
Kim Clijsters ha ido ganándose un sitio en el tenis desde hace mucho tiempo. La jugadora belga, profesional desde hace 14 años aunque con un parón de dos años en su carrera por maternidad, llegó a su primera final de Grand Slam en 2001. Lleva muchos años en la élite, pero todavía no ha conseguido algo para lo que parece destinada: convertirse en la heredera de Serena Williams.
La belga ha demostrado un gran juego y una gran clase en las pistas. A pesar de que entre 2001 y 2004 perdió las cuatro finales de Grand Slam que llegó a jugar (dudoso honor en el que puede ser pronto igualada por Andy Murray), en el mundo todavía existe la justicia poética y desde entonces ha ganado todas las finales de este tipo de torneos a las que ha llegado, otras cuatro (tres de ellas, del US Open).
La trayectoria de la belga es envidiable. 52 títulos, 41 de ellos individuales, la avalan. Además, 13 de ellos los ha logrado después de ser madre. Sin embargo, el número 1 es un objetivo que se le resiste. No es que no haya probado la gloria del primer puesto de la clasificación de la WTA, pues ya ha sido líder durante 20 semanas no consecutivas.
Incluso se convirtió en la primera dominadora del tenis femenino procedente de Bélgica, aunque cuando perdió el primer puesto se lo cedió a su compatriota Justine Henin. El último día que se mantuvo en esta privilegiada posición fue el pasado 20 de febrero, antes de cedérselo a la danesa Caroline Wozniacki.
Pero le hace falta regularidad. Veinte semanas no son nada comparadas con las 117 de Henin o las 123 de Williams, las dos tenistas en activo con más tiempo en el número 1. Para querer compararse a ellas, debe mantenerse en esa privilegiada posición durante más de 10 semanas, que fue la racha más larga que encadenó.
Esta ausencia del puesto más alto de la clasificación puede deberse al desgobierno y desconcierto que vive el tenis femenino, con constantes cambios en su liderazgo. Porque la belga supo ganar en tres ocasiones el WTA Tour Championships, donde se daban cita las mejores jugadoras del mundo.
No tiene sentido, pues, juzgar su carrera por los resultados de su primera etapa, decepcionantes si se comparan con los de los últimos años. La madurez, sobre todo después de la maternidad, le ha ayudado a volver sin problemas a los primeros puestos.
Esta vuelta meteórica puede deberse también, en parte, a ese desgobierno que destaca en la WTA desde hace años. Pero esa vuelta también debe considerarse a la luz del dominio de Serena. Ambas sufrieron errores de juventud, con expectativas que iban más allá de sus posibilidades en aquel entonces.
La hermana pequeña de las Williams supo soportar mejor la presión que Clijsters, que decidió tomarse un descanso del tenis en el que aprovechó para ser madre.
Ahora, con Serena fuera de las pistas indefinidamente, Clijsters ha ido dando los pasos acertados en el momento adecuado. Ya ha ocupado el número 1 este año en una ocasión, y podría recuperarlo si se dan los resultados necesarios en los próximos torneos.
Para ello también deberá aprovechar los ciclos sobre los que parece moverse el tenis femenino. Wozniacki o Vera Zvonareva también han tenido altibajos a lo largo de sus carreras tras luchar contra incontables demonios mentales tras alcanzar las primeras posiciones de la clasificación y actuar en ocasiones con la presión de cumplir con las expectativas depositadas en ellas.
La presión sobre Clijsters es alta, pero ella sabe sobrellevarla. La pregunta que se plantea con respecto a su actuación en la escena internacional del tenis, si será capaz de convertirse en una nueva Serena, deberá esperar a ver su rendimiento en los próximos meses, aunque si hay alguna jugadora capaz de conseguirlo, esa es la belga.