran torneo como éste. Dejándonos sin duda cosas por el camino pues no estamos en la piel de ninguno de ellos, pero sí les podemos hacer una agenda de cómo se desarrolla el día en términos generales.
El día arranca muy temprano, en muchas ocasiones los tenistas que disputarán la final e incluso su propio equipo no consiguen dormir bien. Hay mucho en juego, el día siguiente saben que será una de esas ocasiones para entrar en la historia y no es fácil olvidarse de ello y dejarse en manos del sueño; Rafael, a modo de curiosidad, desveló hoy en rueda de prensa que ayer se durmió viendo su serie favorita ‘Bola de Dragón’, es para preguntarse si la vería desde la cama o si, cual niño pequeño, alguien le arroparía con una manta o le llevaría hasta un lugar más cómodo que el sofá.
Se despiertan temprano y en seguida se ponen manos a la obra con la misma rutina que les ha llevado hasta el último partido del torneo: la gran final. Desayuno fuerte, entrenamiento mañanero en la Philippe Chatrier tratando de pasar lo más disimulados posible; suelen ser meticulosos en un día tan importante, están concentrados, tienen claro lo que quieren y no desean encontrarse con contratiempos ni despistes.
Además de ese entrenamiento en el que más que ajustar tácticas y golpes se busca desengrasar los músculos e ir calentándose para entrar en el partido al 100%. Tras esto o justo antes, la charla con el entrenador que se antoja clave en un día donde los nervios y la cabeza lo son todo. Día para estar tranquilo, pese a que es muy difícil, para tener las ideas muy claras y donde la veteranía ocupa un papel fundamental.
El día sigue, hay tenistas que prefieren no pensar más en el partido y otros que gastan las horas previas motivándose, concentrándose y reflexionando más aún sobre el encuentro. Suelen recibir visitas pero sólo de personas muy cercanas que saben animarte y contagiarte esa emoción de que es un día especial. Normalmente estos torneos, los Grand Slam, suelen poner a disposición de los finalistas varios miembros de seguridad que se encargan de que la calma sea la tónica general en torno a los grandes protagonistas.
Finalmente llega el partido. Antes de éste, cada uno cumple su ritual. El momento de ponerte el mismo vestuario que te ha llevado hasta ahí, tu raqueta, tus zapatillas, las últimas palabras de su equipo, el vestuario personal, la emoción de oír el murmullo del público ronronear sobre el estadio. Son esos sentimientos que engrandecen el partido antes de que siquiera empiece; aquello que todos nos perdemos pero que ocupa un lugar imborrable en la memoria de cada tenista.
Ya perfectamente equipados llega el momento en el que te quedas sólo y caminas por el pasillo junto a tu rival, al que se suele saludar de manera fría no por molestia sino por concentración y saber que sólo ésa persona te separa de lo que más ansías en ese momento que es hacerte con la copa. Ese camino se hace eterno si lo vives nervioso y pasa en apenas un segundo si lo vives con emoción y ganas de que nunca se termine. Es el pasillo a la historia que suelen estar decorado con los anteriores campeones; y tras este pequeño paseo llegas hasta la puerta que da acceso a la central. Como el que se va a lanzar a una piscina que duda y finalmente se decide, así es ese momento en el que oyes tu nombre retumbar en el estadio y de la mano de un niño pequeño te adentras en el estadio mientras los aplausos de miles de personas de invaden. Ya no hay cascos ni entrenadores, ha llegado el momento de la verdad.
Tras resolverse el partido, ambos contendientes esperan en el banco a que comience la ceremonia final. Con el público siempre cámara en mano suele ser el momento para que el perdedor busque con la mirada a su staff buscando apoyo y respuestas mientras el campeón corre a su banquillo y se funde en abrazos con aquellos que le han permitido llegar hasta ahí y ser quien es. Ese asalto a los palcos no siempre se produce aunque es una tradición y en más de una ocasión el público ha exclamado un tropezón del reciente ganador.
Llega la ceremonia, tras la entrega de los trofeos, es el momento de los discursos, en la mayoría de ocasiones muy formales y tradicionales, que se suelen romper en los casos de debutantes que extasiados por la emoción suelen olvidar agradecimientos, pero sin nunca decaer en su sonrisa. Es un momento precioso oír el himno de tu país mientras la bandera ondea y el público te devuelve la mayor ovación. Tras todo ello toca hacer fotos mil, posando con el rival, los representantes, los patrocinadores, antiguos jugadores y finalmente el ganador o ganadora sólo. Además de múltiples entrevistas para medios de todo tipo ansiosos de declaraciones en primicia.
Después se desplazan a vestuarios, donde realmente se empieza a saborear el gran triunfo. El campeón recibe a sus familiares y amigos íntimos; charlas informales y felices. La ansiada ducha y el posado en vestuarios trofeo en mano. En ese momento es en el que estás sólo. Es tu momento. Es la mejor ducha de tu vida; lo disfrutas y paladeas antes de mirar el teléfono y descubrir que cientos de personas se han acordado de ti.
Más tarde es el momento de la rueda de prensa con decenas de periodistas que abarrotan la sala habilitada y se reparten las preguntas que a buen seguro tendrán respuestas positivas. Enhorabuenas y agradecimientos para después en muchas ocasiones ir una última vez a la pista ya vacía y dejar que la emoción te embargue una vez más, tratando de guardar ese momento y esa sensación para siempre en tu memoria. Es ese instante en el que te das cuenta de que todos los esfuerzos han valido la pena.
Por último toca comer algo en compañía de los tuyos, de coger fuerzas, de permitirse algún capricho mientras se relaja el cuerpo sometido a una presión agotadora durante las últimas 48 horas. Te notas feliz, orgulloso, colmado. La siguiente cita es la foto oficial, ya elegantemente vestido, normalmente al atardecer de ese día; el trofeo no se separa de ti y en el caso de París la foto con la Torre Eiffel de fondo es de las que se guardan y que adornan álbumes y artículos. Los mensajes no cesan y por último suele tener lugar una fiesta en honor del campeón o bien ese día mismo o al siguiente en la embajada de turno en ese país, donde se celebra junto a familiares, amigos, representantes institucionales y diplomáticos nacionales el triunfo del compatriota.
Tras un día agotador, se ha cumplido la agenda y el campeón puede hacer cuanto quiera; es su día y es su momento. Sea como fuere, al final llega un momento placentero, aquél en el que uno se mete entre sus sábanas con la sensación del deber cumplido, de haber alcanzado un sueño y de haber hecho felices a miles de personas que se han sentido orgullosas de ti y que han llorado contigo. Es el último segundo de un día de ensueño, un día que a todos nos gustaría vivir pero que sólo aquéllos mejores tenistas que mezclan talento, calidad, esfuerzo y valentía alcanzan, privilegiados ellos. Probablemente cuanto más exclusiva y difícil sea alcanzar una emoción más se aprecia y se recuerda; sólo dos de 256. Dos. Son 24 horas únicas. Sin duda, uno de los días más especiales de la vida. Entras en la historia mientras tus ojos ya agotados caen, como los del resto, en las redes del sueño. Del sueño cumplido.
Enhorabuena Rafa y enhorabuena Maria. Gracias a los dos.