La inspiración de Hantuchova tiene nombre y apellidos

Si cada tenista guarda un ídolo dentro, el de Daniela Hantuchova no admite duda: Miroslav Mecir. Así fue la historia que conectó a estos dos eslovacos.

Fernando Murciego | 17 Apr 2020 | 17.00
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La sonrisa eterna de Hantuchova. Fuente: Getty
La sonrisa eterna de Hantuchova. Fuente: Getty

Hay muchas maneras de que el tenis entre en tu vida. Bien puede llegar por unos padres jugadores, bien por un idilio con tu primera raqueta o bien por una imagen en televisión que te abre las puertas a un nuevo mundo. Si tu caso fue la tercera opción, esa imagen siempre estará representada por otro alguien, una persona que te deja boquiabierto, se convierte en tu fuente inspiración y ya no te suelta hasta cumplir tu sueño. Daniela Hantuchova nunca negó la importancia de este capítulo en su vida: ella se hizo tenista gracias a Miroslav Mecir. Dos leyendas eslovacas que siempre estuvieron conectadas, desde 1988 hasta el día de hoy.

“La mayor inspiración de mi carrera fue, al mismo tiempo, la razón por la que comencé a jugar a tenis por primera vez. En 1988, Miroslav Mecir ganó la medalla de oro olímpica para Checoslovaquia. Tenía cinco años y era la primera vez que veía tenis en la televisión. Ese mismo día, les pregunté a mis padres si podían comprarme una raqueta de tenis para que algún día yo también pudiera llegar a disputar unos Juegos Olímpicos”, relata Hantuchova en un blog muy personal para la WTA. “Recuerdo que un día recibí su raqueta y una foto suya, estuve un par de años durmiendo con esos dos objetos. Además, nunca dejé de escuchar ‘Hand in hand’, la canción principal de aquellos JJ.OO. de Seúl 1988”.

El flechazo de Daniela con Mecir fue tan bestia que cambió su vida por completo. “Desde aquel momento, todo lo que quería hacer algún día era llegar a unos Juegos Olímpicos. Ese sueño jamás abandonó mi mente, nunca dejé de creer que sucedería. La razón por la que practicaba durante siete u ocho horas el día, me mataba en el gimnasio, incluso el esfuerzo que puse en la escuela era porque quería ser la mejor. El sueño olímpico se transfirió a todos los ámbitos de mi vida”, asegura la que terminaría alcanzando el top5 mundial.

Toda la carrera de Hantuchova estuvo guiada por Mecir y aquel momento preciso, dos faros que la motivaron a romper sus propios límites. Por supuesto, a lo largo de ese viaje no podía faltar el día más esperado. “Con los años acabamos siendo buenos amigos. Él terminó convirtiéndose en el entrenador del equipo de tenis olímpico eslovaco, lo que hizo que mi sueño de llegar finalmente a unos Juegos Olímpicos fuera tres veces más especial. Mis últimas Olimpiadas fueron en Londres 2012, donde pude jugar en la Centre Court de Wimbledon con su presencia en mi box. Casi empiezo a llorar al ver lo perfectamente increíble que se había hecho realidad mi sueño”, recuerda con emoción la oriunda de Poprad.

Así fue cómo Mecir se convirtió en un eje todavía más fundamental en su trayectoria, pasando a ser un referente diario en las jornadas de Hantuchova. “Cuando me hice mayor tuve el privilegio de hablar sobre tenis con él, de contarle cómo su elegancia y la suavidad de sus golpes de fondo me inspiraron, su revés a dos manos fue el tiro que siempre admiré. Me encantaba cómo se movía por la cancha y cuán inteligente era. Con los años, cuando le vi trabajando como como capitán de Copa Davis, se le veía igual de tranquilo en medio de una atmósfera tan estridente que pensé que en cualquier momento se quedaría dormido. En la cancha nunca fue un gran golpeador, pero jugó cada partido como si fuera una partida de ajedrez”, valora la de 36 años.

¿Y cómo termina esta historia entre eslovacos? Aunque no lo crean, de una manera mucho más bonita que como empezó. “Decidí retirarme en 2017 y, para celebrarlo, hicimos un evento de exhibición en mi país de origen. Cuando terminamos nuestro partido de dobles mixtos estaba muy emocionada, pensando que el día había terminado, pero el árbitro anunció que Miroslav jugaría conmigo el último punto. Apareció en la cancha para jugar el último punto de mi carrera mientras sonaba ‘Hand in hand’, la canción que tantas veces escuché. Literalmente, puedo decir que no veía ni la bola de todas las lágrimas que estaba echando. Aquel fue el momento más mágico que viví en una pista de tenis”.