Querido enemigo; Historia de las mayores rivalidades en la ATP

Djokovic ha irrumpido ante la mayor rivalidad del tenis contemporáneo (Federer-Nadal) para derrocarlos

Rafael Plaza | 19 Apr 2012 | 10.32
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En Puntodebreak encontrarás toda la actualidad y noticias de tenis, así como fotos de tenistas e información de los torneos ATP y WTA como los Grand Slam y Copa Davis.
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Dos fotografías retratan rivalidades históricas y opuestas.

Australia, 29 de enero de 2012

La primera postal es una imagen que la mente humana jamás podrá olvidar. Dos hombres destrozados apoyan sus maltrechos cuerpos sobre una red mientras una ceremonia eterna estira la agonía de los músculos hasta límites despiadados. Los mareos presentes en el interior de los dos guerreros se hacen mayores ante el asombro de millones de personas que contemplan como se apagan las fuerzas en los rostros de los protagonistas. Alguien de la organización trae dos sillas rompiendo el protocolo de un acto calculado al milímetro. Ese gesto fortuito representa un calvario. Esa acción impensable es el espejo que grita al universo el mérito de dos atletas elevados a la categoría de héroes. Esa señal irrepetible

Son Novak Djokovic y Rafael Nadal, cinco horas y cincuenta y cuatro minutos después del primer disparo. Son los finalistas del Abierto de Australia, desfallecidos tras batallar por el primer Grand Slam del año entre las llamas del averno. Son dos campeones unidos por el dolor inhumano de competir entre suspiros la final más larga de la historia. Son vencedor y vencido separados por el dulce sabor del triunfo y la amarga sapidez de la derrota. No es ninguna broma. Es la séptima victoria consecutiva del serbio. Son siete puñaladas que han atravesado el alma del mallorquín afectando a la confianza y al orgullo. Tras inclinar siete veces la rodilla, levantar el rostro para volver a mirar al enemigo a los ojos requiere tener una mente de hierro.

Londres, 6 de julio de 2008

La segunda instantánea no precisa de una presentación detallada. En la oscuridad brillan los flashes de cientos de cámaras fotográficas. No queda luz natural cuando el mejor partido de la historia del deporte de la raqueta ha muerto. Nadal levanta con sumo cuidado la copa dorada que le acredita como campeón de Wimbledon. El retrato inmaculado del vencedor está salpicado por verdes trozos de hierba que siguen pegados a su cuerpo. Mientras, Federer se marcha hacia el vestuario apretando el puño para no abrir la puerta del inclemente llanto. Tras dos intentos abortados con solvencia, el mallorquín logró su objetivo: ganar el título que siempre soñó.

Tras asaltar con éxito el territorio que toda su vida anheló, Nadal sintió ser capaz de lograr todo lo que se propusiese. Esa victoria le regaló la confianza que necesitaba para terminar de dominar todos los suelos del universo. El reconocimiento mundial de aquel partido rompió todas las barreras posibles. Generaciones venideras quedarán maravilladas cuando contemplen la maravillosa obra de arte compuesta entre dos gigantes.

La rivalidad más importante de la última década

Ese día todo ocurrió según lo previsto para el número uno del mundo. Se levantó y acudió en coche hasta el club. Allí tuvo el tiempo necesario para comer y calentar antes de su partido. No acostumbraba a entrenarse con una intensidad muy alta el día que tenía que competir. Salía a pista horas antes para sentir las sensaciones de la pelota, pero no hacía nada especial. Le habían programado el duelo en la sesión nocturna del torneo, por lo que había tiempo para descansar con calma antes de afrontar el compromiso.

Esas horas muertas las pasó en soledad. Pensando. Lo hacía muchas veces. Reflexionaba sobre su vida. Le gustaba detenerse a mirar todo lo que había conseguido. Recordó como el año anterior había ganado el torneo de Wimbledon por primera vez en su vida. Se sintió feliz y lleno de energía. Un simple recuerdo le activaba todos los rincones de su cuerpo.

Federer observó a su rival. Le habían hablado de él, pero era la primera vez que se enfrentaba a Nadal. El número 34 del mundo no parecía una amenaza. No a primera vista. Eso pensó Roger. Le contempló tras la red refugiado en una camisa roja sin mangas. Le llamó la atención su bronceada piel y su cabello cortado a la altura de los hombres. Su imagen era peculiar. Aún así, no le inspiraba demasiado respeto.

Cuando empezó el partido sintió una sensación en el estómago que no conocía. No era una alerta, pero estaba seguro de no reconocer aquello que recorría sus entrañas. Luego, con el paso del tiempo, ese síntoma se repitió cada vez que enfrentaba a Nadal. No le pasaba con nadie más, solo con el jugador mallorquín.

El partido fue demasiado rápido. Dos sets. No tuvo voz porque el rival le maniató desde el inicio. Perdió. Mientras marchaba camino del vestuario rememoró como su enemigo celebraba cada punto como si fuese el último de su vida. Saltaba, corría y volaba tras cada tanto ganado y, sin embargo, seguía teniendo una fuerza brutal para discutirle los intercambios. Le sorprendió. Se movía por la pista como un demonio. Pegaba y pegaba con un golpe de derecha que describía arcos imposibles. La pelota de Nadal saltaba mucho. Una y otra vez crucificó su revés. Fue demasiado. No esperaba aquello. Por eso, intentó aprender de lo sucedido. Estaba preparado para que la siguiente ocasión fuese distinta.

Gigantes con alma


Cuando Federer abandonó a medianoche el cemento, todo era diferente. Lo sucedido sobre una pista de tenis de Florida no podía imaginarlo nadie. Nadie podía saber que aquel partido de 2004 cambiaría la historia del tenis. Nadie, desde luego, vislumbraba en la segunda ronda del Masters Series de Miami el nacimiento de una serie de enfrentamientos únicos.

Imposible parece definir todo lo que ha aportado la rivalidad entre Nadal y Federer a la historia del deporte. Cada nueva página escrita genera cantidades incontables de sentimientos indescriptibles. Emociones que son inenarrables. En ellos vive algo mágico. Entre ellos resisten los lazos de una relación especial que han proyectado enfrentamientos capaces de mover corazones. En ellos habitan los genes de dos leyendas que han cruzado sus caminos durante la misma época. Ellos dos, Nadal y Federer, son responsables directos del crecimiento del enemigo. Sin saberlo, Roger ha ayudado a evolucionar al mallorquín. Igualmente, Rafael ha hecho lo mismo con el suizo.

El destino y los resultados les han llevado cruzado argumentos en la mayoría de rincones por los que camina el circuito. Solo Nueva York desconoce el significado de un duelo entre ambos. Posiblemente, antes de que sus carreras finalicen, tengan la oportunidad de cruzar argumentos bajo las imponentes luces de la pista de tenis más grande del circuito. La misma que Nadal conquistó en 2010 y cedió en 2011.

En la cima del Grand Slam

Estaba tumbado boca abajo en la camilla mientras unas manos se esforzaban por arreglar el peaje de un partido severo. Los dedos de Rafael Maymó recorrían cada zona dolorida del cuerpo de Nadal en una pelea que desafiaba a las leyes de la naturaleza. Todo jugaba en contra. Casi no había tiempo para recuperar las heridas de la guerra disputada contra Verdasco en las semifinales del Abierto de Australia 2009. Cinco horas y catorce minutos descontadas al reloj para pasar a una final en la que ya esperaba Federer.

Las horas previas pasaron demasiado rápido. La recuperación fue una batalla contra el reloj combatida desde los masajes y los baños helados. Minutos antes alguien preguntó en el palco de Nadal cómo se encontraba. Las dudas que rodeaban los momentos previos eran sintomáticas.

En el interior del vestuario, una conversación convertida en soliloquio activó algo en su interior. Estaba cansado. Tenía la sensación de ser incapaz de aguantar la intensidad de un compromiso como una final de Grand Slam. Toni habló alto y claro. Como siempre. Le planteó una situación tan posible como utópica.

“¿Qué harías si entrase un hombre ahora en el vestuario, te apuntase con una pistola y te obligase a correr sin parar para salvar tu vida? Correrías, ¿verdad?”.

Salió a abrazar la noche. Melbourne le esperaba. Federer ya estaba preparado envuelto en una familiar tranquilidad. Cuando la moneda se lanzó al aire para decidir al encargado de empezar sacando, Rafael estaba volando por sus recuerdos. Llegó a su infancia, y recordó todo lo que tenía que haber pasado para estar allí. Quizás era su única ocasión para ganar el Abierto de Australia. Quizás no habría más. Volvió a la realidad.

Empezó a correr y olvidó los dolores. Se sentía rápido como el aire. Empezó a pegar buscando la diana fijada en el revés de Roger. Cuando el partido se estiró hasta la quinta manga, sus piernas seguían volátiles. Supo que iba a vencerle. Supo que lo haría. Otra vez.

Cuando ganó se sintió en la cima del mundo. Aquello era demasiado. Un Grand Slam en pista rápida ante Federer. Un torneo mayor en la superficie que tantas veces le habían señalado como imposible de dominar. El terreno prohibido. Entonces, se sintió realmente preparado para completar el Grand Slam.

La acometida de Novak

El pasaje explica cómo la tormenta pasó de amenazar a descargar.

Cuando Toni Nadal entró en el vestuario de Wimbledon su gesto reflejaba preocupación. Horas antes, como todas las mañanas, decidió caminar por el interior del club más antiguo del mundo. Le gustaba mucho pasear. Era una forma de desconectar del mundo. Una manera de combatir todos los viajes. Acaba de ver jugar a tenis a Novak Djokovic por primera vez en su vida. No le gustó. Aquel descarado tenista balcánico le preocupaba. Claro que tenía mucho que mejorar, pero si la evolución era óptima, la amenaza que podía representar era terrible. Así se lo hizo saber a su sobrino: “Rafael, tenemos un problema”.

La final de Wimbledon 2011 le recordó a Nadal cómo había crecido ese problema pretérito.

Cuando ganó el tercer set albergó una chispa de esperanza en su interior. Djokovic le había vencido en Indian Wells, Miami, Madrid y Roma. Cuatro finales consecutivas que formaban abismo abierto en mitad de su interior. Le dolía. Quizás las dos primeras finales no tanto. Además de haber tenido en su mano la opción de triunfar, la superficie no era favorable para él. Las otras dos, cedidas en tierra batida, le quemaban. Estuvo más lejos de vencerle en arcilla y eso le atormentaba. No pudo arrebatarle un set sobre su superficie predilecto. Aquello definía la situación a la perfección.

Por eso, cuando ganó la tercera manga de la final de Wimbledon se entregó al animal que llevaba dentro. Intentó aferrarse a la épica para proteger su condición de campeón. No fue suficiente. Djokovic revivió para pegar con toda la crueldad que su cuerpo era capaz de guardar. Le hundió en el cuarto set. Le borró de la catedral de la hierba. Quizás él renunció a pelear. Estaba cansado. Le pesaba la mente.

Cedió la corona de Wimbledon. El día antes había perdido el número uno del mundo. Djokovic era su verdadera antítesis. Jamás en su carrera encontró un rival de semejantes dimensiones. No quedaba otro remedio que seguir el mismo camino que siempre tomó para superar los problemas: trabajar mucho más duro.

Djokovic gana Wimbledon ante el aplauso de Nadal. Foto:lainformacion.com

Las bases de un líder contrario

Autárquico para romper la hegemonía protagonizada por Federer y Nadal durante los últimos diez años, Djokovic representa un papel de líder distinto al de ambos. Su mérito es colosal. Acabar con un binomio formado por dos jugadores históricos no había estado al alcance de ningún valiente.

Por eso Novak es especial. Su valía, además, reside en la capacidad para fabricarse la oportunidad. En ningún caso su nueva posición en el circuito está motivada por una debilidad de Nadal o Federer. Djokovic ha discutido con el español a corazón abierto para arrebatarle de las manos sus tesoros más preciados.

¿Cuánto tiempo será Djokovic número uno? ¿Seguirá ganando torneos del Grand Slam? Parece que el serbio tiene crédito para un recorrido largo. Tiene hambre, ha logrado controlar los impulsos de la mente y está comprometido por completo con la vida en la élite. La duda reside en la capacidad de sus perseguidores más inmediatos para convertir la soñada venganza en realidad.

Dos historias diferentes

Pese a contar con numerosas similitudes, no es posible comparar las dos rivalidades. Nadal y Federer llevan enfrentándose a niveles vedados para el resto de los jugadores desde las semifinales de Roland Garros 2005. Su historial de partidos dictados desde el corazón, supera a los disputados desde la razón. Además, su currículo de finales en torneos del Grand Slam eleva los duelos a terrenos celestiales.

Pese a dominar los duelos previos con ambos tenistas, Nadal sufre horrores al pelear con Novak. ¿Por qué? La principal diferencia, cuentan los técnicos, es que el juego de Nadal hace mucho daño a Federer. La situación es inversa contra Djokovic. Ante el primero, el mallorquín encuentra un filón en el revés rival y una bolsa de aire en su derecha liftada. Contra el serbio todo se vuelve oscuro. Su juego es angustia continua para el español. Todos los tiros vuelven más rápidos, más duros y más angulados tras rozar la raqueta del número uno.

Nadie es ajeno a la irrupción de Djokovic en la cima del circuito. Su ascensión hasta el lugar ocupado por Nadal le ha llevado a enfrentar al español en multitud de ocasiones durante el pasado curso. Todas ellas, todos esos encuentros dominados con abrumadora superioridad, son el inicio real de una rivalidad que antes había estado precedida por episodios previos sin el peso de los últimos. Si ambos mantienen el nivel durante los próximos cursos, quizás las rivalidades puedan compararse. Ahora mismo, Nadal y Federer sigue formando un binomio incomparable. Mágicos, especiales e históricos. Algo está claro: con la aparición formal de Djokovic gana el deporte. La guerra se vuelve apasionante. La fortuna del aficionado es impagable. Ante sus ojos, la mejor generación de la historia de este deporte.